Dios y mi familia en mi plan como hijo.

Autor: Pilar Bacha de Camargo


¿Cómo interviene Dios en la familia para que cada quien adquiera su propia identidad?  

En un artículo anterior hablamos de identidad personal e individualidad. ¿A qué se refiere exactamente esto? Cada uno de los integrantes de una familia tienen definida por Dios una misión, misma que debemos descubrir y llevar a cabo lo mejor posible.  

En muchas ocasiones Dios no se revela claramente, de tal forma que nuestra labor es buscar, percibir, darnos cuenta de pequeños detalles que nos lleven a entender lo que quiere El de cada uno de nosotros. Los padres de familia debemos estar atentos a los aspectos muy particulares de cada hijo: su tipo de carácter, sus gustos, sus preferencias, sus miedos, sus rechazos, sus cualidades y sus defectos. Si desde que nuestros hijos son pequeños, ponemos atención a su desarrollo emocional y a los cambios que van presentando, en su adolescencia nos será más fácil entenderlos y ayudarlos a definir sus propias metas.  

¿Cómo pueden los muchachos de 15 a 18 años aproximadamente ir encontrando respuesta a la pregunta que a esta edad los acosa constantemente ¿quién soy yo? ¿para qué estoy en el mundo? ¿hacia dónde voy? No es una respuesta fácil, pero sí indispensable para definir su propia identidad. La familia amorosa y comprensiva es uno de los factores principales para que estos jóvenes antes que nada adquieran seguridad en sí mismos, reconociéndose como personas valiosas para los que le rodean. Con esta seguridad podrán salir al mundo a enfrentarse a los problemas, obstáculos y relaciones fuera de su entorno familiar y manejarlos de acuerdo a los principios morales que su propia familia le haya inculcado.  

La influencia impresionante que tienen las amistades en esta etapa de adolescentes, podrá ser detenida en la medida en que se sientan comprometidos con sus propios padres. Es decir, cuando existe una buena relación entre padres e hijos, se dan también acuerdos en cuanto a lo que es bueno y a lo que no lo es, a lo que es conveniente para todos y lo que es algo contraproducente. Estas ideas o principios estarán vigentes en la conciencia de cada muchacho y será una herramienta que les permita aceptar o rechazar lo que su ambiente de amistades les exija o les quiera imponer.  

En la educación de la conciencia que los padres estarán formando desde que los hijos nacen, los padres católicos tenemos una gran ventaja: la presencia de Dios en nuestra vida cotidiana. Cuando convencemos a nuestros hijos que Dios nos está observando en todo momento y que por lo tanto, sabe exactamente lo que hacemos y nuestra verdadera intención, ellos se preguntarán constantemente si es agradable a Dios o no, lo que están por decidir.  

Nuestros hijos, a través de estas preguntas acerca de lo que es bueno y de lo que es malo; acerca de qué es lo que quieren hacer y qué deciden no hacer; de buscar amistades, pero darse la oportunidad de quedarse con las que sí le convienen porque van con su forma de pensar, y sobre todo preguntándose si a Dios le agrada o no lo que piensa, lo que diga o lo que haga estará en camino de fortalecer su propia imagen ante sí mismo y esto es lo que finalmente significa marcar su identidad (¿quién soy?) y lograr su individualidad (¿quién soy ante los demás?).