El perdón, requisito de intimidad con Dios

Autor: Teresa Rosero

 

 

Ya entramos nuevamente a la Cuaresma, tiempo de reflexión, de oración, conversión y renovación. Cada uno de nosotros debe preguntarse: ¿Qué quiere el Señor de mí en esta Cuaresma? Con toda certeza que Él nos hablará al fondo del corazón y allí en lo más profundo el Señor nos dirá que es lo que tenemos que hacer para renovar nuestras vidas.

En estos días he estado leyendo un libro titulado “Left to tell”/”Sobreví para contar”, el cual me ha llevado a decidir que en esta Cuaresma me debo concentrar en el perdón. La autora de este libro es Immaculée Ilibagiza, una mujer joven de Rwanda. En el libro ella cuenta cómo sobrevivió al genocidio sangriento que tuvo lugar en este país africano en el año 1994 cuando la tribu de los Hurtus masacró la tribu de ella, la de los Tutsi. Ella nos habla de cómo la guerra le robó el hogar feliz de su niñez. Fue la única niña en medio de tres hermanos varones. Su padre y su madre eran profesionales e hicieron lo posible porque sus hijos también llegaran a serlo.

Lamentablemente, cuando Immaculée estaba en la Universidad se desató la guerra civil, y empezó su vía crucis. Ella narra paso por paso la persecución de la que fueron víctima los Tusi. Para protegerla a ella, su padre y su madre la enviaron a la casa donde vivía el pastor del pueblo para que se refugiara allí mientras todo pasaba.

El pastor, miembro de la tribu de los Hurtus, pero seguidor fiel de su religión cristiana, la escondió en un baño junto a otras siete mujeres. Allí en el baño permaneció 91 días. No podían moverse, ni hacer ruido de ninguna clase. Y es en este baño, frente al miedo y a la impotencia, donde Immaculée establece una profunda intimidad con Dios. Ella describe como con el rosario en la mano y los ojos cerrados invita a Dios a reposar en una esquina de su corazón. Allí, en este espacio, conversa largas horas con Dios. También nos relata como en este mismo espacio el demonio le pone ideas y pensamientos de odio y rencor a sus enemigos; de tal manera que el perdonar se le hace difícil. En una ocasión, mientras escucha que los enemigos han entrado a la casa del pastor buscándola a ella, pelea con el Señor y le dice: ¿Cómo puedo perdonar a la gente que ha tratado de matarme, y que probablemente ya ha aniquilado mi familia y mis amigos?” Por fin, cuando los enemigos se alejan sin lograr descubrirla, ella le da gracias a Dios y le dice: “Señor, abre y toca mi corazón. Enséñame cómo perdonar”.

Ella nos dice que continuó orando usando el rosario como ancla para permanecer en oración. Se enfocaba en Jesús a través de los misterios del rosario, mientras meditaba en el significado de las palabras perdón, fe y esperanza. En medio de la oración, entendió lo que significaba entregarse y entregarlo todo por completo al Señor.

Por fin, con la intervención de Francia, el genocidio terminó. Immaculée, al salir de su escondite, se enfrentó a la realidad de lo que había pasado. Efectivamente, su padre, madre, y dos de sus hermanos habían sido masacrados. Nuevamente, acudió al poder de la oración para renovar el perdón a sus enemigos. En un momento de lucha interna, se dio cuenta que el rencor y el odio eran una barrera en su unión con Dios, y eso no lo podía permitir. Por eso, después de volver a su pueblo y enterrar propiamente los restos de sus seres queridos, hizo un viaje a la cárcel a donde habían enviado y procesado al responsable no sólo de la matanza de los seres que más amaba, sino de tantos rwandeses. Al verlo, sintió un gran dolor por el despojo de hombre que tenía ante ella. Con gran compasión, y ante el asombro de los que estaban alrededor de ella, le tomó las manos y le dijo entre lágrimas: “Te perdono.”

¡Increíble historia que nos inspira a perdonar! Y ciertamente, todos tenemos en nuestras vidas cosas, personas que perdonar o pedir perdón. Jesús nos habla muchas veces sobre la importancia de perdonar. Él dice en Mateo 18,22 que debemos perdonar sententa veces siete, y en el Padre Nuestro oramos: “Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.” (Mt. 6,12)

Lo cierto es que el rencor y el odio le hacen daño a uno mismo. Ésta es una carga que nos quita la paz y hasta nos puede causar enfermedades.

En esta Cuaresma, vamos a traer a la mente las cosas y las personas que nos mantienen atados porque no hemos perdonado. Además, puede ser que también necesitamos perdonarnos a nosotros mismos.

“Señor, toca nuestro corazón y ábrenos al perdón”.