Cómo compartimos con el hermano

Autor: Teresa Rosero     

 

 

En mi viaje de dos semanas por California y Oregón compartí mucho con mis hermanos mejicanos. Me hospedé en sus casas, escuché y compartí sus sueños, luchas y esperanzas. Oramos en sus casas, en la Iglesia y en los grupos de oración carismáticos, a los cuales asistí a uno diferente cada noche.


Inicié mis visitas en Los Ángeles, continué en San Diego y luego partí a Oregón. Los tres lugares me impresionaron mucho por la influencia mejicana. Cada noche, antes de dirigirme a la audiencia preguntaba si allí había alguien que no fuera mejicano. Dos o tres alzaban la mano. La siguiente pregunta era acerca del número de personas que eran ilegales. Por supuesto ésta no la hacía en público, pero individualmente o a través del líder me enteraba que en cada audiencia había una gran cantidad de indocumentados.

Al tener frente a mí a las audiencias empecé a entender por qué al llegar a California el Señor había puesto en mi corazón que hablara a las familias de temas familiares. Por una parte, encontré familias renovadas, que están ayudando a otras. En San Diego y en Oregón encontré muchos matrimonios convertidos y entregados al servicio del Señor. En San Diego también encontré comunidades de hombres y de mujeres que están tratando de evangelizar a los que nunca asisten o se han alejado de la Iglesia, y con ese fin hacen desayunos o cenas especiales en restaurantes comunes. Por otra parte, encontré familias rotas, con niños y jóvenes que están sufriendo por falta de amor y de atención. Encontré familias que han inmigrado no sólo con sueños y esperanzas, sino también con lastre de abusos sufridos en la niñez; y otras con cargas pesadas como tendencias al abuso doméstico y al alcohol. Encontré madres angustiadas por sus hijos los cuales han caído en pandillas y drogas, o están siendo tentados por ellas. Y desafortunadamente encontré también las familias que están sufriendo la separación o el temor de la separación debido a las leyes de Inmigración. Frente a este temor, como una medida de humor para lidiar con él, los mejicanos le han añadido a la frase de la ceremonia: “Hasta que la muerte los separe”, la frase: “O hasta que la Migra los separe.”

Me impresionó mucho cómo se ayudan unos a otros. En algunas Iglesias, después de las varias Misas que tienen en español, y después de los Grupos de Oración, los hermanos hacen tamales, churros, y otras comidas mejicanas para vender. Después de dar una donación a la Iglesia, las familias se ayudan. Pero no sólo ayudan a las familias necesitadas del lugar; ayudan también a las familias necesitadas de Méjico. Es muy común para los hermanos “documentados” de los grupos de oración de San Diego y de Los Ángeles viajar a Tijuana, Méjico, llevando alimentos, ropa y dinero. Ah, las cosas materiales no van solas. Ellos les llevan también oración y formación. La familia con la que me hospedé en San Diego partió a Tijuana el sábado y el domingo. Dijeron que estaban ayudando a sus hermanos de Méjico a formar comunidad, y les estaban dando un Seminario de Vida en el Espíritu Santo.

Hablando de Tijuana, allí hay un Santuario que recibe a todos los deportados que llegan allí. Les dan orientación, comida y hospedaje, al menos por una noche. También vi un Santuario en el centro de Los Ángeles, en la Placita. Allí acuden muchos a pedir oración y orientación. El Santísimo está expuesto esperando sus hijos asustados para escucharlos y calmar sus temores. El Señor ni les pide papeles ni los juzga. Los espera y los abraza.

Y cómo dejar atrás a la Madre. No hay mejicano sin nuestra Señora de Guadalupe. Ella está por todas partes, en cada Iglesia, en cada hogar, en cada plaza que tiene mejicanos a su alrededor.

¿Cómo compartir con los hermanos en esta Cuaresma? Nuestro Santo Padre, Benedicto XVI, nos alienta a descubrir la misericordia de Dios para que nosotros lleguemos a ser más misericordiosos. Él nos lo dijo al principio de la Cuaresma que debemos armarnos con la oración, el ayuno y la práctica de la limosna.

Gracias hermanos mejicanos y hermanos latinoamericanos por ayudar y compartir lo que somos y lo que tenemos con los que tienen menos que nosotros, especialmente con los que no tienen documentos. ¡Señor, úngenos, para ser verdaderos instrumentos tuyos!