La presentación del Niño Jesús en el templo

Autor: Thalia Ehrlich Garduño

 

 

(Catequesis del Papa Juan Pablo II, 11 de diciembre, 1996)

    En la narración de la presentación del Niño Jesús en el Templo, Lucas pone en relieve el designio mesiánico de Jesús:

v      Según el texto de Lucas, el objetivo del viaje de la Sagrada Familia  de Belén a Jerusalén es darle cumplimiento a la Ley: “Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: ‘Todo varón primogénito será consagrado al Señor’ y para ofrecer un sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor” (Lc,2,22-24).

v      De esta forma, la Bella María y el Buen José dan a conocer su propósito de ser obedientes y ser fieles a la voluntad de Dios, rechazando cualquier privilegio. Su peregrinaje al Templo de Jerusalén tiene un significado de consagración a Dios, en el lugar de su presencia.

v     La Doncella de Nazaret al ofrece dos tórtolas o pichones, Ella está entregando en realidad al verdadero Cordero que redimirá a la humanidad, anticipando con su gesto lo que se ha prefigurado en las ofrendas rituales de la antigua Ley.

 

    Mientras que la Ley pedía sólo a la madre purificación después del parto, Lucas habla de “los días de purificación de Ellos” (Lc. 2,22), quizás tiene la intención de hacer notar a la vez las prescripciones referentes a la Madre  y a su Primogénito.  

    La expresión ‘purificación’ puede ser sorprendente, pues se menciona a una Madre que, por una Gracia singular es Inmaculada desde el primer momento de su vida, y a un Bebé plenamente santo.  

    Sin embargo, hay que recordar que no se trata de purificarse la conciencia de alguna mancha de pecado, sino solamente de recuperar la pureza ritual, la cual, según las ideas de aquel tiempo, quedaba afectada por el simple hecho del parto, sin que hubiera ningún tipo de culpa.  

    Juan aprovecha la ocasión para resaltar el vínculo especial que existe entre Jesús, en cuanto ‘Primogénito’ (Lc.2.7.23) y la santidad de Dios, así como para indicarla humildad del ofrecimiento que impulsa a la bella María y al Buen José. (Lc.2, 24).  

    En efecto, el ‘par de tórtolas o pichones’ era la ofrenda para quienes eran pobres (Lv. 12,8).  

    En el Templo el Buen José y la Doncella de Nazaret se encuentran con Simeón ‘hombre justo y piadoso, que esperaba la consolidación de Israel’ (Lc. 2,25).  

    Lucas no nos dice nada de su pasado y del servicio al Templo; habla que él es religioso profundamente, que desea y espera en su corazón la llegada del Mesías, el consolador de Israel.  

    En él “estaba el Espíritu Santo” (Lc. 2,25) y “le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Mesías del Señor” (Lc. 2,26).

    Simeón nos invita a contemplar la misericordia de Dios, que da su Espíritu a cada persona que es fiel a Él para que cumpla su proyecto misterioso de Amor.  

    Simeón es un hombre abierto a Dios, que “movido por el Espíritu” (Lc. 2,27), va al Templo, donde encuentra a la Sagrada Familia, toma al Niño en sus brazos y bendice a Dios: “Ahora Señor puedes según tu Palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz” (Lc. 2, 29).

    Simeón, experimenta la alegría del encuentro del Mesías y siente que logró la finalidad de su vida; por eso, le dice a Dios que lo puede dejar ir en paz al Reino de los Cielos.  

    En la narración de la presentación en el Templo se puede ver la Esperanza de Israel del Mesías. Se ve también un signo profético del encuentro del hombre con Cristo y es el Santo Espíritu quien lo logra, provocando en cada persona el deseo de ese encuentro y así hacer posible la realización de la Salvación.  

    La Bella María no puede ser olvidada, es Ella quien entrega al Niño a Simeón. Ella es por voluntad de Dios, la Madre quien da a su Hijo a cada persona de todo lugar y de toda época.  

   Simeón, al revelar el futuro del Salvador, hace referencia a la profecía del ‘Siervo’ que es enviado a Israel y a todo el mundo.

    A Él dice el Señor: “Te forme, y te he destinado a ser Alianza del pueblo y luz de las gentes” (Is. 42,6).

    Y también: “Poco es que seas mi Siervo, en orden a levantar las tribus de Jacob, y hacer volver los preservados de Israel. Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi Salvación alcance hasta los confines de la tierra” (Is. 49,6).  

    Simeón cambia con este cántico, totalmente la perspectiva y pone énfasis en la Misión universal de Jesús: “Han visto mis ojos tu Salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y Gloria de tu pueblo Israel” (Lc. 2,30-32).  

    “Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él” (Lc.2, 33). El Buen José y la Bella María comprenden con claridad lo importante de su ofrecimiento, en el Templo de Jerusalén presentan a Aquel que siendo la Gloria de Israel, también es la Salvación de la humanidad.