Caridad ilimitada

Autor:  Andrés Ocádiz Amador

 

 

Aristóteles en su gran búsqueda de la sabiduría, llegó a la conclusión de que «la virtud está en el medio». No se debe pecar ni por exceso ni por defecto. Así, el hombre valeroso no debe ser cobarde, pero tampoco temerario. Si se quiere ser virtuoso, hay que colocarse a la mitad.

Sin embargo, Cristo trajo ciertas modificaciones a la teoría aristotélica; modificaciones que, además, parecen ser contradicciones: morir para vivir, servir para ser el más importante, entre otras. Todas, claro está, vividas hasta el extremo, sin medianías. Quizá la más incomprensible de estas contradicciones sea: «haced el bien a quienes os hacen el mal y orad por vuestros enemigos». ¿De verdad es posible cumplir esto?

El 29 de enero de 2006 se realizaron en Samarra (Irak) unos ataques contra dos iglesias cristianas, muriendo varios fieles. Semanas más tarde, se realizó un atentado por parte de grupos radicales musulmanes contra una mezquita chií en Samarra. De la mezquita sólo quedaron ruinas. La respuesta de los fieles católicos sorprendió al mundo: comenzaron una campaña de recolección de fondos para ayudar a la reconstrucción de la mezquita.

Mons. Paul Hinder, vicario apostólico de Arabia, celebró una misa durante su visita pastoral a Mascate, Arabia Saudita. Durante la oración de los fieles se hizo una plegaria por el sultán Kaboos. Estos cristianos rezan por alguien no cristiano cuando sólo a pocos kilómetros de Mascate, cruzando la frontera, llevar un crucifijo podría significar pena de muerte debido a las leyes islámicas.

¿No se está exagerando según la doctrina aristotélica? Según la doctrina aristotélica, sí; pero según la doctrina de Cristo, no. Parece una locura lo que hacen estos cristianos. Puede ser que lo sea pero, en todo caso, es una locura de caridad. Porque lo que lleva a estas “locuras” no es, de ninguna manera, un motivo social, político o económico. Es únicamente la caridad de Cristo que vive y se realiza en los corazones de todos estos cristianos. Es el ejemplo de su Maestro el que les da fuerza. Tienen grabadas a fuego en el corazón las palabras de Jesús: «en esto sabrán que sois mis discípulos».

Hace dos mil años un puñado de pescadores cambió un imperio romano que nadaba en intrigas y asesinatos. La gente escuchaba que los cristianos eran enemigos del Estado porque eran criminales. Pero cuando los veían, sólo se podía decir de ellos: «¡Mirad cómo se aman!». La caridad era su única arma y con ella vencieron todo un imperio que tenía legiones en todas sus fronteras.

Hoy debemos conquistar un nuevo imperio. Un imperio regido por el egoísmo, la indiferencia, el odio, las guerras, la avaricia. Y nuestra arma no será distinta; será, una vez más, la caridad. El Papa ha lanzado un primer batallón de choque con su encíclica «Deus caritas est». Nosotros debemos comenzar la lucha cuerpo a cuerpo con quienes nos rodean. Sonreír a quien nos critica, saludar a quien nos guarda rencor, ayudar a quien nos pone trabas, perdonar a quien nos ofende. Éstas son las armas que debemos usar para vivir nuestra única consigna: «amaos como yo os he amado». La victoria en esta batalla depende de nuestra acción, de mi acción. ¿Qué voy a hacer hoy para vivir la caridad con quien está a mi lado?


¡Vence el mal con el bien!