La sencillez del P. Buffe

Autor: P. Luis Garza LC

 

 

Un pueblito en los Alpes. La pequeña iglesia de Enchastrayes cerca de Barcelonnette. Su sacerdote, el P. Buffe. ¿Quién era este sacerdote? Se podría caracterizar como un hombre de Dios, un hombre sencillo, lleno de amor por su vocación sacerdotal. Un hombre que tenía un celo ardiente por la salvación de las almas. Los que lo conocieron durante los últimos años de su vida, se acuerdan de él como una persona sencilla que, con su patriarcal barba blanca, reflejaba la sabiduría y la paz interior. Una mirada que no se podría olvidar jamás. 

Varias familias después del primer contacto con este sacerdote sencillo, se convirtieron en sus fieles parroquianos. Pero, ¿qué tenía el P. Buffe que atraía tanto a las personas? Fueron los pequeños detalles que dejaron huella en los corazones. Era un sacerdote lleno de fuego, cuya palabra impactaba, capaz de transmitir el amor de Dios a los demás durante sus sermones. Predicaba homilías tan vividas y sentidas, que a veces dejaba caer algunas lágrimas. Algunos fieles recuerdan haber repetido en varias ocasiones a sus papás después de la misa: “qué raro, tenemos ganas de hacer todo lo que dice”.

El domingo, la liturgia era siempre muy cuidada y detallada. Muchos fueron los que aprendieron algunos cantos gregorianos con él, desde el Kyrie hasta el Credo, pasando por el Gloria. 

El día en el cual se presentaron dos niños para acolitar la misa, se podía ver la alegría resplandecer sobre su cara. Desde este instante no hubo ni un domingo en el que faltara el incienso. Poco a poco el coro de la iglesia se llenó con más de una decena de monaguillos. El P. Buffe se preocupó entonces de la formación espiritual de sus acólitos. Les enseñó el catecismo y los actos de adoración que se tenían que decir cada vez que se entraba en una iglesia. A los más grandes, les regaló Biblias para las clases suplementarias de catequesis que les daba los sábados por la mañana. 

Era un sacerdote que rezaba mucho. Cuando se le iba a visitar o se llegaba muy temprano, antes de misa, se le encontraba muchas veces orando en la capilla. Una oración que era sencilla y llena de amor, como lo reflejaba de manera singular en su manera de bendecir la mesa: “el pan de ayer está duro, el pan de mañana no lo conozco, gracias, Señor, por el pan que nos das hoy”. 

Al igual que san José, este sacerdote sabía trabajar la madera. Aprendió a hacerlo con su papá que era leñador, del mismo modo que Cristo aprendió de su padre, el carpintero. Había dejado en su iglesia varias obras talladas por sus manos, como el tabernáculo que tenía una forma de capilla y el ambón.

Al final de su vida, el P. Buffe tenía una salud bastante delicada, debido a su edad pero también a un accidente que tuvo un día cortando un árbol. El árbol cayó sobre él y se rompieron todas las costillas. Logró sobrevivir pero, desde entonces, su salud fue mucho más frágil. Al menos una vez al año se veía obligado a ir al hospital. Uno de sus monaguillos, antes de entrar al seminario, lo vio por la última vez en el hospital. En esta ocasión, el P.Buffe repitió lo que solía decir cuando se le hacía preguntas acerca de su salud: “sigo adelante”. Pasó los tres últimos años de su vida en el hospital donde ofreció todos sus sufrimientos por la salvación de las almas.

Este sacerdote sencillo y desapercibido a los ojos del mundo, murió en noviembre del 2008. Cuando se enteraron de su muerte los que lo habían conocido, les vino a la mente una frase que el P. Buffe solía decir: “mi vida es como un libro cuyo título es El libro de... y estoy casi al final”. Así es, el capítulo de la vida terrena del P. Buffe acababa de terminar. Sin embargo, el capítulo final de su vida lo empezó ya en el cielo. Y he aquí el inicio: “entra siervo bueno y fiel en el gozo de tu Señor”.


¡Vence el mal con el bien!