Un mártir moderno

Autor: P. Eugenio Martín, L.C

 

 

En un aula Pablo VI abarrotada de fieles, con motivo de la celebración de las bodas de oro sacerdotales del Papa Juan Pablo II, todos los asistentes nos quedamos por un momento sin respiración al escuchar el testimonio del P. Anton Luli, S.I. Los servicios secretos del sistema comunista estaban convencidos de que en Albania lograrían su sueño de crear una sociedad perfecta, sin Dios. No importaba lo que fuera necesario hacer con tal de lograr el objetivo de cancelar todo vestigio de religión y arrancar de raíz cualquier brote de esa “ilusión enferma” en el corazón de las personas y de los pueblos.

No creo necesario detenerme a describir los detalles de las torturas y vejaciones físicas y psicológicas a las que este sacerdote católico fue sometido por el régimen más duro de los países satélites de la ex “unión soviética”. En realidad, las tristemente recurrentes prácticas represivas del comunismo ya son del dominio público gracias a los relatos de Alexander Solzhenitsyn en Rusia, de Armando Valladares en Cuba, o del Card. Nguyen Van Thuan en Vietnam. Pero lo que hizo del todo singular la narración del P. Anton Luli, fue su final, que levantó una explosión de aplausos de todos los presentes en el aula, como si hubieran disparado a una parvada de palomas.

En 1989, con la caída del muro de Berlín, se le abrieron las puertas de la cárcel, donde este hombre de 79 años fue condenado a muerte cuando apenas tenía un año de ordenado y vivió una experiencia que le hacía recordar el infierno descrito por Dante. Pocos días después de abandonar este horrible lugar en el que cualquier mortal habría perdido toda chispa de esperanza y de amor, nos contó el P. Anton que se encontró ,en la misma calle por la que transitaba, al que le había condenado a prisión. Al reconocerlo, sintió compasión de él, cruzó la calle, le estrechó la mano con una sonrisa y le abrazó.

Si para nosotros el mártir es el “testigo”, el que da testimonio, incluso hasta el derramamiento de su propia sangre, creo que este sacerdote nos deja un ejemplo excelso de lo que significa ser cristiano. Como seguidor de Jesucristo, da testimonio de quien ha conocido el Amor, y lo vive al estilo de su maestro: “Nadie tiene más amor, que el que da su vida por sus amigos”. Y por sus enemigos... “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Creo que este tipo de mártir, es muy diverso al que presenta el director de cine francés Pascal Laugier en su polémica cinta “Martyres”, donde intenta el experimento de secularizar la experiencia mística del sufrimiento humano llevado hasta el extremo. Lo que se le olvidó a este buen hombre, como a muchos modernos que racionalizan la religión, es que Dios hecho hombre ha dado un significado al dolor humano. Pero si lo intentas imponer extrínsecamente, te pasará como a Venancio que le preguntó a su amigo Manolo: “Oye, Manolo, ¿es cierto que te has hecho testigo de Jehová?” A lo cual respondió Manolo: “¡Pero qué dices! Si yo ni siquiera estuve en el accidente...”


¡Vence el mal con el bien!