Servicialidad: Evangelio de los 5 dedos

Autor: Laureano López, L.C.

 

 

Existen ciertas virtudes, como la servicialidad, que difícilmente se encuentran en un tratado formal. Es a partir del testimonio de grandes personajes que la irradiaron en nuestro mundo que podemos llegar a una definición sencilla de sus fundamentos y rasgos esenciales.

La descripción de esta virtud la ofrece una mujer que la vivió con perfección e intensidad. Para la Madre Teresa de Calcuta, el fundamento de la servicialidad consiste en poner en práctica el “Evangelio de los cinco dedos”: A - Mí - me - lo - hiciste (Mt 25,40).

Seguramente no encontraremos una virtud más “a la mano”, ni una fórmula mnemotécnica más atrevida. Cristo se encarnó, no para ser servido, sino para servir y entregar su vida por muchos; por ello también exhortó a sus seguidores a encarnar esta enseñanza en sus vidas: lo que hagas por tu hermano, a Mí me lo hiciste.

La servicialidad cristiana radica no sólo en ofrecer una ayuda o un favor a los hombres, sino en la actitud personal de reconocer en el servicio a nuestros hermanos el servicio al mismo Dios. Esta virtud se puede ejercitar constantemente y en su ejecución no hay acto que no tenga valor, pues el mismo Jesús dijo: “todo aquel que les dé de beber un vaso de agua, por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no perderá su recompensa” (Mc 9,41).

En la vida diaria se nos presentan muchos momentos y diversos ambientes, para practicar este “Evangelio de los 5 dedos”.

Dentro del hogar. Aquí no vale ser “faro de la calle y oscuridad de la casa”. La convivencia familiar es la primera instancia donde se nos presentan innumerables oportunidades para ser serviciales: lavar la vajilla, llevar a los hermanos a sus actividades, tirar la basura, alimentar a la mascota, servir la comida, colaborar en las labores domésticas, etc.

En el colegio. La comunidad estudiantil ofrece ocasiones maravillosas para servir: las sociedades de alumnos, los responsables de clases, la acción educativa de los profesores o las reuniones entre los amigos para realizar las tareas y ayudar a quienes se les dificulta más el estudio.

En el trabajo. El ambiente laboral se nos presenta como un gimnasio para ejercitarnos en la colaboración y servicio recíproco. Para cualquier proyecto de trabajo hay que “arrimar el hombro”, y muchas veces las relaciones laborales mejoran cuando ayudamos a ese colega de la oficina dedicando algunos momentos de nuestro tiempo.

En la Iglesia. La vida eclesial se abre como otro horizonte para la servicialidad. Basta pensar en las diversas actividades organizadas por la pastoral parroquial, la riqueza de los movimientos eclesiales y las obras de apostolado para ayudar a los más necesitados. Es importante reflexionar un momento, ¿en cuál de ellas se puede apoyar o servir?

El hombre es uno de los pocos seres vivos que tiene manos. Éstas, con sus cinco dedos y su finísima sensibilidad, le proporcionan una amplia gama de movimientos y versatilidad en su uso. Decía santo Tomás de Aquino que “el hombre posee su razón y las manos”.

Dios ha dado a la persona humana una naturaleza racional que le permite interactuar conscientemente con los demás y una constitución corporal que manifiesta esta constante apertura. Por ello el hombre está llamado a vivir la servicialidad: a “echar una mano” en el trabajo del otro, a “tomar de la mano” al necesitado, a “tender una mano” para levantar al caído, a “dar a manos llenas” para que, sirviendo a los hombres, sirva también a Dios.

Todos estamos invitados a practicar la servicialidad en nuestra vida. Para lograr una transformación eficaz de nuestro mundo, tenemos que empeñarnos responsablemente en vivir a fondo este “Evangelio de los 5 dedos”: A Mí me lo hiciste.


¡Vence el mal con el bien!