El sacerdocio y el celibato

Autor: Diego Calderón, L.C. 

 

 

El debate público sobre el celibato sacerdotal puede desembocar en críticas contra este don en los medios de comunicación y en una sociedad “cada vez más secularizada que excluye progresivamente a Dios de la esfera pública” (cf. Benedicto XVI, Audiencia al congreso teológico, Roma 12 de marzo del 2010).

¿Por qué el sacerdote católico es célibe? ¿Por qué renuncia al amor de una mujer o a la posibilidad de tener hijos? El celibato es considerado hoy por hoy como algo “anti-natural”. Frente a algunos casos de pedofilia, el matrimonio del sacerdote se propone como solución al problema. Desde una perspectiva “pastoral”, algunos sugieren la eficacia apostólica del sacerdote casado como guía y compañía efectiva de los matrimonios.

Las soluciones a estos interrogantes sobre el celibato sacerdotal se pueden desarrollar desde dos perspectivas: una cristológica y otra socio-psicológica.

En la dimensión cristológica, ante la pregunta ¿por qué el sacerdote católico es célibe?, se puede dar una respuesta sencilla y razonable partiendo del hecho de que Jesucristo no estaba casado y no tenía hijos, y es justamente Cristo el modelo que el presbítero está llamado a imitar como discípulo del Señor. En Cristo, en su personalidad carismática y en su capacidad para convencer, encontramos individuada la razón profunda del celibato sacerdotal.

Los Evangelios no hacen una mención explícita al hecho de que Jesucristo no tuviese esposa ni hijos. Por esta razón el profesor Stefan Heid, del Pontificio Instituto de Arqueología Cristiana, afirma que el celibato de Jesús tiene sus raíces en la persona divina de Cristo y en su mensaje salvífico. El profesor Heid justifica su tesis desarrollando cuatro argumentos al respecto (cf. Congreso teológico, Roma 12 de marzo 2010).

1- La continencia estaba imprescindiblemente ligada a la espera del Mesías: el pueblo judío en la época de Jesús consideraba la espera del Mesías y los tiempos mesiánicos como una realidad casi palpable. Era inconcebible que el Mesías estuviese casado. Ser el Mesías y ser el Hijo de Dios por sí mismos excluían el matrimonio. Los hijos de Dios no han sido generados de sangre ni de carne (Mt 16,17; Gn 1,12-13). Jesús vivía célibe y animaba a sus discípulos a hacer lo mismo por amor al Reino de los cielos (Mt 19,12). Jesucristo se reveló como Mesías. El celibato por lo tanto pertenecía a la misión escatológica de Cristo.

2- La continencia estaba inseparablemente ligada al pensamiento del martirio: Jesucristo murió como un mártir de la verdad en la cruz por la expiación de los pecados del mundo. Era inconcebible que tal redención pudiese venir de un hombre casado porque el sacrificio expiatorio consistía, precisamente, en la libre aceptación de la muerte, o sea en la renuncia a la propia vida. Al matrimonio, por su parte, pertenece la transmisión de la vida en la generación de los hijos. Desde esta perspectiva, el matrimonio no implica una renuncia a la vida sino que es ofrecer el don de la propia sangre a las generaciones sucesivas. Quien genera hijos vive en ellos de modo físico.

3- La continencia estaba inseparablemente unida a la esperanza de la Resurrección: la Resurrección revela que la verdadera plenitud de vida no se obtiene a través de la procreación física sino a través de la Resurrección. La salvación no viene a través de la descendencia del cuerpo (Mt 3,9) sino a través del Espíritu Santo (Mt 3,11). Los saduceos, que no creían en la resurrección, quieren probar a Jesús presentándole la dificultad de imaginar la resurrección de parejas casadas. En la resurrección ¿qué mujer pertenecería al hombre que se casó varias veces? Jesús responde: “En la resurrección, ni los hombres ni las mujeres se casarán sino que serán como ángeles en los cielos” (Mc 12,25). La continencia era un signo de la Resurrección. Por esta razón era imposible pensar que el Primero en resucitar de entre los muertos fuera casado.

4- La continencia estaba unida a la Eucaristía: a través del Cáliz del martirio (Mt 16,39) Cristo donaba su sangre y donaba la vida eterna a los demás mejor que con la descendencia física. En la Eucaristía Cristo está plenamente presente también como hombre célibe. Sería difícil imaginar a Jesucristo como padre de familia diciendo a sus hijos: “tomen y coman, este es mi cuerpo y mi sangre que da la vida”. La Eucaristía es posible porque Cristo no estaba casado.

Por otro lado, desde la dimensión socio-psicológica, el profesor Manfred Lütz, consultor de la Congregación para el clero, responde a la consideración del celibato como algo “anti-natural”, a los casos de sacerdotes pederastas y a la idea errónea de un mejor trabajo apostólico por parte de un sacerdote casado respecto a las familias que él guía (cf. Congreso teológico, Roma 12 de marzo 2010).

En los últimos decenios se ha ido consolidando la afirmación que “renunciar” a la sexualidad no es algo natural y ante el estado de vida célibe algunos han tomado posturas de enojo y agresividad.

Partiendo de esta afirmación nos podemos preguntar ¿cuál es el concepto de naturaleza al que se hace referencia? Desde la perspectiva de una tal afirmación resultaría que Mahatma Gandhi, que siempre hizo “voto” correspondiente al celibato, era “innatural”, y también el Dalai Lama sería “innatural” o quizás todos los hombres que viven intencionalmente sin casarse. En una visión como ésta sólo se concibe el aspecto corpóreo del hombre en el término naturaleza.

Para un persona, sana psicológicamente, podría resultar indiferente el hecho de que otros hombres renuncien a la sexualidad voluntariamente o por cuestiones de enfermedad o cuestiones parecidas. Por esto se puede considerar que la agresividad o el enojo con el que muchos atacan el celibato, en términos psicológicos, es un signo de que el agresor mismo podría tener algún problema con la experiencia concreta de la propia sexualidad, un problema que él mismo no quiere admitir.

El celibato no debe concentrarse solamente en cuestiones de la sexualidad genital sino que se debe ver como una determinada forma de relación que encierra un profundo amor a Dios y una adecuada interacción con los hombres confiados a la obra ministerial del sacerdote.

La vida célibe del sacerdote también se ha sometido a la prueba ante los abusos de niños y jóvenes por parte de algunos sacerdotes y religiosos. Surge, entonces, la pregunta de si el matrimonio del sacerdote podría ser la solución al problema.

Esta cuestión se plantea de manera equivocada porque no hay correlación entre el celibato y la pedofilia. Partimos del presupuesto de que el sacerdote católico tiene una íntima relación con Dios y desde esta perspectiva una “crisis del celibato” puede ser provocada por el abandono de la vida espiritual. Si un sacerdote no reza con regularidad, si descuida su confesión y se aleja de sus relaciones vitales con Dios, en cuanto sacerdote no será fecundo y experimentará un estado de frustración e insatisfacción de su vocación sacerdotal. En este estado el presbítero estará más expuesto a buscar compensaciones en relaciones externas y ajenas a su condición sacerdotal.

Finalmente decir que un sacerdote casado puede acompañar y guiar mejor a los matrimonios es un engaño porque un pastor de almas casado corre siempre el riesgo de revivir inconscientemente y de aplicar a otros las experiencias de su propio matrimonio. Por el contrario, un buen pastor de almas, sin ningún prejuicio o vivencia propia, tiene una rica y variada experiencia con tantas situaciones matrimoniales que acompaña.

En conclusión, el horizonte de la pertenencia ontológica del sacerdote a Dios constituye el valor profundo del celibato. El celibato hace al sacerdote más libre para su trabajo pastoral, pues su rebaño se convierte en su única preocupación. El celibato no significa aislamiento o soledad sino ser libre para las personas y para el desarrollo de la propia vocación sacerdotal.

El celibato es para la Iglesia Católica un don precioso de Dios a Ella por el cual debemos rezar constantemente.



¡Vence el mal con el bien!