Contemplación

Autor:  Blanca Olivia Enríquez Vázquez

 

 

Detenerse un momento para reflexionar sobre la importancia del tiempo es necesario para equilibrar la vida. Reasignar valores a la misma, proyectar aspiraciones, deseos y planes; recordar, son puntos estratégicos para redefinir la forma de vivir. Ciertamente a lo largo del transcurso del día hay diferentes instantes o tiempos de ajuste que pueden aprovecharse para este objetivo: la espera en una fila, en una cita, por la mañana antes de la rutina, por la noche anterior al descanso, después de la comida, en fin cada uno identifica su momento más preciso y precioso para esta acción.

Pareciese que la vida se divide en producir, consumir, trabajar, divertirse y olvidarse, pero en realidad lo antes mencionado es parte de la misma. Ciertamente es necesario trabajar para obtener un sustento, para aportar a la sociedad en que se vive, para ser útiles, pero no se reduce la vida a ello, es un medio para descubrir lo verdaderamente valioso de la vida: vivirla. Y el cuestionamiento sería ¿Cómo se vive la vida? ¿Cómo se lograr extraer de ella lo mejor? ¿Cómo se vive plenamente? Esa ha sido la pregunta de la humanidad a lo largo del tiempo y habrá tantas respuestas como seres humanos han poblado la tierra. Lo cierto es que para vivir no debe faltar un elemento importante y total: la contemplación. 

Alguien podrá decir que eso pertenece a religiosos, gurús o personajes dedicados a la meditación, sin embargo, uno de los principales dones que tenemos como seres humanos es precisamente ese: capacidad de contemplar. Mirar, observar, escuchar, para poder reflexionar y asombrarse ante las sorpresas diarias, para soñar e ilusionarse en el futuro, vivirlas y disfrutarlas en el presente, y saborear los recuerdos del pasado.

Contemplar es pensar, meditar, es oír lo imperceptible, ver a través de, es palpar lo que no se toca. Es también adueñarnos del jardín que nos corresponde en la tierra, de nuestro pedazo de playa y nuestras olas del mar, es abrigar y acariciar las nubes y las estrellas, es seguir el vuelo de una ave es enriquecernos con la sonrisa de los demás, sufrir con el dolor del otro, es también cerrar grietas de egoísmo, es redefinir quienes somos.

Contemplar es mirar a nuestro interior, reconocernos día con día, aceptarnos y decidir mejorar, contemplar es ser misericordiosos con nosotros mismos, perdonarnos para brindar misericordia y perdón.

Contemplar es rebosarnos de tiempo, de paciencia, es decidir vivir íntegramente la vida.

Pero no confundir la contemplación con la indolencia o la inactividad, el que contempla realiza un mayor trabajo y esfuerzo que lo condiciona a dar y servir más, no en virtud de vanagloria sino en el genuino deseo de darse. 

El reto de la posmodernidad no es ganarle tiempo al tiempo, no es producir, hacer, realizar más en menor tiempo y esfuerzo, de suyo la posmodernidad nos da elementos para hacerlo, el riesgo es caer en ello sin equilibrar lo esencial de la vida, la contemplación.

Atender lo esencial, construir el andamiaje diario que nos permita ser felices, no con lo pasajero, ni con lo puramente placentero o aquello que anestesie nuestro ser, sino con la vivencia de la vida misma, con su multiplicidad de circunstancias, dolorosas, alegres, desconcertantes, pero con el deseo de humanizarnos un día sí y otro también, y eso es la labor de la contemplación.


¡Vence el mal con el bien!