Un ángel bestial

Autor:  Juan José Ramírez, L.C

 

En la historia del hombre ha habido pocos abismos de crueldad, odio y degeneración tan oscuros como los campos de concentración nazis o los Gulags soviéticos. ¿Cuándo llegó el género humano más bajo? Muy pocos sobrevivieron para narrarnos esas escenas infrahumanas.

Viktor Frankl, judío fundador de la Logoterapia, nos dibujó la pesadilla de los campos nazis con sus libros y conferencias. Alexander Soljenitzin, antiguo comunista ruso, también hizo públicas las abominaciones de los Gulags, menos conocidas que las concentraciones nazis pero no menos horrendas. Ahí los castigos no tenían límite de ingenio o malicia: hacían rodar por escaleras a presos amarrados a troncos, había trabajos forzados a 50 grados bajo cero. Cuando había “exceso” de presos, los quemaban vivos, los mataban de hambre y en sus hospitales internos eliminaban a casi todos los enfermos. Además las pandillas de presos se mataban entre sí como canes salvajes. Ahí la ley era “pisar y hundir a los demás para intentar alcanzar un día más de vida; robar, golpear y matar para alargar esa miserable y pálida existencia”.

Dos personas tan diversas como Frankl (“El hombre en busca de sentido”) y Soljenitzin (“Archipiélago Gulag”) llegaban por el camino del tormento a las mismas reflexiones. Parecía que en esos campos la única forma de sobrevivir era renunciar a la dignidad con la traición, la denuncia, la violencia o la prostitución. Y sin embargo, esa aparente maquinaria de degeneración universal, no hacía más que potenciar esos valores y antivalores que cada preso había depositado previamente en su corazón: “Ahí el corazón malo se volvía bestial, pero el corazón sencillo se elevaba”. Esa es la dinámica del dolor a cualquier nivel que se presente.

“¿Qué es por lo tanto el hombre? El ser que siempre decide lo que es. El hombre tiene la potencia del cerdo y del santo; de sus decisiones y no de sus condiciones dependerá qué potencia se manifieste (V. Frankl). Es un anfibio (C.S. Lewis), “un camaleón; no es ni celeste ni terrenal, pues cada uno se esculpe y configura lo que quiera” (Pico Della Mirandola). Con sus actos buenos se construirá a pesar de las adversidades; con los actos malos se despedazará. Cada hombre es dueño de su vida. Las circunstancias más terribles nunca le arrancarán la dignidad contra su propia voluntad.

¡Qué importante lección de vida aprendida en un campo de concentración! Hay valores que hacen más humana y noble su existencia, como la amistad, la salud, la educación; pero el primero de todos los valores es la Vida, entendida no como un fenómeno orgánico, sino como Proyecto, como desarrollo de su alma hacia una meta precisa, hacia un objetivo Trascendente. Esta meta no puede ser el bienestar, el dinero, la fama o el poder. La vida del hombre es un Proyecto hacia el amor pleno, hacia Dios. Dios es el único que da el sentido más profundo. El Dios-Amor de la Revelación bíblica es la meta última y más alta a la que puede aspirar un hombre. El reto de todo hombre y mujer es sobreponerse a las circunstancias persiguiendo una meta que vale la pena. Su reto edificar su vida en cada instante, de cara a Dios; sin dejarse vencer por el mal, sino venciendo el mal con el bien.

¿Tendrán los hombres que pasar por un campo de concentración para abrir los ojos a esta realidad y abandonar su indiferencia relativista?