El pórtico de la paz

Autor: Alejandro Páez

 

 

Corre el año de 1936. El gobierno mexicano ha expropiado las propiedades de los más grandes terratenientes de la república. Uno de ellos se dirige a caballo hacia el polvoriento pueblo de Cotija. En el pórtico interior de una casa colonial lo recibe Don Francisco Maciel Farías.

- “Lo mandé llamar para hacer el pago” – dice Don Francisco

- “Pero, Don Francisco, usted sabe que la parcela que me compró ha sido expropiada y, aunque me pague, el gobierno no la cederá…” - responde el hombre.

- “Antes de la expropiación yo firmé el contrato y en justicia le debo este dinero”.

Sin más, Don Francisco desembolsa el monto exacto del terreno expropiado y lo entrega a su socio. La “compra” queda efectuada y los dos se despiden.

El socio se quedó con el dinero. El gobierno se quedó con las tierras. Y Don Francisco se quedó con ¿qué?... ¿con nada? No. Don Francisco se quedó con su honradez y su justicia. No podemos menos de maravillarnos ante un hombre así. Y es que la justicia, así desnuda, sin dobles sentidos ni segundas intenciones, nos sobrecoge. Nos hace decir: “¡He aquí un verdadero hombre!” Si todas las virtudes nos admiran, la justicia nos deja sin palabras.

Aunque es realmente heroico vivir la justicia, es facilísimo definirla. La justicia es la disposición constante de dar a cada uno lo suyo. El caso de Don Francisco nos hace ver que la justicia es mucho más noble que simplemente ir quejarse y acusar al otro frente al juez. Es una virtud, y una virtud quiere decir sudor y lágrimas para conseguirla. Es la virtud de la gente madura porque para vivirla hay que hacer callar al niño malcriado dentro de nosotros que quiere a toda costa el pedazo más grande del pastel. La justicia, por tanto, tiene mucho que ver con la humildad que nos dice verdaderamente qué nos pertenece y qué no.

Sin embargo, la justicia sola no basta. Y esto lo saben muy bien las madres. Cuando papá está a punto de dar a Juanito “su merecido”, mamá implora con esa mirada suya papá suspira y lo perdona. Algo en nosotros nos dice que el brazo de la justicia, si no lo temperáramos, se convertiría muy pronto en tiranía: Ese algo es el amor cristiano que en esta particular manifestación se llama misericordia. La misericordia es la hermana melliza de la justicia. La justicia sin misericordia es inclemencia. La misericordia sin justicia es debilidad.

Es precisamente por esto que la Iglesia no se cansa de proponernos una sociedad construida sobre la justicia y la caridad cristianas. Estas dos virtudes son las dos columnas del majestuoso pórtico de la paz. Por aquí se entra a la verdadera morada del hombre, a una sociedad auténticamente humana. Si tuviéramos que esculpir esos pilares, deberíamos poner en ambos la imagen de Cristo crucificado donde justicia y caridad se funden. Justicia por nuestros pecados; caridad por nuestra redención. Los que buscan el bien de la sociedad al margen de estas dos columnas terminan inevitablemente perpetrando acciones injustas en nombre de la justicia.

¿Cómo edificamos, entonces, la morada del hombre, el pórtico de la paz? En la práctica; construir la justicia es tan sencillo y tan concreto como llamar a a mamá para ver cómo está o detenerme un momento en una iglesia para platicar con Jesús Eucaristía. ¿Y esto qué tiene que ver con la justicia? La justicia es una virtud cardinal, que viene del latín cardo que significa gozne. Esto nos dice que muchas otras virtudes penden de las virtudes cardinales como de un gozne. Si la justicia es dar a cada uno lo suyo, de ella se desprende la religión, que es dar a Dios lo que es suyo, el culto debido. Se sigue también la piedad, que es la justicia para con nuestros padres. La veracidad es también hija de la justicia, pues ofrece a los demás la verdad a la que tienen derecho. Un fruto predilecto de la justicia es la gratitud, que da a nuestros bienhechores la consideración debida.

La sociedad que todos buscamos, no está tan lejos como creemos. La construimos en cada acto de gratitud, en cada momento de piedad. Basta un poco de creatividad y ya veremos cómo con hombres más justos, el mundo será más justo.