El llamado y la respuesta discipular

Autor: Viviana Endelman Zapata

 

Por la Palabra conocemos el vínculo especial que Jesús entabla con aquellos a quienes elige para que sean sus discípulos y los envía con la misión de que todos lo sean.

Los discípulos aparecen diferenciados de la multitud. Están llamados a la experiencia de cercanía con el Maestro, a la íntima comunión. A que sea Jesús el que viva en ellos.

Son elegidos para recibir la revelación de Jesús como Palabra de Dios para los hombres. Ellos, hace muchísimo tiempo. Y hoy también tantos. De distintos lugares del mundo, de diferentes culturas y costumbres. Pero con un rasgo común: el de la pequeñez. Ese es el rasgo que conmovió a Jesús.  Cuando regresan de la misión los 72 discípulos elegidos, Jesús se estremece de gozo y ora: 

"Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: "¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!". (Lc. 10, 21-24) 

Y esta elección de Jesús está invitando al discípulo a vivir como tal. No se trata de llevar el rótulo sino de ser coherente con el llamado, con una identidad. Con esa cercanía que decíamos.

Esa identidad está anunciada en la Palabra. Podemos pensarla como el “máximo” al que invita Jesús a sus discípulos:

Un día, Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: "Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. (Lc. 14, 25-26) 

Nos podemos quedar con que es un “lenguaje duro” el del Maestro. Pero podemos descubrir lo hondo de la invitación que Jesús nos hace. Nos está interpelando la vida entera, nos está ubicando en nuestra condición eterna de hijos.

Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a (su familia) Y hay que tener una escucha clara de esto. Jesús nos está descubriendo la vocación primera de donde brota belleza para todas nuestras vinculaciones. Él nos ofrece un amor que da vida plena a lo que hacemos y a los afectos.

Jesús nos está llamando a un amor grande, y tan hermoso que no termina en nosotros mismos. ¿Quién en este mundo nos propone semejante amor? ¿A quién iremos? Como se preguntaba Pedro. 

¿Hay gozo en mí por sentirme parte de esta comunión tan honda, por el don de vivir y vincularme desde la alianza de amor con el Maestro? ¿Me descubro elegido para estar muy cerca? 

Siguiendo con la cita de Lucas, leemos:

El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: 'Este comenzó a edificar y no pudo terminar'. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. (Lc. 14, 27-33) 

A la luz de esta Palabra descubrimos que podemos pensar la cruz como la responsabilidad que nos implica el vínculo de discípulo con Jesús. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?

Cargar con la cruz es también asumir la realidad del llamado y vivirlo a fondo. Hacerse cargo, poner de nuestra parte lo necesario para desarrollarlo.

Podemos pensar la cruz como la cruz de la coherencia de vida. Según lo que hemos recibido, damos, nos damos.

De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. Renunciar a todo lo que poseemos es también ofrecernos a nosotros mismos, dejar a Dios que complete su voluntad a lo largo de nuestro crecimiento humano.

El compromiso maduro del discípulo pasa esencialmente por entregarse y ofrecerse uno mismo a Dios y entonces a los otros.

 

Y sí, otra vez nos pueden sonar duras estas palabras sobre la cruz y la renuncia. No son las palabras más agradables en un ambiente social donde se va generalizando la actitud de pedir más “derechos individuales” pero asumir menos responsabilidades. Tampoco son las palabras de un político demagogo que quiere ser elegido por todo lo que ofrece. 

 

¿Y cómo pensar la responsabilidad?

La responsabilidad no tiene nada que ver con “exigencia por la sola exigencia”, ni con una vida cristiana de cumplimiento por cumplimiento. Pero sí tiene que ver con compromiso, esfuerzo, con moverse por el amor y dejarse orientar por el impulso del Espíritu Santo, aunque este impulso desinstale.

La responsabilidad, el hacernos cargo de un llamado, trasciende aspectos como: las ganas-no ganas, el entusiasmo-no entusiasmo, mucho tiempo disponible-poco tiempo disponible, estar cansado-estar descansado... Esto le implica al discípulo, por ejemplo, buscar la comunión eucarística cada domingo y estar atento a buscarla otros días en la semana. Elegirla siempre, aunque le cueste, aunque tenga un montón de cosas que hacer. Le implica defender su participación en la comunidad cada vez. Salvo real imposibilidad. Y mantenerse alerta, en discernimiento: ¿qué es para él una real imposibilidad?

 

En general, todo lo que nos implica responder al llamado lo podemos vivir con mayores o menores esfuerzos, en mejores o peores condiciones. Pero no podemos adoptar como criterio para las respuestas cotidianas discipulares el sin esfuerzo y el que se den todas las circunstancias favorables. Además esto casi nunca es así.

¿Y por qué ir haciendo los esfuerzos? Creo que la búsqueda es elegir lo que más nos construye a nosotros y edifica a los demás (familia, amigos, colegas…).  

El discípulo se va preguntando ¿a qué me está invitando el amor de Dios? Porque en ese querer se encuentran las opciones acertadas. Y a medida que las va tomando se va configurando su coherencia discipular. 

 

El discípulo gana la vida 

El discípulo no es el que está esperando recibirlo todo. Es el que vive para Dios, vive para amar. Está más concentrado en eso, sin pensar tanto lo que obtiene a cambio. No está centrado en cuál es su “ganancia”, en términos más comerciales. Y entonces, se siente defraudado en la dificultad, en las situaciones duras que vive como ser humano.  

El discípulo camina con una certeza: el encuentro con Jesús, la búsqueda de vivir en Él y como Él, es la perla de su vida. Va experimentando que está en el camino acertado.  Elegir las propuestas de Dios lo hacen feliz, lo hacen más él mismo. Este es un tipo de ganancia que excede nuestra forma de evaluar.

En la respuesta a la voluntad del Padre, el discípulo va palpando la plenitud de su vida. Y descubre que las renuncias que hace por elección valen la pena, dan frutos.  

El discípulo gana la vida con el amor, la encuentra al darse.

La fe discipular nos pide ir descubriendo que Dios no es un seguro de vida. Me desentiendo y con Él viene el desarrollo -más asociado a la idea de progreso, de cero problemas, de cero pérdidas-. No es un seguro contra todo riesgo.

Nos pasan las cosas que le pasan a todo el mundo. Jesús le dijo al Padre: no te pido que los saques del mundo, pero sí que los preserves del mal.

Y creo realmente que el mal es estar fuera del amor. Hacer de la fe un negocio, un pacto de intereses: “yo te doy, vos Señor me das”. El desarrollo pleno, la vida en abundancia, pasa por otro lado: por descubrirme amado en cualquier circunstancia, y amar. Pasa por cómo vivimos las cosas.  

El discípulo le pertenece al Señor. A medida que va creyendo y viviendo desde este lugar, ¡cuántos frutos se irán recogiendo!     

Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí

mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras”. (Mt. 16, 24-27)

“Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna. Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros”. (Mt. 19, 29-30)