¿Desarrollo humano con Dios o sin Dios?

Autor: Viviana Endelman Zapata

 

¿Qué pasa que hoy se extiende la creencia de que hay que dejar de lado a Dios para que el hombre se desarrolle, crezca?

¿Cuáles son las imágenes que hay detrás de la oposición desarrollo del hombre-vínculo con Dios?

Lo primero que observamos es que circula en nuestros ambientes una idea errada sobre la autonomía humana. Es una autonomía que quiere ser homologada con la “grandeza” de un hombre que puede vivir con independencia de Dios, rechazando toda relación a Dios. Es una forma de comprender la autonomía que, según Juan Pablo II, está viciada del racionalismo iluminista que “puso entre paréntesis al verdadero Dios y, en particular, al Dios Redentor” y de las consecuencias que esto trajo: “que el hombre tenía que vivir dejándose guiar exclusivamente por la propia razón, como si Dios no existiese”[1] 

Para esta falsa autonomía, vivir en referencia a Dios es rebajar la dignidad personal. Asocia la confianza en Dios con la desconfianza en el hombre. Defiende el “autoafirmarse” del hombre al margen de Dios. 

La falsa autonomía parte de una oposición errada que se puede sintetizar así: Dios o el hombre. Este contraste cobra vigor en la época moderna, que se abre con el giro antropocéntrico del humanismo, época de gran desarrollo de la ciencia y de la técnica con el consiguiente aumento de la confianza en la inteligencia propia, en la voluntad propia y en los medios propios.

En realidad, al menos para la tradición bíblico-cristiana, no constituía ninguna novedad la superioridad del hombre y su capacidad de dominio ante lo creado. La novedad es la radicalización de esta centralidad, inspirada sobre la base de una nueva conciencia de las posibilidades abiertas por la confianza en la razón. 

Es como si en algún momento se hubiera dicho: “No necesito más a Dios” Y es cierto que Dios no es una tapa de nuestra insuficiencia. Pero en este “no necesito” también vino el “no me vinculo más con Dios” y así se llegó a la mentira de que “es necesario que no me vincule si quiero realizarme”. Y entonces empieza a verse como condición de progreso que las sociedades, los Estados, las culturas no se vinculen con Dios, lo ignoren.  

¿Qué ideas de Dios y de la relación Dios-hombre han promovido esta creencia de que es necesario negarlo para que se realice el hombre?

Creo que no se trata de Dios, se trata de una falsa imagen de Dios. Un dios malentendido, asociado con opresor, enemigo de la realización del hombre. Un dios que así, malentendido, se hace preciso ignorar para crecer.  

“Si te asalta el pensamiento de que todo cuanto has imaginado sobre Dios es falso y equivocado y que Dios no existe (...) no creas que tu incredulidad procede de que Dios no existe.

Si ya no puedes creer en el Dios en que antes creías, esto se debe a que en tu fe había algo equivocado y tienes que esforzarte en comprender mejor eso que llamas Dios. Cuando un salvaje deja de creer en su dios de madera, eso no significa que no hay Dios,

sino que el verdadero Dios no es de madera.” (León Tolstoi)

¿Qué muestro yo con mi vida?

Esta contraposición Dios-realización del hombre nos pone en una revisión de nuestra propia fe. Sobre todo si reconocemos que a esta distorsión han aportado también algunas lagunas y ambigüedades surgidas desde el seno de nuestra misma Iglesia, surgidas en nuestras vidas. Por eso es importante que me cuestione a mí mismo: ¿Estoy mostrando con mi vida que el contraste Dios o el hombre es engañoso y que soy más hombre cuanto más soy en Dios? 

De hecho, serios estudios sobre el ateísmo contemporáneo ponen de manifiesto una coincidencia entre el Dios discutido y rechazado por el ateísmo y el Dios que muchas veces anunciamos los cristianos.

¿Estoy mostrando con mi vida que Dios no atrofia la libertad del hombre?  

Abriéndose a la comunión con Dios, el hombre se realiza justamente en su libertad. Cuanto más el hombre se une a Dios, mayor es también su libertad. ¿Descubren esto en mí los otros? ¿Anuncio que la alianza con Dios me hace libre?

Esta experiencia supone una fe adulta, que no ve en Dios al tapagujeros de lo que yo no puedo como persona. Y entonces, desde esta imagen, por ejemplo, me quedo en esos no puedo y me vuelvo mediocre.

La fe adulta, por otro lado, tampoco ve en Dios a un sobreprotector que va perdiendo espacio a medida que avanza mi capacidad como persona para arreglármelas por mis propios medios. Y entonces, desde esta imagen, por ejemplo, voy dejando de lado a Dios a medida que voy adquiriendo seguridades, conocimientos de nivel terciario, universitario, a medida que voy adquiriendo medios económicos, o a medida que crece mi familia… 

¿Ven los otros que Dios ocupa un lugar en mi desarrollo como persona en todas las etapas y situaciones? ¿Y me ven ocupado en el desarrollo personal, familiar y en el servicio al hombre? 

Podemos discernir si estamos o no mostrando con la vida que quien hace la voluntad del Padre reivindica la autonomía humana y se pone en clave de crecimiento. Que la dependencia de Dios no es ninguna humillación para nosotros ni para nadie; al contrario, es el fundamento de la dignidad personal. 

Urge en estos tiempos anunciar con palabras y obras que el hombre es hijo libre y responsable de un Padre amoroso.

Hay que delatar que el contraste Dios o el hombre es mentiroso en sí mismo: porque no capta el sentido relacional, ni el misterio de una vida de alianza o de la pertenencia que nos hace felices. No capta que la dependencia radical del Creador y la realidad auténtica del ser creado crecen en proporción directa, y no a la inversa.  

Hace unos años yo había viajado para Buenos Aires para tener una charla pastoral con un sacerdote sobre el llamado a consagrar nuestro matrimonio a Dios. Paramos en la casa de una señora que, cuando estuvimos solas, me empezó a decir que para qué viajaba a hacer retiros, para qué dedicaba tantas energías a las cosas de Dios, que yo era muy joven, que tenía que realizarme, ser libre. Y yo no pude más que compartirle que justamente mi experiencia de realización plena y mi primera experiencia real de libertad la vivía con Dios, haciendo su voluntad, buscándolo, encontrándolo, dejándome inspirar por su proyecto para mí. Me surgió darle testimonio de cómo había conocido la plenitud viviendo para Dios y no para mí. Y cómo el Padre estaba atento a su hija, en cada circunstancia humana de la vida. Bueno, no me dijo nada más esta señora.  

Siempre he pensado que hasta los electrodomésticos traen un manual para un aprovechamiento óptimo y ¡cómo no pensar que las personas también tenemos ciertos caminos para aprovechar al máximo la vida y dejar frutos hermosos! 

Si lo dejo a Dios guiar mis pasos no tendrá la última palabra mi lógica, mi visión reducida, la forma en yo hubiera resuelto todo. Él supera. Es más. Él lleva mi vida más allá de lo que puedo imaginar. El amor es el camino. El amor es el que hace crecer. El amor es el que realiza. En el amor encontramos y podemos mostrar a Dios.

El Papa Benedicto XVI nos dice que el cristiano “es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. El cristiano sabe cuando es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor. Sabe que Dios es amor (1 Jn. 4, 8) y que se hace presente justo en los momentos en que no se hace más que amar. Y, sabe (…) que el desprecio del amor es vilipendio de Dios y del hombre, es el intento de prescindir de Dios. En consecuencia, la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor.[2] 


[1] Juan Pablo II, “Cruzando el umbral de la esperanza”, Plaza & Janes SA, editado por Vittorio Messori, Barcelona, 1994, p. 69.

[2] Benedicto XVI. Carta encíclica Deus caritas est.. 2005. Nº 31, c.