Pistas para el diálogo.

Vivir como cristianos.

“O cambias de nombre o cambias de actitud”

Autor: Viviana Endelman Zapata

 

 

Se sabe que el emperador Constantino el Grande fue a un combate, vio a uno de sus soldados escondido detrás de un árbol, temeroso, escapando del combate. Se le acercó y le preguntó: -¿Cómo es tu nombre? –Me llamo Constantino, respondió el soldado, escondiéndose aún más. A lo que el Emperador apuntó enseguida: “O cambias de nombre o cambias de actitud”.

 

Es algo duro este mensaje pero pareciera ser una clave para madurar la coherencia y, a la vez, para dialogar con quienes, muchas veces exasperados, nos acercan sus comentarios sobre lo “peor” que han visto (o prestado atención) en la Iglesia.

Creo que es justo reconocer la necesidad de constante conversión. Pero también lo es dar a conocer cuál es realmente la invitación para el cristiano y descubrir que la incoherencia entre el nombre y la actitud de tal o cual persona o institución no es el todo.

Cuando dialogo puedo partir planteando la posibilidad de esta incoherencia entre el nombre y actitud: ¿Es cristiano no dar testimonio del amor derramado en el corazón por el Espíritu Santo? ¿Es realmente católica una institución escolar que no adhiere en su vida y su enseñanza a los valores evangélicos todos? ¿Cuál es llamado de un consagrado, más allá de éste o aquel del cual me traen comentarios? Quien no adhiere a las aspiraciones máximas sobre el modo de vivir como hijos de Dios y hermanos en Jesús ¿debiera llamarse cristiano?

Una cosa es caer, equivocarse, pero otra es no adherir siquiera, no buscar vivir en todo buscando lo máximo para nosotros y los demás, tal cual nuestro llamado.

No hay que olvidar que las incoherencias entre la vida y la fe en Jesús no solo empobrecen al que busca ser cristiano sino que alimentan la rebeldía de muchos en relación a la Iglesia.

 

Es larga la lista de interrogantes que nos plantea el no creyente o alejado. ¡Cuánto se nos cuestiona, por ejemplo, por “esos que van a Misa y después...”! Pero volvemos a lo mismo: para nosotros ha de ser un llamado a la conversión y también a la coherencia. En el diálogo, se trata de testimoniar el sentido del encuentro con Jesús vivo, que transforma la vida. Sin ocultar esta realidad: la Iglesia acoge a pecadores, nos recibe por ejemplo en sus Templos sin preguntarnos nada.

 

Testimoniemos que el seguimiento de Jesús es nuestro gozo. Creo que esto puede ir abriendo en quien nos habla algún espacio para encontrar el tesoro en la Iglesia. Anunciemos que estamos enamorados de una Persona no de un conjunto de normas de vida. Anunciémoslo también ante quien nos dice que la religión es un sistema más de creencia. Entendamos que este pensamiento (como cualquier forma de reducción u ofensa) es lógico en quien no ha tenido una experiencia personal y comunitaria de Jesús, un encuentro con el Resucitado. Y entonces, anunciémosle la alianza de amor, mostrémosle a Jesús, despertemos su sed de vida plena. 

Sin desmerecer lo cotidiano, creo que hay una evidencia muy fuerte para empezar a descubrir que vale la pena vivir como cristianos y no sólo llamándonos tal. Una evidencia que también puede cuestionar a los que permanecen en la rebeldía y la distancia. Y la encontramos en la experiencia límite de la muerte. ¡Cuántas personas, en la proximidad de ese momento, se arrepienten de no haber vivido con fe, apostando a lo permanente! Pero ¿quién ha pasado por la experiencia inversa? ¿Quién ha dicho: “no valió la pena creer, ser cristiano, conocer y amar a Jesús”? Nadie puede arrepentirse de haber encontrado un tesoro.