Domingo IV de Pascua, Ciclo B

Seguirle y vivir juntos

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:   

Hch 4, 8-12;  Sal 117, 1 y 8-9. 21-23. 26 y 28-29;  1Jn 3, 1-2; Jn 10,11-18  

El Señor no deja de sorprendernos cada día.

El es el Buen Pastor que conduce a sus ovejas y las conduce porque las conoce y ese conocimiento nace del amor que siente por cada una de ellas.

Nos sorprende cada día el Señor con ese cuidado amoroso y con infinidad de gestos que cada día llegan a nuestro corazón y nos desconciertan positivamente. Es ese cuidado amoroso de Dios, tierno, dulce, apacible, sereno, que vela por aquellos que le siguen, y por aquellos que le aman y, especialmente, por aquellos más débiles, más frágiles, porque son los que más lo necesitan.

Celebrar el día en el que recordamos a Jesús como ese Buen Pastor que cuida de sus ovejas, conduce a nuestro corazón a ser un corazón agradecido, agradecido por ese inmenso amor que el Señor nos tiene, a pesar de nuestra indignidad, de nuestra flaqueza, y de nuestra debilidad. A ser agradecidos por ese cuidado tan esmerado con que el Señor nos atiende, por estar siempre pendientes de conducirnos a los verdes pastos -por continuar la parábola de El Buen Pastor-, por esa llamada constante a seguirle, y a vivir junto a los demás, particularmente a participar siempre del gozo, de las alegrías, de las tristezas y de las penas de los hombres, de las personas, de las gentes que están a nuestro alrededor.

Como un rebaño detrás de su Pastor, así el Señor nos propone seguirle. Seguirle y vivir juntos. Pues ve cómo muchas veces los hombres vivimos más bien cercanos o próximos, más que juntos; porque a veces nuestros corazones no están tan disponibles para Dios, para la guía del Buen Pastor.

 Pero el Señor insiste en la importancia de seguirle juntos como Iglesia que el Señor ha puesto en nuestras manos para hacerla en verdad Luz para el mundo, Luz para las gentes, sal para la tierra.

Pero juntos, porque solos no podemos nada, aunque nos creamos muchas veces muy importantes, pues lo cierto es que solos no podemos nada. Cuando tratamos de caminar solos, la flaqueza se nos echa encima, por ello el Señor nos llama y nos propone estar juntos  bajo su amparo para que la flaqueza no nos domine y triunfe nuestro deseo de vivir junto a El y junto a los hermanos, con un solo corazón y una sola alma como los primeros cristianos, porque entonces seremos fuertes en El, formaremos el Cuerpo de Cristo y todos recibiremos su fuerza, su gloria, su bondad, su misericordia. Pero si andamos diseminados con corazones divididos, si andamos separados unos de otros, cada cual a su libre deseo, mirando cada uno por sí mismo, entonces romperíamos el Rostro de Cristo que nace, que se hace visible desde la unidad engendrada por el amor. Nos asemejamos -valga la comparación- a un puzzle que solamente cuando las piezas están juntas y encajadas en su lugar logra trasmitir la imagen completa con toda su belleza.

Por ello nos propone la imagen del Pastor y del rebaño para que tomemos clara conciencia de la necesidad de formar juntos el Cuerpo de Cristo.

Demos pues gracias a Dios por habernos llamado a formar parte de este su pequeño rebaño. Pequeño porque aunque el rebaño es muy grande y el Cuerpo, la Iglesia es muy grande, nosotros somos muy pequeños. Y por eso ahí se vislumbra y se muestra más la gloria de Dios que se fija en lo pequeño, en lo sencillo, en lo que no tiene importancia, como cantaba la Madre de Dios en el Magníficat.

Bien pues demos gracias a Dios que se ha fijado en nosotros para que formemos parte de su rebaño y para que desde nuestra pequeñez también nosotros seamos una parte más de ese Rostro de Cristo que muestra al mundo el amor de Dios.