Domingo III de Pascua, Ciclo B

El nos escucha

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:   

Hch 3, 13-15.17-19;   Sal 4,2. 7.9; 1Jn 2, 1-5; Lc 24, 35-48  

¡Cuantas personas no irían aquel día por el camino de Emaús! Sin duda muchos irían a Jerusalén todavía y otros emprenderían ya el regreso para sus lugares de origen. ¡Con cuantas personas estos dos discípulos de Emaús no se cruzaron en el camino! Pero nadie le llamó la atención. Ni siquiera «el tercer hombre» que se les unió en el camino tampoco les llamó la atención.

Uno piensa en la vida del cristiano y como también vamos por el camino de la vida y hay muchas cosas, muchas personas que se nos cruzan que tampoco llaman nuestra atención. Y en particular muchas veces el Señor camina a nuestro lado como al lado de los discípulos de Emaús y tampoco nos llama la atención.

También a nosotros nos deja hablar el Señor y nos deja decir muchas cosas, sin duda alguna también serían semejantes a las de los discípulos de Emaús. Quizás también nosotros diríamos muchas cosas sin importancia o muchas cavilaciones, preocupaciones o sinsabores, o muchas inquietudes o también muchas frustraciones, sentimientos y fracaso, de desilusión, de desesperanza. Todo eso bullía en la mente de los dos de Emaús. Y Jesús escuchaba.

El nos escucha. Aunque a veces, como los discípulos de Emaús, también a nosotros nos da la impresión de que no nos atiende, de que tiene mucho de que ocuparse, o simplemente como «no contesta», quiere decir que tampoco escucha y muchas veces nuestra confianza y nuestra flaqueza se afianza porque pensamos que Dios no escucha nuestra súplica o porque se tarda mucho en responder.

Sin embargo el Señor está ahí callado, en el silencio, escuchándonos y acompañándonos. Y muchas veces cuando reflexionamos o escuchamos esta Palabra del Señor nos llama más la atención el descubrimiento de los discípulos que este primer momento del Evangelio donde se nos queda claro y bien patente que el Señor estaba con ellos. Y estaba con ellos en la dificultad y el esfuerzo, en  el gozo y la alegría. Estuvo con ellos antes y después de la Resurrección. Estuvo con ellos cuando ellos se sentían frustrados, terminados, sin sentido. Habían perdido el horizonte; pero el Señor estaba con ellos.

Y es que la presencia del Señor en nuestra vida va más allá de nuestra percepción de El. Podemos no darnos cuenta como los discípulos, pero el Señor está a nuestro lado. Esa es una certeza que no debemos nunca de olvidar, porque en ella radica nuestra fuerza precisamente en los momentos en que no nos sentimos escuchados o no nos damos cuenta de que el Señor está a nuestro lado.

Después nos dice el Evangelio que los discípulos lo reconocieron al partir el pan. Es evidente. En la Eucaristía se reconoce al Señor. La Eucaristía traspasa el misterio, va mucho más allá de nuestro razonamiento, de nuestra lógica humana. Y en el misterio solamente Dios puede estar contenido. Solamente Dios puede hacerse presente en un misterio, en el Misterio.

Los discípulos le descubrieron al partir el pan porque descubrieron en ese gesto toda la fuerza arrolladora del amor de Dios. Y a nosotros se nos concede en la Eucaristía poder descubrir y poder contemplar toda esa fuerza arrolladora del amor de Dios presente en nuestra vida.

Y después Jesús se va. Los discípulos se sienten cómodos con El, se sienten muy felices. Le dicen: «No te marches». Y se quedan un tanto desencantados porque en el fondo se ha ido. Pero es más fuerte la convicción que la ausencia. Sobre la convicción de lo que han visto y oído; la convicción de haber descubierto al Señor, de haber encontrado al Señor es más fuerte que esa separación física que tienen que afrontar. Ahí muchas veces la relación con nosotros no es tan grande. A veces nuestra convicción no es tan firme. Nuestra certeza no es tan fuerte y cuando hemos de experimentar una cierta lejanía de Dios por cualquier cosa, un silencio de Dios en la oración, una carencia de ternura o sentimientos en ella, un no saber qué hacer y no hallar respuesta de parte del Señor... entonces nos mareamos, nos distraemos, nos despistamos y nos confundimos con facilidad.

Ellos no. Ellos se lanzan fieles a Dios y al Dios que les ha dado la convicción de su presencia. Y a partir de ahí vuelven con los discípulos, y les anuncian lo que ha ocurrido. No les importan ya las dificultades. No les importa ya lo que pueda ocurrir.

También a veces eso es real o no en nuestra vida. A veces nos asustan las dificultades, nos da miedo lo que pueda ocurrir. Y echamos a correr como a la desesperada, como queriendo salir de un laberinto que somos nosotros mismos. No hay otro laberinto, el laberinto soy yo mismo. Me he creado un laberinto, una entrada sin salida en mi mente y una entrada sin salida en mi corazón y el miedo a la responsabilidad, el miedo a lo que Dios pueda desear, el miedo a lo que debo de hacer... Todo eso me atenaza.

Pero la actitud de los discípulos de Emaús nos apunta justamente en una dirección totalmente opuesta: salir corriendo para llevar el anuncio del amor de Dios, y la Buena Nueva de la Resurrección de Jesucristo. Fueron donde estaban los discípulos que todavía no sabían, no habían experimentado la resurrección de Jesús. A quienes todavía no tenían la certeza, la convicción profunda de la resurrección de Jesús.

Y ¡hay tantos en nuestro entorno, tantas personas en nuestro mundo que no tienen todavía esa convicción profunda!  Y ¡hay tantos en torno a nosotros cotidianamente, cercanos y lejanos, que no tienen esa firme convicción de que Cristo es su vida, su salvación y que está con ellos!.

Hoy el Señor nos llama a no ser pasivos. A no contemplar pasivamente la resurrección de Jesucristo y a no salir corriendo porque el trabajo sea mucho, porque la mies sea mucha. Sino sentirnos privilegiados por ser uno de los pocos trabajadores de la mies. Y aunque faltan muchos trabajadores en la mies, el Señor nos llama a alegrarnos de ser uno de esos pocos que pueden trabajar, que han sido invitados a trabajar en la mies y que han sido enviados a trabajar en la mies. Y si somos pocos pues habrá que rendir más, habrá que trabajar más; pero la mies y el envío del Señor es más importante que todos mis propios temores, incertidumbres, oscuridades. No podemos vivir como viven los que no creen en Dios.

Por eso muchos cristianos de nuestro tiempo han llegado a la situación de estar bautizados pero no vivir según Dios porque quizás tenemos miedo y salimos huyendo de la tarea, de la misión, de aquello que el Señor nos confía porque nos ama. Y porque nosotros hemos vivido esa firme convicción.

¡Hay tanto por hacer!

El Evangelio de ayer decía: «No tengáis miedo». Los discípulos de Emaús está claro que tienen un cambio radical. De estar frustrados, fracasados y llenos de miedo a ser unos hombres valerosos que se lanzan sin temor, con firmeza y con seguridad a hacer lo que deben de hacer, a hacer lo que el Señor quiere que hagan.

La recompensa la tuvieron. No se les vuelve a nombrar en el Evangelio. Pero la recompensa la tuvieron porque la existencia de la comunidad de Jerusalén da firme constancia de los frutos que estos trabajadores de la mies, junto con los otros, hicieron en la mies. Y la expansión del cristianismo es también un fruto evidente. Si estos hombres de Emaús no hubieran -junto con los discípulos del Señor- llevado a cabo la tarea del Señor, la Iglesia probablemente no estaría hoy donde está. El Señor contó con ellos y ellos se dejaron contar por Dios y trabajaron para Dios.

Demos gracias al Señor que en todos los tiempos y en todos los lugares de la tierra ha llamado y ha enviado hombres y mujeres para trabajar la mies a través de los cuales nos ha sido anunciado a nosotros el Evangelio de Cristo y a través de los cuales nosotros hemos podido conocer al Señor.

Demos gracias hoy por su fidelidad, y la fidelidad de todos aquellos que sirven a Dios. Sean hombres o mujeres, laicos, consagrados, sacerdotes. No importa. Pero demos gracias a Dios por todos aquellos que, desde los de Emaús y los demás discípulos, supieron apoyarse firmemente en Jesús, dar marcha atrás para poder vivir siempre marcha adelante. Y marcha atrás de sus errores para poder emprender un camino hacia adelante que ha llegado y ha conducido a la fe y a la Iglesia hasta este año de gracia que se nos concede vivir. Y que su ejemplo y su testimonio también sean una fuerza para continuar nosotros el camino del Señor.