Domingo XX de Tiempo Ordinario, Ciclo B
Dios es imprescindible en nuestra vida

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:    

Pr 9, 1-6;  Sal 33, 2-3. 10-11. 12-13. 14-15;  Ef 5, 15-20;  Jn 6,51-58  

«El que coma de mi pan vivirá para siempre. El que beba de mi sangre vivirá para siempre».

Tras este discurso del Pan de Vida que nos relata el Evangelio, se nos queda la imagen simple y sencilla de ser una sola cosa con Jesús y más aún el deseo de Jesús de ser una sola cosa con nosotros, de comunicarnos su vida y que su vida en nosotros no sea como el viento ni como los altibajos de la historia: «El que coma de mi pan vivirá para siempre». Es lo mismo que decir siempre tendrá la vida en sí mismo. No solamente se refiere a la vida más allá del episodio de la muerte física, sino que se refiere también al más acá, a la proximidad, al cada día y al que cada día su Vida estará en nosotros.

La unidad que nos propone Jesús va más allá de lo que a veces pensamos de la vida espiritual. La unidad que nos propone Jesús para cada día, es esa unidad que se realiza en el interior de la persona, en su actividad, en su pensamiento, que se realiza en sus palabras, en los afectos, deseos y anhelos del corazón.

Jesús emplea el pan y el vino como elementos clave en este discurso del Pan de Vida, pero los emplea precisamente para iluminar la inmediatez con que Dios atiende nuestra súplica y la inmediatez con que Dios nos ofrece su vida para cada uno de nuestros acontecimientos diarios.

Normalmente, tendemos a reducir mucho los ámbitos de nuestra relación con Dios a ciertos momentos de la vida personal o a ciertos momentos de oración o participación en la Eucaristía dominical.

Jesús en todo su Evangelio, por su parte, muestra el empeño firme de querer dejarnos su vida para que acompañe la totalidad de la  nuestra. Demostrarnos que la clave de la vida de cada día, que la orientación adecuada de nuestros pensamientos, de nuestras palabras, de nuestras reflexiones, la orientación adecuada para las tomas de postura en la vida, dependen de esa «Luz que viene de lo Alto» (Lc 1, 78), de esa vida que está presente en nosotros, porque Dios así nos lo ha ofrecido y porque el Señor así lo ha hecho posible.

Por ello en este discurso del Pan de Vida Jesús nos ofrece que vivamos con El y El con nosotros. Así nos recuerda aquellas palabras del Apocalipsis: «Mira que estoy a tu puerta y llamo, si me abres, yo entraré en tu casa y tú cenarás conmigo» (Ap 3, 20). Porque Jesús es el Pan de la vida. Pero El llama nuestra atención con estas palabras porque si le abrimos su vida estará en nosotros. La luz que viene de lo Alto vivirá en nosotros. Las situaciones y las preguntas que con frecuencia surgen en nuestro caminar, tendrán en nosotros la respuesta adecuada porque el Señor habrá puesto su Palabra en nuestro corazón, porque El está en nosotros, porque se ha hecho alimento para nosotros, tan imprescindible como lo es el alimento para el cuerpo. Si no alimentamos nuestro cuerpo, este se muere. Si superamos los límites de nuestra capacidad de aguantar sin alimento, el cuerpo se muere. Hasta entonces, el cuerpo va viviendo y a veces malviviendo, según le van faltando las reservas con las que hacer frente a la vida.

Así el Señor quiere mostrarnos la necesidad absoluta que tenemos de El: Sin El, si cortáramos con El, es como cortar con el alimento de golpe: a medida que nuestras fuerzas se fueran agotando, nuestra vida iría languideciendo.

Cuando separamos «vida y fe», también nuestra vida se resiente de la misma manera que el cuerpo que no toma el alimento suficiente para la actividad que tiene que desarrollar resiente las áreas internas, las áreas fundamentales donde necesita la Luz; porque no nos somos suficientes a nosotros mismos. Esa presencia, esa unidad del Señor con nosotros se hace pues imprescindible y necesaria para nuestro caminar cotidiano por el camino de la vida. Por eso el Señor nos insiste que no es, no se trata de algo semejante al maná del desierto, sino que implica toda nuestra vida, todo nuestro ser todo nuestro futuro «en la tierra como en el cielo».

El Pan de la Vida nos da la Vida en su más pleno sentido y el Pan de la Vida es Jesús en su más pleno sentido: el Dios hecho hombre por nosotros para nuestra salvación.

Por eso el recuerdo de la Palabra del Señor mueve nuestro corazón a repetir en nosotros aquel episodio ocurrido entre la hermana de Lázaro y Jesús, cuando Jesús le dice: «Si tú crees verás la gloria de Dios» (Jn 11, 40).

Si nosotros aceptamos esta enseñanza de Jesús que llama a nuestra puerta, si reconocemos que El es el pan de la Vida para nosotros, que El es el imprescindible en nuestra vida, que necesitamos de El más que del solo alimento del cuerpo... Si nosotros abrimos nuestra puerta y le acogemos buscando con El esa unidad profunda de tener con El, con el Señor, de dejarnos tener con El un solo corazón y una sola alma... el Señor entrará y nos dará a comer la Vida verdadera. El entrará en nuestra casa, se hará uno con nosotros y entonces tendremos en nosotros mismos la vida que no termina, la vida que todo lo supera, la luz que ilumina el descenso de la vida y que ilumina el caminar por el valle como por montañas agrestes. Tendremos en nosotros la luz que ilumina nuestros pasos y la fuerza, el alimento interior que nos capacite para vivirlo, para seguirlos cada día y cubrir así no solamente la etapa de la vida entre los hombres sino también, cruzado el umbral de la esperanza, siendo uno con Jesús también en el Reino eterno.

Abrámosle la puerta y digámosle al Señor que sí, que queremos ser uno con El y sobre todo que queremos que El sea Uno con nosotros, que nos enseñe el camino, que nos haga dóciles para que El pueda construir esa unidad que por nada del mundo se resquebraje nunca en nuestro corazón.