Domingo XXII de Tiempo Ordinario, Ciclo B
No te separes ni a derecha ni a izquierda

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:    

Dt 4,1-2.6-8;  Sal 14, 2-3a. 3bc-4ab. 5;  St 1, 17-18.21b-22.27; Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23  

A veces resulta bastante increíble ver los esfuerzos que hace el Señor para que nosotros entendamos bien las cosas. Los esfuerzos que hace para que podamos entrar en el recinto de la vida y podamos así vivir una vida digna de aquello a lo que hemos sido llamados: hijos de Dios.

En la primera de las lecturas, siguiendo con el Salmo Responsorial y la segunda de las lecturas, para terminar en el Evangelio de hoy, el Señor nos plantea de una manera asombrosamente simple lo que es ser cristiano. No hay que hacer grandes estudios, ni hacer grandes elucubraciones, ni grandes metafísicas.

Comienza el Señor asentando el principio: ¿Tú quieres ser feliz? Pues ya sabes, como principio de vida «No te separes ni a derecha ni a izquierda de todo lo que Yo te mando». Nos lo pone muy sencillo.

El tren se desplaza de un lugar a otro y siempre llega porque va siguiendo unos raíles y éstos son los que conducen al ferrocarril desde su punto de salida hasta su punto de llegada. No hay ningún problema. Si el maquinista y los mecanismos humanos puestos por el hombre en el camino, no hacen nada diverso, el tren llegará sin problemas a su destino y llegará perfectamente llevando sobre sí a todas aquellas personas y mercancías que lleva dentro.

La dificultad surge cuando jugamos a ir de independientes por la vida y entonces, de pronto, sopla un viento del norte y nos salimos hacia el sur; después sopla un viento del este y nos salimos hacia el oeste, porque en el fondo no hemos dado una palabra firme al Señor, o no queremos mantenerla o somos como el adolescente que hoy dice sí y mañana dice no, según sopla el viento y según la fuerza del sentimiento o del instinto de manera que a ellos les place más.

El Señor nos lo dice muy claro: Yo pongo frente a ti unos raíles. Esos raíles te llevarán invariablemente a la meta a la que aspiras, te conducirán invariablemente a vivir en paz en la tierra y a vivir en paz en el cielo. Esos raíles te conducirán invariablemente a alcanzar, todos tus anhelos. Pero tú no te separes ni a derecha ni a izquierda. Ahí encontramos la sencillez del Evangelio y la sencillez de la vida cristiana: consiste en seguir el camino “con una determinada determinación” (como decía Santa Teresa).

La historia puede ser la de cualquier persona de las que, con frecuencia, viven en nuestro entorno o, incluso, la nuestra propia. De mil modos podemos experimentar multitud de engaños en el caminar cotidiano por la vida. Pueden querer vendernos un producto -el oro o los diamantes- a precio de baratija; pero yo sé que todo eso no es verdad. Y lo sé porque el camino que me ha marcado el Señor no va por esas vías, ni por esos lugares. Y el Señor es el único que me merece confianza real y a El le he regalado toda mi confianza. Pero no puedo regalársela hoy y quitársela mañana, no puedo decirle hoy sí y mañana no. Eso lo dicen los niños, pero los adultos no. Yo he dicho al Señor sí -como dice santa Teresa- determinadamente sí, y como sea, como sea, yo voy a permanecer dentro de ese camino. Esa es la firme determinación que nos lleva a la vida. Y todo lo que no sea eso nos lleva a la muerte. Y sino, analicemos nuestra propia vida y nuestra propia historia. Las veces que nosotros nos hemos salido del camino engañados por mil justificaciones, con mil razonamientos, en nuestro corazón se ha creado un vacío, como la telaraña de una araña. Hemos caído en una trampa y los sentimientos nos afloran, estamos más irritables, de momento parece como que estamos cansados de muchas cosas y poco a poco, comenzamos a ser más superficiales, a importarnos menos muchas cosas de fondo, a aceptar cosas que antes no hubiéramos aceptado. Yo sé -como hemos dicho muchas veces- yo sé que no debo mentir, que mentir no es bueno, pero en fin, esto es una mentirijilla piadosa. Y así, poco a poco -como la olla que tiene un pequeño agujero-, comenzamos a perder la alegría, la paz interior, nuestra vida se hace más superficial, comienzan a preocuparnos más las cosas materiales, la comodidad, el bienestar, comenzamos a tener deseos de comprar algo...

El Señor nos lo advierte en la primera de las lecturas de hoy: La clave de tu vida está en que no te salgas del camino ni a derecha ni a izquierda. Y las fuerzas que tengas cada momento de tu vida, pocas o muchas, empléalas en seguir el camino.

Hasta el día de hoy -y han pasado muchos años- desde que el mundo es mundo, Dios sigue siendo el único que ha sido capaz de prometer algo y llevarlo adelante. Y es el único que ha sido capaz de amar al hombre y demostrarlo, mostrárnoslo con la muerte de Jesús.

Su palabra es fiable. Nosotros quizás no somos tan fiables, ni muchísimo menos. Pero su palabra sí es fiable.

A partir de ese primer principio -que el Señor asienta en esta primera de las lecturas- el Señor termina como marcando el acento en lo que nos espera al final del camino. Dice: «Porque así podrás entrar en la tierra que el Señor ha prometido darte, el Señor ha prometido entregarte». Es decir, éste es el camino. Jesús nos lo matizará un poco más: «Yo soy el Camino, Yo soy la Verdad, Yo soy la Vida». Todo lo demás no es La Verdad. Podrá ser una parte de la verdad, un aspecto de la verdad, algo aproximado a la verdad. Pero la Verdad, la verdadera Verdad -valga la redundancia- es el Señor, es esta Palabra del Señor.

Por si esto se nos escapa un poco y no acabamos de entender en qué consiste «no separarnos ni a derecha ni a izquierda», el Salmo Responsorial nos insiste y nos recuerda -para que no perdamos el norte, no lo perdamos de vista-: «El que procede honradamente, el que practica la justicia, el que tiene intenciones leales, el que no calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo, el que no difama al vecino, el que considera despreciable al impío. (Al impío, no por ser hombre, sino por la impiedad, por lo malo que hace). Y honra a los que temen al Señor. El que no retracta lo que juró, el que no presta dinero a usura, el que no acepta soborno contra nadie, el que no se deja engañar en contra de nadie. El que así obra nunca fallará».

Es decir, si algo no teníamos claro -porque eso de no separarnos a derecha ni izquierda quizás no estaba tan claro- el Señor nos lo recuerda en una serie de acciones concretas y específicas por las que debemos de optar. Yo opto por…, yo he optado por…, yo he optado por seguir al Señor y por ello he optado por ser sencillo, por tener un corazón limpio, por no murmurar, por no calumniar, por no enjuiciar, por no condenar, por no hacer mal a nadie. Y eso son opciones que yo he tomado en concreto en mi vida. Son cosas concretas para que no nos quedemos -como dirá después- en las tradiciones, ni en las teorías. Para que no nos quedemos «que sí, yo soy cristiano pero al final miento más que el fondo de una botella». No. Para que no nos quedemos en las teorías, el Señor nos lo especifica. Y por si aún algo no queda muy claro, Santiago nos lo recuerda en la lectura cuando dice: «Es visitar a los huérfanos y a las viudas y sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo». En una palabra: llevar a la práctica todo lo que te enseña el Señor, eso quiere decirnos ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones: Atender al hermano porque en el hermano está el Señor, y el hermano te hace posible vivir la enseñanza de Jesús, pues si no hay hermano no habría evangelio? Pues toda la posibilidad que tiene el hombre de amar a Dios, se la ofrece día a día el hermano el que está a mi lado.

Esta experiencia llevará a san Juan a escribir: «Yo no puedo decir que amo mucho a Dios si no amo a aquél que está a mi lado». Y al final nos lo recordará Jesús.

Porque no se trata de teorías, no se trata de doctrinas, ni de reflexiones piadosas, ni de pensar si es o no verdad. Se trata de vivir. Por eso terminará: «Lo que sale del corazón eso es lo que da vida o mancha el corazón del hombre». Eso es lo que nos permite a nosotros vivir, y eso es lo que nos permitirá vivir, día a día, en la paz, la verdadera paz, en la verdadera alegría y nuestra vida irá cada día recobrando con más vigor su sentido e irá viendo como esa vida interior va creciendo y se va desarrollando.

Seguir al Señor es sencillo. El Señor habla para los sencillos.

Dice también el Salmo que «Estando yo sin fuerzas, el Señor me salvó» (Sal 6, 3). El Señor lo hace todo para que nosotros estemos felices.

Sigamos pues el camino sin separarnos ni a derecha ni a izquierda. Sigámoslo desde la vida, viviendo así, porque en el camino el Señor saldrá a nuestro encuentro cada día y nos dará lo que nosotros no podemos alcanzar y El hará lo que nosotros no podamos hacer.