Domingo XXX de Tiempo Ordinario, Ciclo B
Necesitamos aprender a ver con el corazón

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:    

Jr 31, 7-9;  Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6;  Hb 5, 1-6;  Mc 10,46-52  

El ciego se acercó a Jesús y El, viéndole en necesidad, le dijo: «¿Qué quieres que haga? El ciego le dijo: Que vea».

Una de las grandes dificultades nuestras es que también queremos ver pero sin embargo nos cuesta más que al ciego poner nuestra vida en las manos de Jesús. Y esa es la condición -de alguna manera- que el ciego acepta aunque Jesús ni siquiera se la hubo planteado. La petición del ciego implicaba por sí sola la ofrenda de su vida. Haz lo que quieras, pero mi deseo sería… y una conciencia de que el resto de su vida iba a depender completamente de su encuentro con Jesús.

A nosotros nos falta ver. Vemos con los ojos, pero nos falta ver con el corazón. Necesitamos aprender a ver con el corazón. Necesitamos, día tras día, ejercitarnos en ver con el corazón, sabiendo que es todo un itinerario, todo un camino. Que no es llegar y recoger, sino que es un proceso que que comporta por sí mismo ir abandonándome en las manos del Señor.

Pero evidentemente necesitamos darnos cuenta y reconocer que estamos ciegos. Necesitamos darnos cuenta que la razón no es -valga la redundancia- razón suficiente para la vida. Que si la vida no tiene algo más, la razón no es suficiente. Y necesitamos reconocer que necesitamos de ese «algo más», que carecemos de ese algo más. Es verdad, nos gustaría poder entender el misterio de Dios, pero que lo que necesitamos realmente es amarlo. Y el amor es algo que se entrega, que no se cambia por razones ni por convicciones razonables, ni por ideologías, ni por filosofías. El amor es algo que se da gratuitamente porque te parece bien, porque quieres. Y ahí, en ese gesto, empeñas la propia vida. Necesitamos darnos cuenta de que eso es así, y que el amor no es tampoco un objeto de compraventa ni un objeto de intercambio, ni un objeto de juego. Que el amor no es algo sentimental, ni es algo emotivo. Que el amor es la entrega de mi propio ser.

Necesitamos reconocer que estamos ciegos. El ciego se acercó a Jesús porque tenía claras dos cosas: que él estaba ciego y, la segunda, que Jesús podía curarle.

Nosotros ¿tenemos clara la primera? ¿Estamos como el ciego del Evangelio, claros y convencidos de que estamos ciegos? ¿de que el amor es lo único, lo que de verdad da sentido y fuerza a la vida más allá de las circunstancias cotidianas? ¿Estamos convencidos de que nos falta amar y, por tanto, confiar. Y confiar es poner mi corazón y mi mente y todo mi ser en las manos del Señor. ¿Estamos firmemente convencidos que el amor no es un juego sentimental, que sopla por donde sopla el viento, que hoy corre y mañana se detiene, y que lo que hoy le digo sí al Señor, mañana le puedo decir no? ¿Estamos convencidos de que eso es lo que también nos pasa a veces en ocasiones?

Porque si no estamos convencidos, si no reconocemos que estamos ciegos, no vamos a ir a ningún sitio, no vamos a ir al encuentro del Señor porque, en el fondo seguiremos pensando que no lo necesito, no necesito de El porque yo no estoy ciego no tengo que ir al médico.

No hay peor sordo que el que no quiere oír -dice el refrán castellano- y también no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y el ciego que no quiere ver es aquél que busca, que se esconde detrás de cincuenta mil argumentaciones para no abandonarse en las manos de nadie, porque en el fondo no se fía ni de su sombra. Quiere, pero no lo hace. Por eso se esconde en cincuenta razonamientos y argumentos para no dar un paso adelante consumiéndose en su propia incapacidad; por eso ese no llega nunca a ver, porque tampoco va al encuentro con el Señor. Se engaña a sí mismo diciéndose que no lo necesita y que él se basta o tomando cualquier decisión a la tremenda.

El Señor va por el camino y el ciego reconoce que lo está y es él quien sale al encuentro del Señor. También en nuestro caso pasa el Señor por nuestra vida, por nuestro camino. Solamente queda que nosotros salgamos al encuentro del Señor, entonces El se acercará a nosotros. Y ese movimiento hacia El estará en nuestro corazón cuando nosotros también, además de estar convencidos de que estamos ciegos, estemos convencidos de que el Señor puede responder a mi pregunta, a mi súplica...

Al Señor le falta tiempo. Cuando el ciego se dirige hacia El, el Señor, de inmediato, le pregunta ¿qué quieres? El está siempre dispuesto. Está siempre esperando que nosotros demos un paso para preguntarnos: ¿Qué quieres?

La inteligencia, la comprensión de su respuesta depende de nuestra disposición a escuchar. Porque muchas veces nosotros le decimos algo al Señor y El atiende nuestra súplica, aunque  su respuesta no sea la que nosotros pudiéramos esperar; pero El es Dios y nosotros solo somos hombres y muchas veces, casi todas, no llegamos a alcanzar el misterio. Solamente recibimos el resplandor como del sol. No llegamos a alcanzar el sol pero sí sentimos aquí ahora mismo el resplandor de los rayos del sol a través de la vidriera.

Lo importante en el encuentro del ciego con el Señor es la acogida que éste tiene para con el hombre que se acerca a El: que el Señor pregunta, se acerca, responde al ciego, va hacia él ¿qué quieres? Le muestra que lo quiere, que le interesa y que lo atiende. Y el ciego le responde agradecido. Aún es ciego, aún no ve, aún tiene el mismo problema humano que tenía, pero él le responde agradecido.

El resto es o será lo que puede ocurrir en cada una de nuestras vidas si nosotros hacemos lo que el ciego del Evangelio. La propuesta es solamente que hagamos lo que está a nuestro alcance y que entendamos que el Señor está dispuesto a hacer siempre lo que no está a nuestro alcance pero sí está en el suyo.

Que entendamos que no son cuestiones de matemáticas, ni cuestiones de ciencia y tecnología, sino cuestiones de corazón. Y que el corazón es mucho más que emoción y sentimiento, mucho más que vanidades y compraventas, mucho más que intercambios. Es otra cosa diferente. Y que entendamos que si nosotros reconocemos nuestra ceguera interior y buscamos salir de ella, buscamos al Señor confiados, seguros de que El tiene la capacidad de respondernos y confiamos y nos ponemos en sus manos... después el Señor obrará con nosotros prodigios de misericordia. Cuales sean, ya no importa. Hoy serán unos, mañana serán otros. La curación del ciego fue el prodigio de misericordia que el ciego necesitaba de parte de Dios.

Lo que nosotros necesitemos de parte de Dios es Dios quien lo sabe. A veces nosotros ponemos necesidades muy cortas, o muy concretas, tan concretas que con mucha frecuencia nos equivocamos. Pero el Señor sí sabe cual es el prodigio de misericordia necesitamos que haga. A veces puede ir en la dirección de la petición. A veces no. Es posible que vaya en otra dirección; pero es el prodigio de misericordia que el Señor sabe que necesitamos.

Que esta Palabra de Dios se abra un hueco en nuestro corazón para que, guardándola ahí la podamos poner en práctica fielmente.