Domingo II de Adviento, Ciclo A
Es tiempo de soñar

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:      

Jer 33, 14-16;   Sal 24, 4bc-5ab. 8-9. 10 y 14;  1Tes 3, 12-4,2;   Lc 21, 25-28. 34-36 

Ya en las puertas del adviento se impone echar nuestra mirada en dirección al lugar hacia el que caminamos. Este tiempo, estas cuatro semanas son como el final de un embarazo en el que una familia va a recibir al primer hijo y, a medida que se va aproximando la fecha del parto, cada uno va viviendo la proximidad de una manera distinta.

En nuestro tiempo han cambiado muchas costumbres y muchas tradiciones que vienen desde los orígenes de nuestra fe y se ha trasformado la fiesta de la Navidad en una fiesta social más que conmemoración del recuerdo del Nacimiento de nuestro Salvador. Por eso el Adviento –desde su comienzo- nos recuerda y nos encarrila un poco estas fechas para que cuando llegue el veinticinco de diciembre realmente celebremos y estemos gozosos por aquello que celebramos y, sobre todo, por Aquel que es el Único capaz de llenar nuestro corazón.

Por eso es importante que nos adentremos en estas semanas con toda la sencillez y el cariño del mundo, Comenzando a dirigir la mirada hacia el Salvador, hacia el Señor, hacia Aquel que el día de Navidad san Lucas nos dirá que es el Mesías, el Señor. Con toda sencillez como posando la mirada en el tiempo de Jesús, en los alrededores de Jerusalén y en los de Belén utilizando la imaginación para el bien (la imaginación no es solamente una piedra de tropiezo, también puede ser un instrumento de bien) pensando cómo sería aquel día y como serían estos días en los que María y José andaban caminando hacia Belén para cumplir la orden del Emperador de empadronarse en su lugar de origen.

De alguna manera este tiempo nos ofrece recuperar esa capacidad de soñar, de soñar cómo fue, de soñar lo que hubiera pasado, lo que hubiéramos hecho nosotros estando allí. De soñarnos a nosotros mismos yendo, quizás –¿por qué no?- en una de esas caravanas que iban hacia Belén o hacia Jerusalén, o a Jerusalén pasando por Belén. Imaginarnos a nosotros allí, caminando junto a los camellos y los pollinos y, entre todo, descubrir la familia de Nazaret, María y José.

Es tiempo de soñar. Aunque las televisiones nos pongan especialmente el aspecto comercial con Papá Noel y un montón de historias bonitas, porque la Navidad se ha convertido en una fiesta bonita, aunque –con harta frecuencia- no nos damos cuenta de que lo bonito de la Navidad es el nacimiento de Jesús: El es el que produce la ternura en el corazón del hombre, es el que hace  abrir las puertas del corazón, el que devuelve la vista al ciego... El es el que hace caminar al cojo y cura al leproso, es el que hace cantar a los ángeles en los cielos y es el único que puede hacernos cantar en la tierra con cantos de liberación, con cantos de gozo que llenen nuestro corazón.

El tiempo de Adviento no es solo la preparación en el tiempo que antecede. Es el tiempo para soñar disponiendo nuestro corazón, pensando especialmente en ese Dios que se hace hombre para que el hombre pueda ser Dios. Es el tiempo para soñar y soñar fuertemente que es verdad, que la salvación es posible, que la felicidad del hombre en la tierra a pesar de todo es posible y que la vida tiene un sentido y una razón, aunque a veces el hombre no lo descubra. Es tiempo de soñar que hay mucha más verdad que engaño en este mundo nuestro donde todo parece tan desbaratado, pero que la luz de la Verdad sigue prendida en Jesús, que sigue siendo verdad que aquella noche los ángeles cantaron en los cielos y los pastores escucharon la Palabra de Dios en los ángeles, que es verdad que en ese tiempo María y José caminaron hacia Belén con los sinsabores de una parturienta casi a punto en el último mes de gestación y caminando por los desiertos y caminando de un lugar a otro en la esperanza de que todo fuera como Dios quiere... Que es verdad, que es posible, y es posible para nosotros recordarlo y guardarlo en el corazón.

Yo os recomendaría, pues, que leyerais la Biblia en estos días especialmente en lo que antecede al nacimiento y que la leyéramos con detención, con cariño y con ternura, en la esperanza y con confianza. Esa Palabra es la Verdad que nosotros seguimos necesitando. Abrámosle pues el corazón dispongámosle pues también la casa y vayamos limpiando nuestro interior de todo cuanto nos hace daño, de esas costumbres que nos estropean, de esos haceres cotidianos que a veces nos esclavizan...

Limpiemos nuestra casa interior de todo lo malo para que de verdad brille, como la luz, en nuestro corazón no solamente en estos días. Para que la luz se implante en nuestro corazón y permanezca para siempre.