Octava de Navidad, Ciclo A
El Señor nos ofrece una vida sencilla

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:  

Isaías 52, 7-10, Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6 ,Hebreos 1,1-6, San Juan 1.1-18 

Recuerdo que cuando era joven leía este fragmento del evangelio de san Juan y me costaba mucho seguir el hilo de esta proclamación de san Juan sobre Dios y la Palabra. Pero san Juan trata de atar –diríamos- todos los cabos de un razonamiento, de una explicación para que nada quede oscuro.

Después de estos dos mil años y siendo nosotros los que aquí estamos, yo reduciría esta explicación, este relato de Juan, a tres cosas fundamentales. La Palabra de Dios hizo todas las cosas. La Palabra fue la expresión del amor: «Tanto amó Dios al mundo» –dirá también san Juan- que a través de la Palabra creó todo cuanto existe. Esta Palabra se hizo hombre, uno entre nosotros. Pero ese niño que nació en aquel portal, en aquella cueva de ganado, no es un hombre sin más. Es un hombre a través del cual Dios hizo todas las cosas más allá de la eternidad, y vuelve a hacerlas ahora, ahora que es «el tiempo oportuno» –como dirá la carta a los Hebreos- . Ahora que el mundo está preparado para asumir de nuevo ese giro de ciento ochenta grados que le devuelva a Dios. Era el tiempo oportuno para ese giro, para que el hombre volviera a descubrir la amistad con Dios. Los hombres después hemos hecho muchas cosas, también muchas tonterías –por llamarlo de alguna manera- pero hoy Dios nos ofrece de nuevo el recuerdo de que la Palabra, Jesús, estaba en Dios desde el principio, es Dios con Dios sin principio y sin final, y esa es la grandeza de la Encarnación, que el mismo Dios que hizo las cosas, la misma Palabra de Dios por la cual fueran creadas todas las cosas viene ahora a recrear nuestra historia, a redimir nuestro pecado y a recrearnos de nuevo, de volvernos al principio, que sepamos y que podamos conocer lo que es el amor.

En el Génesis, el autor sagrado repite en varias ocasiones: «Y vio Dios que lo que había hecho era bueno». Y hoy lo que Dios hace también es bueno, hoy retoma todas las cosas, hoy nos ofrece todos los entremedios, hoy nos entrega todas las soluciones, porque hoy es el tiempo oportuno que podemos recibir ese don de Dios y que nuestra vida sea de verdad un regalo. No diferente, sino nueva. Nueva porque en todo momento resuene en nuestros oídos la Palabra hecha carne. Nueva porque en todo momento la Palabra hecha carne vive en nuestro corazón. Y es la Palabra hecha carne. Porque un hombre no puede vivir en el corazón de otro, pero su Palabra sí. La Palabra de Dios sí puede vivir en nuestro corazón. No ocupa lugar. Mientras el cuerpo ocupa lugar, la Palabra no ocupa lugar y sí puede vivir dentro de nosotros. Por eso el Señor hizo que su Palabra se hiciera hombre, que el Verbo se hiciera carne, que la Palabra viniera a los suyos, tomara cuerpo de hombre para vivir entre los suyos como hombre y como Palabra en el corazón de cada hombre.

Hoy podemos contemplar el nacimiento de Jesús, hoy podemos cerrar nuestros ojos y  ponernos delante de un Belén, mirar la cueva donde se representa el Misterio, ahí frente a esa cueva cerrar nuestros ojos e imaginar que estamos aquel día allá en Belén.

Pero la Palabra del Señor no  se quedó en Belén, ni en Galilea o Jerusalén. Esta resuena hoy en nuestro corazón y la Palabra es la que nos da la vida. Por eso cuando suena el canto de los ángeles aquel día en Belén, la palabra de los ángeles también llega hasta nuestro corazón resonando para hacer un corazón nuevo, para darnos un espíritu nuevo, para devolvernos al Padre. Para hacernos una cosa con Dios. De la misma manera que mi palabra y yo somos uno mismo, la Palabra de Dios y yo somos el mismo en Dios.

¡Es tan difícil expresarlo con las palabras! ¡tan difícil expresar con las palabras lo que encierra este día!. Todo nace de Dios como siempre. Todo sale de sus manos. Y es El quien viene a mí. Es El quien emplea mil caminos, mil formas, mil maneras, pero es El quien viene hasta nosotros. Porque desde el principio está mirándonos al corazón. Desde el principio está pendiente de nosotros. Desde el principio hizo todo por nosotros. Y desde el principio ya pensó en cada uno de nosotros personalmente, con nuestro nombre y apellidos.

La ternura de Dios se expresa de manera inminente este día porque es el recuerdo hecho vida y es la certeza de no pasar desapercibidos ante Dios, la certeza de sabernos amados, cuidados... a pesar de nuestros vaivenes, y de nuestras incomprensiones, a pesar de nuestras rebeldías y de todas nuestras cosas. Dios nos contempla y nos ama, nos llama y nos conduce, nos atrae hacia El, como atrajo a aquellos pastores cuando los ángeles cantaron.

Toda la Palabra, toda la enseñanza de Jesús, todo lo que hace y dice la Palabra de Dios hecha carne desde el día que hoy celebramos hasta el día que subió de nuevo a la gloria del Padre, se reduce no más que a ese gesto de Dios naciendo de mujer, el más pobre entre los pobres para «iluminar el camino de los que andan en tinieblas y en sombras de muerte». Su único objetivo es derramar su amor y ternura sobre los hombres, conducirlos a Dios, por amor simplemente, porque nos ama, porque nos quiere. Y allí en esa pequeña cueva de ganado, Dios se abaja para que entendamos cuánto, cuánto se abaja y para que entendamos cuán bajo está también nuestro nivel, el desarrollo de nuestro amor. Y para que entendamos cuán alto quiere El elevarlo. El Señor ha nacido hoy. Hace muchos años que celebramos este día. Cada Navidad Dios nace un poco más en nuestra vida.

Que este nacimiento, este nacer un poco más Jesús en nuestro corazón ilumine nuestra mirada. ¡Es tan importante ver! ¡Es tan importante ver! ¡Y es tan importante mirar! ¡Y darte cuenta de que te miran! ¡Y de que Dios te mira!

Digámosle al Señor que nos dé ojos para verle. Digámosle que nos dé oídos para escuchar el canto de los ángeles. Porque el canto de los ángeles no canta ni justicia ni tolerancia ni acción social, no canta nada. Canta la gloria a Dios en el cielo.

Los hombres hemos invertido los términos y, muchas veces, andamos muy ocupados en lo social y dejamos a Dios muy desocupado porque no lo consideramos muchas veces. Pero hoy el Señor nos muestra el orden verdadero de las cosas: Aquellos que dan gloria a Dios sirven a los hombres y los conducen a Dios. Y esa es la enseñanza para nosotros también en este día santo: glorificar a Dios y glorificando a Dios conduciremos a los hombres a Dios y conduciremos a los hombres a que se encuentren cara a cara siendo mirados por Dios, a que descubran el amor y la ternura que Dios tiene para con ellos. ¡Es tan importante mirar! ¡Y es tan importante que los demás al ver nuestros ojos vean a Dios! Vean en nuestras pupilas a Aquel a quien están mirando. Y eso es algo tan sencillo, tan…

El Señor nos ofrece una vida sencilla en una pequeña cueva de ganado. Pero donde el amor es la luz que ilumina y donde los hombres se encuentran con Dios.

La Palabra hoy viene para conducirnos a Dios.