Sagrada Familia, Ciclo A
Primacia de las cosas de Dios

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

Anotaciones a las lecturas:       

Ecl 3, 2-6. 12-14;  Sal 127, 1-2. 3. 4-5;  Col 3, 12-21;  Lc 2, 41-52 

Pienso que los que estamos aquí ahora tenemos claro lo que es una familia y diría que también lo que supone vivir en familia. Pienso que si cada uno se identificara con el padre, o con la madre, o con el niño de esta santa familia, pienso que también descubriríamos que hay mucha distancia entre el «ser madre» de María y el ser madres de las que están aquí presentes o el ser padre de José y ser padres de los aquí presentes o entre ser hijo como Jesús y los que somos hijos y estamos aquí. Pienso que habría sí una gran distancia. Pero pienso también que esa gran distancia puede surgir en nuestras vidas por la distancia que dejamos entre Dios y nosotros, entre Dios de lo cotidiano y nuestra vida cotidiana. Pareciera que nosotros anduviéramos un poco perdidos, aunque no entre las cosas de Dios, y esa puede ser la causa de las dificultades con las que se encuentra una familia cristiana que, por una parte quiere serlo  y quiere vivirlo completamente y, por otra parte, las dificultades que encuentra para poderlo vivir realmente.

El evangelio de hoy comienza con un episodio de la vida cotidiana: La Santa Familia habían ido al templo como acostumbraba a hacerse cuando el hijo cumplía 12 años. Jesús ya era un adolescente y ya debía entrar de manera oficial por sí solo en lo que era la ida y la visita al templo, tal como prescribía la Ley, era la confirmación del hecho. Los padres lo llevan al templo, lo introducen y le acompañan. Eso era lo que convenía. Los padres acompañan al hijo en su acercamiento a Dios y, consiguientemente, en su cercanía de Dios. No simplemente le cuentan las cosas de Dios y no solamente le llevan a la Misa, como diríamos hoy nosotros. No. Ellos le acompañan en el crecimiento respecto a Dios. Y acompañar no es solamente contar. Acompañar es vivir con el hijo cada uno de los acontecimientos que afectan a su relación con Dios y que son importantes para el hijo. Aunque el hijo a veces no alcance a ver lo importante que son para él. Los padres deben así explicar -y explicar con la vida y con los hechos- acompañándole a la Casa de Dios, al encuentro con Dios. Y pienso que fue tan eficaz la labor de acompañamiento de María y de José, que Jesús se quedo entretenido ocupándose en sus cosas.

Pero pasó también como un poco a muchos padres, lo que no está bajo su control les da miedo, les asusta a veces y María y José, de momento, perdieron el control de Jesús. No estaba con ellos, no estaba a su lado, no podían verlo. Y comenzaron a buscarlo angustiados -dice san Lucas-.

María estaba angustiada, tenía miedo de que a su hijo le hubiera podido pasar cualquier cosa. También eso pasa a multitud de padres y madres.

En ese momento María, como le puede pasar a cualquier persona, no alcanzó a vislumbrar lo real, a poner un remedio, una solución. Pero Jesús les da la solución a sus padres: «¿No sabíais que debía ocuparme de las cosas de mi Padre?»

En la práctica de nuestra vida estas palabras de Jesús nos recuerdan la primacía de las cosas de Dios sobre nuestra propia vida y como debemos de  buscar primero Dios, realmente y no solo con la intención, porque sabemos que Dios es lo que realmente va a ser importante y definitivo para la vida de la familia y para cada uno de los miembros de la familia.

Primero Dios. En las preocupaciones cuando el padre o la madre o el hijo pierden el control de la situación: primero Dios. En las situaciones en que no sabemos un poco por donde ir  porque estamos confundidos: primero Dios. En las cosas que no tenemos ni idea de qué hacer porque estamos enredados y porque de verdad se enredan las cosas y uno llega a un punto que ya no sabe qué hacer: primero Dios. ¿No sabes que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?

Nosotros realmente, ni en la vida personal ni en la vida familiar, desgraciadamente actuamos de esta manera. Tenemos claro -en nuestro corazón y en nuestra mente- que primero Dios; pero a la hora de la verdad, si a un padre o a una madre se le pone enfermo un hijo, lo primero que se hace es buscar un médico. Y no es que no haya que llevarlo al médico, sino que el primer pensamiento, nuestra primera seguridad no es Dios. No recurrimos a Dios, ni nos damos cuenta de que Dios está por delante. Y no es que eso esté ni bien ni mal, lo que no está bien es que nuestro primer recurso no sea Dios y, por lo tanto, en muchas ocasiones no vivimos con Dios lo concreto de nuestra vida.

A veces también hacemos un poco lo mismo. Dios está en la habitación de nuestra casa, en nuestro corazón, ahí en un rinconcito -digamos- sentado, sin molestarnos. Y nosotros por no molestarle, tampoco le hacemos mucho caso. Entramos y salimos, nos preocupamos de otras cosas, olvidándonos que podemos hablar cada uno con El y que El puede hablar al mismo tiempo con cada uno de nosotros, personalmente, porque El es el Señor. Dios está en nuestra vida, Dios está en el templo.  Nos falta ir nosotros al templo y darnos cuenta que lo primero Dios.

Y así comienza este fragmento poniendo las cosas en orden.

Primero Dios. Después ya vuelve la vida cotidiana. Dejando bien sentado que primero es Dios, Jesús vuelve con sus padres, les está sometido, les obedece, hace lo que le dicen y ellos le dicen lo que tiene que hacer.

Es curioso el procedimiento y la realidad. Jesús hace lo que le dicen y sus padres le dicen lo que tiene que hacer. La relación es una relación genial.

En muchas ocasiones, si observamos algunas familias, nos encontramos conversaciones como esta:

-Nene haz esto.

-No quiero.

-Pues no lo hagas.

-Pues eso, pues no lo hago.

Y de pronto el padre le dice a la madre:

-Mira ver que haces con tu hijo, porque esto no hay quien lo resista.

-Pues también es hijo tuyo... 

Queremos conseguir lo mismo que la Santa Familia pero cambiamos los términos y ahí es donde nuestras naves hacen aguas sin remedio.

El hijo debe ser educado como corresponde. Primero Dios, como corresponde. El hijo necesita aprender. Y parece que, en nuestro tiempo, todos lo saben todo. Los hijos lo saben todo ya y no necesitan a los padres. ¿Por qué? Porque los padres también lo saben todo y no necesitaban a los suyos. Y entonces los padres han educado a los hijos sin darse cuenta exactamente como ellos han vivido. Y cuando los hijos crecen un poco -digamos- independientes, los padres muchas veces se lamentan de lo independientes que son sus hijos.

Pero el pasaje del Evangelio nos crea una postura familiar muy sencilla y muy simple. Primero Dios. Y después todo consiste en obedecerse mutuamente y tenerse respeto. Y en crecer. A partir de ahí ya se crece. Se crece en sabiduría y se crece en edad y en madurez.

Hoy la estructura familiar contempla muchísimas historias y, en muchas ocasiones, la familia es un nido de seres afectivamente inmaduros. Con unos conflictos detrás de otros. O con unas metas que resultan imposibles y a veces crean situaciones difíciles.

Sin embargo, la estructura de la Santa Familia de Nazaret es una estructura sumamente simple: todos se quieren, y no es una teoría: «María guardaba todo en el corazón». Todo lo bello y hermoso de los otros dos seres con quien Ella compartía la vida, a quienes Ella amaba, tenían primero a Dios.

Creo que el celebrar año tras año esta fiesta es una gran propuesta de la Iglesia para que revisemos nuestro proceder familiar, para que miremos a la Familia de Nazaret y veamos cómo podemos alcanzar aquello que ellos alcanzaron, aunque tengamos que echar para atrás algunas cosas, sabiendo que primero Dios. El hará posible recuperar lo que hayamos perdido, enfocar lo que todavía podamos enfocar y orientar lo que está para orientar. La familia a fin de cuentas es como una gran masa de arcilla en la que cada uno de los miembros va modelando su propia figura. El  final será una gran estatua donde toda la familia estará configurada. Pero para llegar a eso cada uno tiene que ir modelando y perfeccionando su figura, perfeccionando su vida para que la imagen sea fiel reproducción de la Familia de Nazaret que, a su vez, es un verdadero reflejo de la vida de la Trinidad.