Festividad de Todos los Santos
La llamada a parecernos a Dios

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

Anotaciones a las lecturas:       

Ap 7,2-4. 9-14;  Sal 23, 1-2. 3-4ab. 5-6 ;   1Juan 3, 1-3;  Mt 5, 1-12a 

En el contexto social en el que nos ha tocado vivir todavía quedan rescoldos de pensar que Dios es como un ogro feroz, que carga al hombre con muchas obligaciones, con muchas cargas. Y parece que el hombre de nuestro tiempo ha olvidado o todavía no ha descubierto el Rostro verdadero del Señor. Pareciera como si hubiera escuchado hablar de Dios pero nunca hubiera llegado a conocer de verdad ese Rostro del Señor que nos muestra Jesús en el Evangelio.

El fragmento que acabamos de escuchar es como el texto inaugural de la Buena Noticia que Jesús trajo al mundo. Y de ese texto inaugural, en esa cabecera -diríamos- el Señor comienza por recordarnos la llamada a la felicidad que Dios nos hizo desde el mismo día de la creación del mundo. Dios nos llamó a ser felices.

Y para ser felices o para ser santos - que es lo mismo- nos mostró un camino seguro, eficaz y permanente. Y en esta lectura de hoy el Señor hace la presentación de ese camino. Tener un corazón pobre, desprendido de todas las cosas. Ser pacificador. Ser humilde. Ser sencillo. Basta releer despacio el texto de las Bienaventuranzas.

Nos plantea simplemente el camino para la felicidad, para la dicha, para la santidad. A veces en nuestro tiempo hablar de santidad parece que todavía a veces escandaliza a algunos cristianos como si fuera algo imposible. Pero para que no andemos equivocados el Señor comienza utilizando otra expresión simple, sencilla, pero que tiene el mismo contenido: Sed dichosos, sed felices. La llamada a parecernos a Dios, que nos conducirá a ser imagen y semejanza de Dios, a recuperar la imagen y la semejanza de Dios...

Lo siguiente, como hijos, como discípulos, como alumnos de un gran Maestro, nos queda asumirlo, aceptarlo, porque viene de quien viene y fiarnos de El y vivir así.

El problema muchas veces que tienen muchos hombres de nuestro tiempo es que no les cuadra esta imagen con la que ellos, por cualquier razón, se han podido forjar a lo largo de sus años. O por referencias, o porque han oído, o porque no han sabido entender y han entendido mal.

Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo se nos muestra -desde estos primeros capítulos del Evangelio- como el Padre lleno de amor que derrama, que abre, que traza, que -al igual que los indígenas en los bosques- coge el machete y va abriendo la brecha, el paso para que sus hijos -los hombres- sepan por el camino que han de seguir. Es verdad que a veces nosotros nos salimos del camino y nos metemos en medio de un bosque lleno de zarzales. Y es verdad que nos enredamos y nos quedamos -como dijera también Jesús- como la oveja perdida enganchada en un zarzal. Y es verdad que muchas veces no sabemos qué hacer para salir de él.

Pero el Señor hoy nos vuelve a decir y a insistir en lo simple: Este es el camino con el que tú serás verdaderamente tú mismo y con el que tú recuperarás la imagen y semejanza de Dios que perdió el hombre a causa del pecado y que que llevamos impresa en nuestra propia naturaleza.

Siguiendo ese camino, muchos -por decir algo- muchos cristianos han llegado a estar con el Señor y están con el Señor. Y en muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia se ha cumplido esto que decía el Señor: Serás dichoso. Dichosos vosotros cuando tenéis un corazón de pobre, cuando sois pacificadores, cuando sois mansos y humildes de corazón. Dichosos vosotros cuando por causa del amor os puedan mirar mal, os puedan decir cualquier cosa. Seréis dichosos por encima de todas las circunstancias.

Muchos hombres y mujeres que hoy celebra la Iglesia, siguiendo el camino que nos desglosa el Evangelio. han llegado a estar con el Señor, son los que llamamos santos. No son -aunque a veces así los consideremos- ningunos bichos raros en el seguimiento de Jesús. Son aquellos que nos demuestran que la Palabra del Señor es verdad y que ellos son felices y que en ellos -en su vida- se ha comprobado, se ha demostrado que Jesús cumple lo que dice, que lo que dice es la VERDAD. No una verdad más, es la VERDAD. Es el camino seguro incuestionable. Y no es el camino que se muestra de forma racional para los inteligentes, sino el camino por el que siguen todos los hombres. Los que son inteligentes como los que no lo son, porque en la capacidad de amar radica la capacidad de ser feliz. Y en eso no hay mayor ni menor inteligencia. En eso en donde en el hombre se realiza la imagen y semejanza de Dios propiamente hablando. En esa capacidad de amar y por el mismo amor vivir, ser felices. Porque la felicidad la engendra el amor vivido hasta la plenitud.

Cuando una persona no ama en las cuestiones ordinarias de la vida, se siente mal, todo le molesta, todo le choca, todo le hiere, se siente incómodo. Porque el desamor nos conduce por caminos agrestes, por sendas oscuras, nos lleva -como decíamos antes- a través de un bosque lleno de zarzales y rastrojos, matorrales pequeños con espinas. Pero el amor nos conduce por el camino seguro y el hombre -cuando ama- es feliz con lo que ama y con los que ama. Y el amor genera en él esa felicidad que le lleva a buen puerto.

Así Jesús hoy nos recuerda que el camino de la felicidad es El mismo y es su enseñanza, es sobre todo su vida, su manera de vivir, su manera de amar a Dios, su manera -si podemos hablar así- de servir a Dios y servir a los hombres. Porque todo ello son como flores de un mismo ramillete. Son como contemplar el amor desde caras diferentes. Solo el que ama es capaz de hacer todas esas cosas, porque el amor es el que engendra el servicio, la capacidad, el gusto, la riqueza del servir. Solo el amor es el que hace nacer en nosotros el deseo y el anhelo de pasar desapercibido para que el ser amado ocupe un lugar dominante. Solamente el amor nos llama a desear ocupar el último lugar para que mi hermano ocupe el primero. Y como tal, el fruto del amor es la felicidad en el corazón del hombre.

Por eso el Señor y la Iglesia nos recuerdan hoy a tantos y tantos que han creído esta Palabra del Señor. Que la han vivido. Que la han hecho carne de su carne, sangre de su sangre, vida de su vida. Y nos lo recuerda para fortalecer nuestra fe, para que crezca. Para que en ellos tengamos la seguridad de que el camino emprendido nos llevará seguro definitivamente a la Casa del Padre.

Cuando la parábola de «el rico Epulón y el pobre Lázaro», el rico Epulón le dice a Abraham: «Padre manda al pobre Lázaro, manda a Lázaro a casa de mis hermanos para que ellos crean». El Señor ha realizado ese deseo de Epulón para nosotros. Nos ha mandado y nos manda a los santos. Nos permite contemplar la vida de aquellos que están junto al Señor para fortalecer nuestra fe, para hacerla crecer y para que de esa manera también se afiance nuestro camino tras del Señor, nuestro aprendizaje del ejemplo del Señor, de la vida y de la enseñanza del Señor. Para que tengamos seguridad de que, poniéndolo en práctica, alcanzaremos la misma meta. No necesitamos que nadie venga, resucite de entre los muertos, ya uno resucitó: Jesús. El es la garantía de nuestra fe. Pero por nuestra debilidad, dado que somos tan débiles, dado que nos distraemos con tanta frecuencia, la Iglesia y el Señor hoy nos proponen el testimonio de aquellos que están junto al Señor, que sabemos que están junto a El. Nos lo proponen -repito- para que afiancemos nuestra fe y para que como ellos también, nos estimulen a seguir la enseñanza y la vida de Jesús. Pero también nos lo proponen porque somos débiles y necesitamos también alguien que interceda por nosotros ante el Señor.

Tras celebrar el día de Todos los Santos es también confiar en que ellos están intercediendo por nosotros ante Dios nuestro Señor para que el Señor encuentre nuestro corazón favorable a El. Para que el Señor encuentre en nuestro corazón el deseo de amarle, el deseo de servirle, el deseo de seguirle. Y como los hijos que están en torno al Padre intercediendo por aquel hermano que se alejó de casa por cualquier causa, también ellos, los que nos han precedido en el camino de la fe, interceden ante el Señor y a nosotros mismos nos estimulan también a unirnos a la alabanza misma que ellos dan a Dios nuestro Padre.

San Juan Crisóstomo entre otros nos recuerda -y reitera en diversas ocasiones- cómo cuando los cristianos se reúnen a orar, su alabanza se une a la alabanza de los santos y de los ángeles en el Reino de los Cielos, cómo cuando nos reunimos a celebrar la Eucaristía nos unimos a todos aquellos que en el reino eterno están gozando de la presencia de Dios, de la presencia del Señor como nosotros también vamos a gozar de ella en las especies del pan y del vino. Y esta celebración es también nuestra alabanza. La alabanza que ofrecemos a Dios junto a aquellos que están con el Señor. Somos un solo Cuerpo, una sola cosa, un solo corazón. Y la fiesta de hoy en cierta manera, nos la otorga la Iglesia como un día especial de encuentro con aquellos hermanos que no conoces, pero que son tus hermanos. Es como si en una familia se muriera el padre y la madre y tuvieran cinco o seis hijos y al fallecer los padres no tuvieran ningún familiar más y de pronto las circunstancias de la vida hacen que sean adoptados por familias distintas que viven en lugares diferentes pero llega un día y esos hijos se reúnen en uno de los lugares donde viven. Es el reencuentro de los hermanos que no se conocen y después en los años siguientes es el reencuentro de los hermanos que aunque ya se han conocido no viven juntos.

Es el día de conversar, de compartir, de alegrarnos juntos por el amor de Dios. Es el día de alegrarnos juntos por la misericordia que Dios tiene con nosotros. Es el día de alegrarnos juntos porque Dios cuida de todos nosotros.

Que los santos también hoy intercedan por nosotros para que nosotros seamos fieles a Dios como Dios es fiel a nosotros. Para que un día -junto con ellos- podamos compartir la alegría del reino eterno, la alegría de la familia reunida en la casa del Padre -como dice el Apocalipsis- para celebrar las bodas del Cordero, donde todos los hermanos, los que ya están con el Señor, los que queremos y estamos camino de.los que vengan detrás de nosotros formemos de verdad, nos reconozcamos como esa sola familia en la que Dios es el Padre común de todos y donde Dios nos hace una sola cosa con El.