Domingo XXVII Tiempo Ordinario, Ciclo A

Seguir al Señor

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Ha 1,2-3; 2, 2-4; Sal 94,1-2. 6-7. 8-9; 2Tm 1, 6-8. 13-14; Lc17, 5-10;

Las últimas palabras del evangelio que acabamos de escuchar son altamente significativas porque en ellas nos plantea de una manera simple lo que es seguir al Señor para que nadie se pueda quedar sin comprender el trasfondo de la vida, de la vida cristiana. 
«Cuando hayas hecho todo lo que se te ha mandado di: soy un siervo inútil hice lo que se me mandó».

Hay dos partes muy claras. 

Primero. «Cuando hayas hecho todo lo que se te ha mandado». 
Es simple y sencillo: El Señor nos ha propuesto una vida y nos enseña cómo vivirla. 

Cuando uno de nosotros quiere conocer una materia lo primero que hace es investigar o leer todo lo que los especialistas en la materia han escrito o han encontrado en su investigación. Y comienza a asumir criterios y conceptos simples, sencillos o altamente complicados, según «el maestro» que escojas para llegar a saber y a conocer lo que tú quieres conocer. 

El mismo proceso es el que sigue el hombre con respecto a Dios. 
No se trata de tomar grandes iniciativas, hacer grandes cosas, apuntar a grandes premios y conseguir grandes metas. 
El Señor, como gran pedagogo, nos dice lo que hemos de hacer y a nosotros lo que nos queda es simplemente hacerlo, hacerlo como cuando en el colegio nos decían que pusiéramos la «a» en la pizarra o que saliéramos a la pizarra a resolver una raíz cuadrada. Salíamos y la resolvíamos. No se nos hubiera ocurrido discutir algo dicho por alguien que sabe más que nosotros mismos. Desde luego, en la actualidad, tentaciones no nos faltan, porque últimamente el hombre lo discute todo, sepa o no sepa de la materia, pero no es ese el proceder de un verdadero maestro ni de un verdadero discípulo, ni tampoco el proceder del clima en que se mueve el Evangelio. 

Hacer lo que nos ha mandado el Señor. 
El día en que nos encontramos con Dios, de alguna manera, El nos preguntó: ¿quieres ser feliz? ¿Quieres llegar a la vida eterna? ¿Quieres vivir, recorrer el camino de la Salvación? 
Y nosotros dijimos: «Sí». Tras nuestra respuesta afirmativa, el Señor, como hiciera con sus discípulos, nos dijo: «Ven y sígueme». A partir de ese día -cuando sigues al Señor-, si Él se va hacia la derecha, tú vas en esa misma dirección. Si dice: «vamos a ir por la izquierda porque es mejor camino», tú vas a ir por la izquierda, porque tú has querido seguirle y estás en ese empeño y quieres alcanzar aquello que Él te ofrece.

A nosotros lo que nos ocurre es que nos olvidamos de este primer punto y muchas veces nos consideramos con tanta experiencia que ya lo sabemos todo. Hemos oído tantas veces el Evangelio, que nuestro pecado está en no obedecer la Palabra del Señor, no obedecer el mandato simple y sencillo que el Señor da cuando pone el ejemplo de la mujer que encuentra la dracma perdida. Es un ejemplo muy sencillo. 
No obedecer la Palabra del Señor cuando dice que te des sin medida. 

Se aprende cuando se hace. Y nosotros queremos recibir la sabiduría antes de estudiar, antes de ponernos a aprender, antes que tener que coger un libro, abrirlo, leerlo, reflexionarlo...
La acción de la vida que nos propone el Señor es la del siervo que confía de tal manera en su señor que simplemente hace lo que le manda. El gran triunfo del siervo es vencer la fuerza del mal, del egoísmo, del egocentrismo, y redirigir su libertad interior en la dirección de la obediencia al maestro. Esa es la gran fuerza del siervo. El resto es hacer lo que se me ha mandado. Y una vez hecho, reconocer simplemente que hemos alcanzado el objetivo propuesto porque hemos seguido la línea de los pasos que el Maestro nos ha dicho.

Por ahí encontramos siempre el camino de hacer una vida simple, como simple fue la vida de Francisco, la vida de Teresa de Jesús o de Teresa del Niño Jesús, como simple ha sido la vida de los grandes maestros espirituales, de los grandes hombres y mujeres de fe. 
Simples porque de entrada han decidido ser obedientes a Dios desde esa simplicidad de no preguntar: ¿por qué tengo que partir mi bocadillo en cinco? o ¿por qué tengo al final que dar un trozo que 
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me corresponde a aquel que no tiene que comer? No. Es tan evidente la confianza, que simplemente haces lo que dice el Maestro. Y por esa simplicidad de hacer lo que dice el Maestro vives feliz, en la tierra y después en el Reino. Vives feliz porque sabes que el Señor te muestra el camino y porque El ya te ha enseñado los planos de la casa que tienes que construir
Y esa va a ser la casa en la que Él va a vivir contigo.Tu casa interior. 

Entonces, si dice: ¡Reza! Pues a rezar como locos. ¿Por qué? Porque el Señor dice que oremos para no caer en tentación. Pero no es que oremos cuando viene la tentación, no. Orar sin cesar porque así, cuando llegue la tentación la reconoceréis. 

Si una persona tiene puestas unas gafas oscuras en una habitación sin luz, podría llegar una persona y –al no verla- no sabrá quien es. Es posible que, además, le ofreciera una bebida que resulta ser un veneno. Podría ocurrir que piensa que esa persona es un conocido y –fiándose de dicha persona- se toma la bebida. El resultado sería haber ingerido un veneno. Pues bien, eso es lo mismo que nos pasa con el enemigo. 
Si oramos para no caer en tentación, como dice Jesús, cuando venga el enemigo aunque tengamos las gafas oscuras nos daremos cuenta de que lo que nos propone no es bueno y el enemigo no habitará en mi casa, ni tendrá parte conmigo. Pero, si no lo descubrimos, nos hará pasar lo malo por bueno, porque, como dice Jesús, es el engañador. 
Sin embargo si nosotros simplemente hacemos lo que el Señor dice, oramos continuamente y velamos para no caer en tentación, entonces entenderemos las cosas, sabremos por donde van y nadie -ni la vida ni la sociedad- nos engañará, porque velaremos y oraremos para no caer en tentación. 
¿Quieres caer en tentación? ¿Tú quieres ser infeliz y desgraciado? 
Pues entonces ama a los demás -sea quien sea, aunque te haya hecho daño- ámalo, pon tu empeño en amarlo y yo te daré el amor para amarlo. 

Y entonces, como haces lo que El dice, como haces lo que se te manda serás un siervo fiel y serás feliz en la tierra y vivirás como un rey en el Reino. Y entonces entenderás cómo es eso de ser una sola cosa con Dios. 
Segundo: «Cuando hayas hecho lo que se te ha mandado, dirás, soy un siervo inútil, he hecho lo que se me ha mandado».

Es decir, cuando hayas hecho lo que se te ha mandado y vivas en tu corazón realmente el don de Dios, el gozo, la paz, la felicidad interior, entonces tú reconocerás que tú has puesto el empeño, Dios ha puesto su gloria y has llegado al final. «Habrás ganado la carrera -como dice San Pablo- habrás combatido el buen combate» y el Señor te dará la corona de gloria. 

Ese sentido de «siervo inútil» del que habla este pasaje del Evangelio, no es el de «inutilidad». 
Del mismo modo que el corredor corre la carrera, y el combatiente combate bien, es decir, pone sus capacidades en función del combate, guardando las reglas del mismo. Del mismo modo que en la ascensión de una montaña escarpada o con un corte vertical, hay que hacer mucho esfuerzo manteniendo las normas para una adecuada ascensión... También en la vida hemos de poner nuestras capacidades al servicio de la Palabra del Señor, poniendo en práctica –guardando- sus enseñanzas. De esta manera alcanzaremos la meta de la vida y el Señor nos obsequiará con la corona de gloria. 

Por eso es importante que comprendamos bien esta Palabra del Señor que muchas veces nos pasa desapercibida o mal entendida. 
Es necesario recuperar la simplicidad, y escucharla con simplicidad, entendiendo bien los términos. Y, por ello, no hace falta demasiada sabiduría para comprender que el Señor es el Señor y yo soy el siervo. El es el Maestro y yo soy el discípulo. El es el Padre y yo soy un hijo. 
Partiendo de escala de valores tan simple que nadie podrá nunca destruir, es sencillo comprender que el que es padre es padre, el que es madre es madre, el que es maestro es maestro y el que es discípulo es discípulo. Eso no es cambiable. Depende del primer paso y ese lo dimos en su día cuando nos encontramos con Dios y aceptamos seguir a Jesús. 
Si yo me corto el pelo al cero o me afeito la cabeza y me crece después el pelo, el que tenga después pelo no quiere decir que no me haya afeitado la cabeza. Lo hecho está hecho y la decisión está 
tomada. El paso está dado, la vida está emprendida. Cada uno somos lo que somos. 
Y con respecto al Señor, El es el Padre, el Señor y el Maestro. Y eso no depende tampoco de nosotros. Lo podemos aceptar o nos podemos rebelar. 

La Palabra del Señor nos enseña hoy que aceptemos las realidades que Dios nos ofrece, en el plano en que se mueven, que aceptemos las cosas como son y hagamos lo que se nos dice. Pero como somos un poco cortos de entendimiento, pretendemos –en ocasiones- hacer otra cosa, porque nos encaprichamos –por ejemplo- con un coche nuevo y buscamos mil razones para cambiar de coche. Y –quizás- resulte que no es lo más conveniente Por eso el Señor no me dice que cambie de coche sino que lo repare.

Nuestra experiencia, o la experiencia humana de padre e hijo, de ser padre y de ser hijo, muestra también mucho el sentido de este Padre. Si el hijo es un hijo obediente aprenderá a vivir, sobre todo si el padre es un padre como Dios manda. Y esa es la clave que nos ofrece el Señor: Hacer lo que El nos dice confiadamente, abandonados en sus manos, sabiendo que al final, recibiremos la corona de gloria de manos del mismo Señor.