Santa María Reina de la Paz

El Evangelio nos conduce a vivir en paz 

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Is 9,2-7; Sal 44,11-12.14-15.16-17; Lc 1,39-47

¿Por qué será que la Palabra de Jesús siempre nos lleva en la misma dirección? Parece que siempre va chocando con nosotros, como un niño que va con un andador e intentando moverse pero tropieza con las paredes y con los muebles.
Mientras el Señor nos habla de humildad, la sociedad en que vivimos nos habla de primeros puestos y de ser grandes y maravillosos, de vivir en el bienestar y de ser poderosos.
La diferencia es clara: la sociedad de nuestro tiempo nos mueve a una vida totalmente vacía de nosotros mismos, perdidos en las cosas, perdidos en las situaciones, perdidos en los acontecimientos. Mientras, el Evangelio nos conduce a vivir en paz. 
Para muchos, las palabras de Jesús suenan como un acto de «resignación cristiana», que –en verdad, a nuestro juicio- tiene poco de cristiana aunque se le califique así. Resignarse es simplemente, aceptar perder. He perdido algo, ¡qué le voy a hacer! La resignación es algo que tiene poco que ver verdaderamente con el amor y a la humildad. 
Y sin embargo Jesús nos sigue hablando de amor y humildad todos los días y no tanto de «resignación». La Palabra del Señor –por donde quiera que la leamos-, siempre nos conducirá hacia «un corazón contrito y humillado» y afirma contundentemente que a éste «Dios no lo desprecia». Podemos ser los últimos, los más perversos de los seres humanos, pero «un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia». 

El amor, la humildad, la esperanza y la confianza son actitudes que van siempre unidas en la vida del cristiano y que son la llave para vivir en Paz, y para ello, hemos de tomar conciencia de esta Palabra del Señor, porque, en el mundo en que vivimos, solamente la Palabra del Señor nos devolverá la identidad y la intimidad y nos alcanzará poder vivir en el corazón en paz. 
Podré andar –quizás- corriendo por las ciudades porque es necesario atender cincuenta mil clientes, llamadas, reparaciones, pero eso no importa. 
El pez, vive en el agua. Podrá ir nadando, corriendo, huyendo de un tiburón que se lo va a comer, escondiéndose en los corales o bajo las rocas, pero siempre va a vivir en el agua. Es decir, siempre podemos vivir en La Paz. Aunque tengamos muchas cosas que hacer. No podemos confundir una vez más «hacer» con «ser».
El problema de La Paz no está fuera, está dentro de nosotros mismos. La paz se vive dentro, en lo exterior, cada persona hace lo que tiene que hacer. Y la gran diferencia es que una persona lo hace con estrés, precipitadamente... y queda insatisfecho, y otra lo vive con Paz y lo hace igual de bien o igual de mal. Lo hace, y se siente en paz. ¿Por qué? Porque la paz camina en nuestro corazón. Nuestro corazón es el que vive en la paz. 
Y, si tenemos que huir de ese tiburón que –como al pez- también nos quiere devorar (será el enemigo, las tentaciones de la índole que sean), buscaremos en La Paz (como el pez: en el agua) la manera de escapar de la ira, de la cólera, del coraje, del palo. Escapar de la mala interpretación, del juicio temerario. Escapar de... de muchas cosas. Pero siempre en La Paz, sin agobios ni elucubraciones interiores. 

Vivir en La Paz, es algo que olvidamos con frecuencia los cristianos. Defendemos la paz en situaciones de conflicto. Defendemos la paz en manifestaciones, a través de los medios de comunicación. Y, donde hay necesidad, donde hay violencia, agresividad, queremos implantar la paz y está muy bien. La paz es necesaria. Tan necesaria como que nosotros mismos vivamos en Paz. Porque cuando vives en La Paz eres pacificador. Si no vives en la paz, la alteras porque lo que vives es la alteración interior. Y es un poco chocante hablar de paz, promover la paz y por tanto buscar crear paz, si la paz no está en mi corazón, si yo soy una persona violenta, agresiva, injusta.... 
Ocupémonos cada uno en lo que está a nuestro alcance. Porque cuando nosotros hayamos alcanzado lo que está a nuestro alcance, el mundo podrá tomar de lo que nosotros tenemos y podrá ver lo que es vivir en La Paz. 
Y esta es una de las tareas del cristiano: Mostrar lo que es vivir en Paz. Porque también se puede ir corriendo de un lugar a otro, pero con el corazón en Paz, entonces las prisas no agobian, sino que forman parte de la Paz. 
Por eso en este tiempo que tanto se habla de paz, que tanto se promueve la paz, que tanto se quiere buscar la paz, y es bueno, a veces los cristianos olvidamos que nosotros tenemos la llave principal para la paz: La palabra del Evangelio, la paz de Jesús. Pero solamente desde la Paz que anuncia el Príncipe de la Paz solamente de la Paz que hoy gobierna también la Reina de la Paz, la Madre de Dios, solamente desde ahí es desde donde podremos ser pacificadores realmente. Porque el que tiene las semillas en el bolsillo es el que puede sembrar. Quien no tiene las semillas no puede sembrar. «Nadie da lo que no tiene».

Creemos La Paz en nuestro corazón, seamos hombres de Paz en nuestro corazón, vivamos en La Paz del Señor y entonces podremos sembrar Paz. Compremos La Paz primero, a fuerza de amar y a fuerza de confiar en el Señor. Comprémosle La Paz, es decir, abrámonos al don de La Paz que Dios nos da, a base de amor y a base de confianza en Dios. Entonces seremos pacificadores. Entonces podremos hablar de Paz. Porque entonces no hablaremos de pancartas, no hablaremos de teorías, daremos vida que es a lo que hemos sido llamados: A comunicar la vida y la paz. 
Seamos, pues, comunicadores de paz, comunicadores de amor, viviendo en el amor, viviendo en el cariño, viviendo en la reconciliación. Viviendo, como hemos dicho tantas veces, con dos palabras en nuestros labios: perdón y gracias. Entonces sí seremos portadores de Paz y seremos pacificadores. El perdón siempre, pacifica. Tanto el pedir perdón como el perdonar, siempre pacifica. Eso es lo más importante para nuestra vida, lo demás se nos dará por añadidura. 

Abramos nuestros ojos, nuestro corazón, nuestra vida; como mendigos supliquémosle al Señor hoy, al Señor de la Paz, supliquémosle el don de la Paz interior, que nos haga vivir La Paz para poder ser en verdad pacificadores, en nuestro hogar, en nuestra comunidad, entre nuestros compañeros de trabajo, entre la gente que os encontráis de un lado a otro. Supliquémosle hoy al Príncipe de la Paz y a la Reina de la Paz, que nos hagan pacificadores, que modelen nuestro corazón, que lo preparen para la Paz y así seremos pacificadores. 

Y entonces, si somos pacificadores, lo dice el Señor, seremos bienaventurados en la tierra y en el cielo.