Domingo XXII Tiempo Ordinario, Ciclo A

El último puesto

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Eclo 3,19-21.30-31; Sal 67,4-5ac.6-7ab.10-11; Hb12,18-19.22-24; Lc14,1.7-14;

A veces corres la tentación de pensar que al hombre no le va demasiado bien porque ha equivocado la fórmula. 
En nuestro tiempo los hombres buscan ser los primeros, buscan el honor la gloria, el reconocimiento... 
En estos últimos tiempos domina la búsqueda del sentimiento de una adecuada autoestima.
Es casi el camino más distante del camino del Evangelio. Este nos recuerda que lo verdaderamente importante no es andar ocupado en tantas cosas, ni andar buscando tantos privilegios tantos reconocimientos, tantas historias, porque en el fondo, con todas esas historias, nadie encuentra lo que busca. Es como el estado de la eterna insatisfacción: Como yo busco ser reconocido y tú buscas ser reconocido, tú no me reconoces y yo no te reconozco porque estamos ocupados en nuestros propios reconocimientos. 
La autoestima está alta o la autoestima está baja a tenor de que se alcancen o no los primeros puestos. Y como todos buscan los primeros puestos, los que no los alcanzan no se sienten realizados. 

Estamos en el contexto de una sociedad terriblemente hedonista que se aparta del Evangelio, al rendir al propio ego el culto y el reconocimiento de Dios y de su obra. Por eso el Señor hoy nos recuerda en este evangelio, el camino que lleva sin duda a un estado feliz. 
Cuando se estaba proclamando la palabra del Evangelio yo estaba recordando algunos episodios vividos, o algunas personas conocidas, cuando estaba en América Latina. Y recordaba que ellos vivían felices. Eran campesinos, vivían en pequeñas poblaciones, sin todas esas complicadas aspiraciones que tenemos en nuestro tiempo. Ellos eran felices teniendo para comer y vivir, pudiendo ir a la ciudad, teniendo salud, teniendo una vida tranquila. Trabajaban, pero, su ocupación era vivir, sin más calificativo. No era ganar puestos, ni honores, ni privilegios, ni para ser considerados... 
Y en estas personas era plenamente reconocible la palabra de Jesús en el Evangelio: «busca los últimos puestos». 
Evidentemente no se trata de último ni de primero, es una manera de expresar que busques ubicarte donde estés tranquilo, donde vivas feliz, donde no tengas más preocupaciones ni más inquietudes y donde puedas disfrutar de la vida y de lo que estás haciendo. Ese es «el último puesto». 
Porque normalmente, ese puesto no te va a dar honores ni privilegios, ni te va a encumbrar socialmente. Estarás donde tienes que estar. Vivirás como quieres vivir, como debes vivir: Vivirás tranquilo y en paz. 
Cuando sales de ese estatus, de ese reconocimiento sencillo y humilde de que lo más importante de tu vida es vivir en paz, vivir feliz, es cuando te salen todos los conflictos, cuando tienes cosas que defender. Cuando te sales de ahí tienes cosas que defender, porque enseguida alguien hace algo sin pretenderlo o pretendiéndolo, (pero ese es su problema), te pisa el terreno en algo que tú estabas haciendo. Y entonces tú ya te sientes mal porque el otro ha dicho, porque el otro ha hecho, porque el otro ha pensado... ¡Qué complicación de vida!. 
Cuando uno está en lo que está, viviendo, ocupado en vivir y vivir en paz, si el vecino ha hecho algo, pues ¡bendito sea Dios!, lo ha hecho, ¡qué bien! pues lo ha hecho también para vivir en paz. Que el compañero de trabajo ha entrado en mi terreno, pues bien, gracias, porque has hecho lo que yo iba a hacer. Que lo ha hecho de forma diferente, y ¡qué mas da!. 
Esa humildad de hacer lo que tienes que hacer y no andar peleando por reconocimientos, ni andar defendiendo lo indefendible, ni andar combatiendo explicaciones o justificaciones, o buscando ser reconocido... El que vive así, vive bien, vive feliz, lo demás complica la existencia del hombre. 
Por eso Jesús, que busca la felicidad y el bienestar del hombre, nos invita a una vida humilde, junto con las dos lecturas anteriores, que también hoy hemos proclamado y escuchado. 
La humildad es la llave de la vida; porque la humildad abre el camino del amor y la puerta por la cual entras en el camino del amor, en el camino de la fraternidad, en el camino de la caridad. 
Y la humildad te enseña a amar. Y sobre todo te enseña a encontrar y a recibir el amor de los demás, aún en medio de tribulaciones, o aún en medio de conflictos de los demás. Pero si tu hermano tiene un conflicto tú lo vives en paz. 
Vive, pues, con humildad. Vive buscando vivir en paz, buscando simplemente vivir y así entrarás por la puerta del amor. Aprenderás a amar al otro porque no verás ya en él a un rival. Pues con la llave de la humildad, se abre la puerta de la vida por la que se accede al amor y por el amor a la vida y a la vida en paz.