Domingo 1º de Cuaresma, Ciclo A

"Amando al Señor tu Dios"

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Gn 2, 7-9; 3, 1-7; Sal 50, 3-4. 5-6a 12-13. 14 y 17; Rm 5, 12-19; Mt 4, 1-11;

Al escuchar la Palabra del Señor, llegas de alguna manera a la certeza de que realmente la Palabra no es algo estanco ni escrito simplemente, sino que la Palabra de Dios es realmente una palabra viva que tiene para nosotros una respuesta apropiada y adecuada cada día. Y en este primer fin de semana de Cuaresma, el Señor nos recuerda y nos advierte: «No es oro todo lo que reluce». Muchas veces nos dejamos maravillar por los rayos del sol, por los reflejos de la luz, pero los reflejos no son la luz. Nos dejamos atraer por cosas maravillosas, pero no son la luz.

El Evangelio nos dice que «No todo es oro lo que reluce» y que la vida espiritual y la vida cristiana, la vida del hombre, uno tiene que estar con la mirada bien atenta, porque -como dice Pedro- «Vuestro adversario el diablo -como león rugiente- anda buscando a quien devorar». Y, evidentemente -como dice san Juan Clímaco-, él no nos va a proponer que seamos fieles a la Palabra del Señor. Pero, puede que nos diga que «tampoco hay que ser tan exagerado», con la oración personal. Por otra parte, el Señor dice: «No mentirás». Pero el enemigo nos sugiere: «Pero eso es una mentira piadosa, no tiene importancia». Y así nos va enredando, y –antes de que nos demos cuenta- estamos dominados como la mosca en la tela de araña, agarrados por todas partes y dando por bueno lo que no lo es. 
Esa es la misma propuesta que el enemigo hizo a Jesús en el Monte de las tentaciones. El iba a orar, a charlar con su Padre en la soledad del corazón. Pero, claro, el enemigo no puede quedarse impávido cuando el Reino de Dios amenaza aparición en este caso, o cuando el Reino de Dios amenaza crecimiento o desarrollo en nuestra vida ya en el día de hoy. 
Las tres tentaciones de Jesús, es una manera de resumir las tres motivaciones más fuertes en las que, con facilidad caemos. Nos ocurre como a algunos niños pequeños que, cuando están aprendiendo a andar y se caen, lo hacen sentados. Aplicándolo a los adultos, significa que caemos en una posición en la que estamos cómodos. Y entonces ya creemos firmemente –o queremos creerlo- que no necesitamos nada más. Hemos terminado de dar por bueno y maravilloso lo que no tiene ningún fundamento cristiano: rendirse al mal. 
Las tentaciones de Jesús abarcan tres áreas muy concretas y definidas. 
En la primera de las tentaciones, el enemigo comienza hablando a Jesús: «Di que estas piedras se conviertan en pan». Es muy triste; pero el pan (los bienes materiales) es uno de los problemas más graves del hombre. Frente a ellos pierde la cabeza, pierde el concepto de Dios con tal de comer, de comprarse una casa, de tener unas comodidades, de tener bienes materiales cuantos más mejor; porque -y ahí entramos en la segunda manipulación del demonio- nuestros hijos necesitan estudiar, ropa, estar a la altura de sus amigos... Y hacen de los bienes materiales un dios. Esa es la sutil propuesta del enemigo.
Es que si no comes te morirás: «Di que estas piedras se conviertan en pan», como por «arte de magia». La búsqueda de seguridades materiales, la búsqueda de construir mi futuro, la manera de poder prescindir de Dios.
Yo recuerdo que una vez comentaba con una religiosa que vivíamos de la Providencia de Dios y se me quedó mirando y me dice: «Ay Padre, usted está loco de atar». Yo pude decirle: «Pues sí hermanita, pero una cosa tengo clara, si yo no doy la oportunidad a Dios de que cuide de mí, si me cuido yo solo, Dios podrá cuidar de mí». Ahora puedo garantizar que Dios cuida de aquél que confía y se abandona en sus manos. 
Sin embargo, la tentación es más sutil. No la referimos a nosotros, personalmente, la dirigimos hacia los niños: es que son los colegios, los gimnasios, la escuela de idiomas, el kárate o el judo para autodefensa, porque el mundo está muy inseguro. Tiene que ir a kárate –nos argumentamos- porque si un día le salen por ahí unos violentos, por lo menos que pueda dar dos golpes, no para hacer daño sino solo para defenderse. Por si acaso no estamos seguros y todavía pudiéramos no aceptar la tentación, el enemigo sigue: es que tiene que estudiar inglés porque, aunque no tiene todavía seis años, si no estudia inglés el día de mañana no podrá ir a ningún sitio. 
Y esto no es un caso aislado. El noventa y nueve por ciento de los padres, sean o no cristianos, lo están haciendo así. Tienen que asegurar el futuro de los hijos. Ya no dejan espacio a Dios. 
Jesús dice: «Cada día tiene sus propias inquietudes». Pero, con facilidad, decimos que sí, que sí; pero... cuando yo sea ya mayor, al menos mis hijos -que ya estarán casados-, tendrán su propia su casa, tendrán su titulo y sus recursos... ¿Dónde está eso de que «cada día tiene sus propias inquietudes»? ¡Ya no necesitamos a Dios!

Yo no sé si os ha pasado alguna vez, pero yo me encontrado –en ocasiones- con personas a las que el Señor había confiado una tarea en la Iglesia, y no terminaron de definirse, porque –decían- «es que ahora estoy trabajando, pero, bueno si el Señor quiere otra cosa... Bueno... pues lo que Dios quiera». Pero mientras tanto se sigue en lo mismo y no se da un paso de confianza y abandono en las manos de Dios. Y todo esto, en ocasiones, se suple con ir a la Parroquia a dar catequesis. Antiguamente cuando yo era joven, recién postconcilio las señoras económicamente bien establecidas en la vida, los domingos se marchaban a dar catequesis para los pobres. Esa era su «obra buena». Pero todos ellos están firmemente convencidos de que lo que hacen es lo bueno que deben de hacer. Evidentemente el enemigo no nos deja ver lo que es malo pues no le seguiríamos, nos «engaña», es decir, nos hace creer que es bueno para nosotros (o para alguien) en un momento determinado lo que no lo es.

La segunda tentación: «Si eres Hijo de Dios tírate abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con la piedra» En cierta ocasión conocí a un matrimonio que había tomado una opción por vivir en la cercanía de Dios, dentro de un marco de confianza y entrega a Dios. Un día, uno de sus hijos se puso enfermo. Llamaron al médico de urgencias, lo llevaron al Centro de Salud, llamaron a un médico amigo –por si acaso. Se pusieron muy nerviosos... Cuando, después de todos estos acontecimientos, tuve noticia del caso, les pregunté si habían orado buscando la ayuda del Señor. La respuesta no se dejó esperar. Con mirada de extrañeza y turbación, me dijeron: «No. ¿Por qué? No tuvimos tiempo» 
Es la segunda propuesta del enemigo: llega a ser natural que un cristiano primeramente lleve su hijo al médico y no ore por él al Señor porque, cómo Dios se va a preocupar de mí, ¡con los problemas que tienen en el tsunami! ¡Con la guerra de Irak! ¡Con lo problemas de África! ¡Por Dios! ¡No hay que ser un fundamentalista cristiano! tú vela por ti mismo, que para eso el Señor te ha hecho libre y capaz, no enredes a Dios en tus cosas que bastante tiene con todos los problemas del mundo... ¡Dios ha dicho que me mandará a los ángeles! ¡No hombre, no! ¡Tú eres el ángel de tu casa! ¡Tú eres el ángel de tu esposo! ¡Tú eres el ángel de tu esposa! ¡Tú eres el ángel de Dios para tus hijos! ¡Tú tienes que cuidar de ellos! 
Se trata de conducirnos hasta el terreno de creer no necesitar a Dios y, además, ¡Dios tiene tanto que hacer que no nos va a escuchar! El está para cosas importantes. Entonces nosotros ocupamos por segunda vez el lugar de Dios. 

Y, llegamos a la tercera tentación: «Todo esto te daré si te postras y me adoras» 
Esa es la tentación –diríamos, final-, el quicio sobre el que da vuelta toda la Palabra del Señor. Lo más importante del asunto no es –simplemente- dirigir nuestra adoración y sometimiento a algo o alguien que no es Dios. Lo verdaderamente importante es que el engaño llega hasta tal punto que hemos suplido a Dios, muy sutilmente, sin darnos cuenta. Esa es la argucia del enemigo.
El engañador tienta a Jesús con la Palabra de Dios, y a nosotros también. La utiliza para apartarnos –sutilmente- del camino del Señor y hacernos creer que lo que hacemos o cómo vivimos es lógico que sea así. Además, como vamos a la misa dominical, hacemos oración cada día, así, un poco según las prisas y los negocios que llevemos entre manos...
Jesús nos enseña, a raíz de la parábola de la vid y los sarmientos. «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Si el sarmiento no está unido a la vid -por cerca que esté de la vid- si no está unido a la vid, se seca. Porque sin Mí no podéis hacer nada». Y sigue: Y el viñador va podando la vid. Va quitando, va desmontándonos esos dioses, esas realidades a las que estamos sometidos o a las que vivimos sometidos, pero no porque hemos sido engañados. No olvidemos que Jesús llama al demonio el engañador. Hemos sido engañados y porque lo hemos sido, hemos tomado por bueno lo que no es bueno, y creemos que hacemos lo bueno. 
Por eso no crecemos en la vida espiritual, por eso se nos escapa Dios de nuestras manos, no conseguimos amar a Dios más que a nada en el mundo. No resulta nada fácil encontrar a un padre cristiano que esté dispuesto a renunciar a un hijo por Dios, y que esté dispuesto a poner a Dios por delante de sus hijos. Por un breve espacio de tiempo sí, pero no más.
¡Unámonos a la vid!. Porque sin la vid no podemos hacer nada. Si no estamos unidos a la vid no podemos dar frutos de vida eterna. Si no estamos unidos a la vid no florecerá la vida en nosotros. Mientras no demos los pasos necesarios, no alcanzaremos la verdadera primavera de la Iglesia porque no tenemos la vida de Dios viva, presente, actuante, arrolladoramente en nuestro corazón. Porque a la primera insinuación del enemigo caemos, como decíamos les ocurría a los niños, creyéndonos que además estamos bien, porque como caemos sentados estamos bien, no es malo, es bueno. ¿Es lo bueno que Dios tiene para ti?. 
Uno se pregunta muchas veces sobre los frutos que está dando de su vida, porque «por los frutos se conoce el árbol».
Recuerdo ahora una persona que llamo un día por teléfono a Cetelmon, y decía que estaba dando gracias a Dios porque el Canal había supuesto su retorno a Dios y a su vida con El. Y yo le decía al Señor en mi interior: ¡Señor, sólo por esta persona vale la pena estar padeciendo estos casi seis años, que llevamos sirviéndote en el canal de televisión, ya justifica todos los trabajos del mundo!

En nuestra vida cotidiana las cosas no son tan importantes. Por eso necesitamos unirnos a la vid. Unirnos a la vid para que nuestro sarmiento no sea infructuoso, sino que dé frutos de vida eterna en nuestra vida y en nuestro entorno. Unirnos a la vid porque si no estamos unidos a El no podemos hacer nada. 
Y la parábola de la vid y los sarmientos nos lleva de nuevo al pasaje del Deuteronomio (30, 20): «Amando al Señor tu Dios», «lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6, 33)
Y con estas palabras el Señor nos deja ahora cuarenta días para cambiar de actitud y poder retomar nuestro camino, nuestro seguimiento del Señor. Tras la búsqueda del amor divino porque ese es el que transforma, el que cambia, el que genera una vida nueva, el que nos hará sonreír cada mañana y abrir los ojos y ver la vida cada mañana y agradecer a Dios el don de vivir y el don de un nuevo día. Pero separados de El no podemos hacer nada. No nos engañemos.
Dice el refrán castellano que «No hay atajo sin trabajo». No busquemos atajos, porque en la vida espiritual –como en la humana- no hay atajos. Uno nace y crece y se hace adolescente, se hace joven, se hace mayor y se hace viejo... Pero si no sigues el proceso te quedas toda la vida siendo niño aunque tengas cincuenta años. No hemos crecido. Yo entiendo que lo que el Señor quiere es que crezcamos como hijos. En verdad somos hijos de Dios. Pues vivamos como tales. Y si en lo humano los hijos aman a su padre, ¿por qué no nos lanzamos al amor de Dios, a amar a Dios, a amarle con el amor de Dios. A unirnos a El realmente. 
Y esta es la propuesta -decíamos ayer- : «Yo pongo ante ti vida y muerte, bendición y maldición. Elige la vida». El Señor nos propone caminar hacia la Pascua, caminar hacia la Vida. Nos dice: Bueno ahora depende de ti. ¿Qué eliges? ¿Qué es lo que quieres hacer?