Domingo XV del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Vivir en la luz 

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Dt 30, 10-14; Sal 68, 14 y 17. 30-31. 33-34. 36ab y 37; Col 1, 15-20; Lc 10, 25-37;

Preguntaron a Jesús: ¿Quién es mi prójimo?
El Maestro no se detuvo en amplias explicaciones, su respuesta fue sencilla: aquél que está cerca de ti y, más aún, aquél que necesita de tu ayuda, cualquiera que esta sea. 
Pero, ante la posibilidad de que sus oyentes entendieran erróneamente sus palabras, Jesús planteó un caso especialmente significativo para los judíos: un samaritano. Con ello iba a quedar sumamente claro lo que después iba también a matizar: «Amarás a tus enemigos». 

Pues, como decíamos ayer en la tarde, el amor al prójimo en el grado ínfimo de amor cristiano, el comienzo del amor cristiano comienza ahí donde dice: «Amaros como yo os he amado». 
Este es el punto de partida, aunque, desgraciadamente en muchas ocasiones, lo convertimos en un punto de llegada. Pero, como específica claramente Jesús en este pasaje, para el cristiano el punto de llegada del amor, es precisamente, amar al enemigo. 

Judío y samaritano eran dos pueblos que siempre estaban disputando, reclamando unas prerrogativas que les conducían a un continuo conflicto. El conflicto entre estos dos pueblos podría llegar al nivel de convivencia conflictiva que viven actualmente el pueblo de Israel y el pueblo palestino, aunque en aquel tiempo ya no existían violencias físicas ni agresiones, aunque sí la rivalidad y la contienda.

Si consideráramos actualmente los motivos de la contienda entre judíos y samaritanos, evidentemente le concederíamos una importancia relativa, pues no había nada que realmente no pudiera resolverse. No obstante, en aquel tiempo el conflicto tenía unas dimensiones importantes.

Es la misma situación que nos ocurre a nosotros mismos cuando no amamos a alguna persona en particular porque de alguna manera se ha enfrentado a nosotros, consideramos que ha violado nuestra amistad diciendo algo indebido, hemos tenido un «encuentro» a causa de diferencias de opinión, ha herido nuestro amor propio, nuestra dignidad, nuestro buen nombre, etc. Pero, si nos detuviéramos unos instantes a analizar las causas y las consecuencias de estas situaciones, descubriríamos que todo es superable, pues el amor tiene que estar por encima de las diferencias.

En la escalera del amor, la madurez del amor se va alcanzando progresivamente, comenzando por amar a los demás como Jesús nos ha amado, como Él me ama. La experiencia personal del amor de Dios se proyecta sobre los demás y paulatinamente va ascendiendo hacia ese amor a los enemigos que se encuentra ya en la puerta de la perfección del amor. 

Lo que muchas veces nos ocurre en nuestra vida es que nosotros como el viajero, andamos cabizbajos, sombríos, andamos necesitados y lo que hacemos es quedarnos un poco como en el suelo, nos fallan las fuerzas, nos falla el coraje, la capacidad de decisiones rápidas y firmes, el hecho de ponernos una meta y tender hacia ella, no diremos que esa meta no está en nuestro proyecto pero quizás no estamos dispuestos al costo que lleva consigo. 
Pongámonos en el lugar del viajero cuando nos lamentamos y cuando nos duelen muchas cosas de la vida, muchas cosas de las situaciones que vivimos en nuestro tiempo. Nuestra tarea es: arremeter contra esas situaciones, levantarse, defender el bien viviéndolo, defender el amor la paz y la justicia, pero viviéndolo desde lo más profundo del corazón, de nosotros mismos, porque entonces es cuando irradias el amor que el otro necesita recibir. 

Si el sol no fuera incandescente no lo veríamos, si lo vemos es porque es incandescente, porque arde constantemente… 
Si Moisés vio la zarza que ardía sin consumirse, fue –precisamente- porque ardía sin consumirse. Si la zarza se hubiera apagado no la hubiera visto. 

Así debe ser la vida del cristiano una zarza que arde sin consumirse, un sol que alumbra sin cesar. De esta manera en el mundo no habría noches. Porque lo más importante no es que yo no tenga noches, que yo no tenga dificultades, tropiezos, situaciones difíciles, que yo no tenga oscuridad o aridez. No. Lo importante es que el sol ilumina y, así, hace posible que en el mundo haya luz, que todo lo que está frente a él, durante el giro de la tierra, sea iluminado por la luz, y desaparezca la noche. 

¿Nos imaginamos a nosotros mismos, en nuestro entorno cotidiano ardiendo como el sol, incombustiblemente, tan solo viviendo sin necesidad de nada especial?.
El que tiene una enfermedad contagiosa y viaja a diferentes lugares, contagia la enfermedad, el cristianismo hoy –desgraciadamente- no es una «enfermedad contagiosa». Y el problema no es que sea algo más o menos difícil, que sea más o menos duro. No. El problema soy yo, porque no voy ascendiendo por la escalera, amando a los demás, buscando amar a aquellos a quienes amo y también a los que me hacen daño. 
Cuando esto hiciéramos nuestra vida sería como el sol, iluminaría constantemente y haría que a nuestro alrededor no hubiera dificultades y si éstas existieran, existiría esperanza, se podrían descubrir las soluciones porque las podrían ver, ver con los ojos del corazón, ver que es posible amar sin cesar, ver que es posible estar alegres sin cesar, ver que es posible ser feliz sin cesar, ver que es posible poder vivir sin cesar, y que la noche no es más que un fenómeno transitorio.

Quizás muchos no lo vieran, como al caminante malherido, al pasar al lado de la Luz (amor, paz...) pero ese es ya otro problema. La luz irradiaría de todas formas, aún cuando hubiere personas que, por la libre opción de su libertad (como el levita...) no quisieran verlo. 
Yo puedo darme cuenta que necesito comer determinados alimentos para conservar mi salud. Y puedo adquirir o comprar dichos alimentos. Pero también puedo sentarme a lamentar lo que ocurre y no tomar los alimentos necesarios, quizás por testarudez, por apariencia, por la razón que sea. 
Claro, cuando hay luz, hay luz; cuando hay sombra, hay oscuridad. Eso es así. Y cuando una persona se empeña en vivir en la luz y vivir caminando, ascendiendo por esa escalera hacia el amor, amando, sin problemas, sin hacer historias, sin que sea porque el otro me responde bien o me responde mal, sin fijarme en que el otro me corresponde o no me corresponde, esos son planteamientos que nos conducen a un vacío interior. 
Porque yo necesito amar a los otros, necesito madurar, no quiero envejecer y juzgar, pensar mal, cortar una relación…, quiero ser anciano y, por lo tanto, crecer en bondad, en sabiduría, en misericordia ... Si viviéramos descubriendo lo que es amar, si viviéramos ese aprendizaje de amar al otro, al próximo, sea quien sea, mi esposa, mi hijo, mi vecino o la portera del edificio… entonces viviría en paz, amaría al otro, y comprendería sus debilidades ……no me escandalizaría de haberme equivocado cuando haya hecho –yo mismo- algo mal, sino que pediría perdón y seguiría caminando, viviendo en la luz…porque en la oscuridad hay demasiados tropiezos .

Llegad a vuestra casa, apagad todas las luces y entrad sin haber encendido ninguna luz. Por bien que conozcáis donde están los muebles en vuestra casa, lo que no sabéis es ir a oscuras porque no estamos hechos para vivir a oscuras, por eso tenemos preocupaciones, experimentamos inseguridad, indecisiones y queremos salir de ahí pero no podemos,

La parábola del Buen Samaritano hoy a nosotros aquí nos supone vivir en la luz para que los que estén a nuestro lado y nosotros mismos podamos ser felices, podamos vivir en una sociedad de paz….porque ésta está en su interior y la proyecta creando paz, alegría, felicidad, serenidad, tranquilidad y siempre encuentra una solución, porque sabe que siempre hay una solución. Puede que no llegue hoy, pero llega, porque vivo en la luz porque no tengo tropiezos. ….