Domingo V de Cuaresma, Ciclo A (13-marzo-05)

Tu puedes resucitar de tus oscuridades

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Ez 37, 12-14; Sal 129, 1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8; Rm 8, 8-11; Jn 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45;

Evidentemente para Jesús, los acontecimientos no suceden en vano y para la Iglesia -que considera la Palabra de Jesús en el sentido y con la intención que fue pronunciada y los acontecimientos tal y como sucedieron- tampoco sucede en vano. 
Por eso en este domingo, ya cercanos a la Semana Grande de nuestra fe recordamos el episodio de la Resurrección de Lázaro porque también ocurrió en las inmediaciones de la Semana Grande de Jesús. 
¿Qué pretendía Jesús con esta resurrección de Lázaro? Lo dirá en otro pasaje del Evangelio cuando dice -hablando de otra cosa, pero podemos referirla a este aspecto- cuando dice: «Os lo digo antes de que suceda para que cuando suceda creáis» (Jn 14, 29). Jesús nos plantea la resurrección de Lázaro para que cuando El resucite estemos convencidos de que nosotros también resucitaremos. Pero esto no como un gesto extraordinario de de fe, sino como lsa persona que cree en Jesús y en lo que nos enseña, sin la sutileza de la duda o de la incertidumbre de la razón. 
Jesús dice: «Gracias te doy Padre porque esto se lo has revelado a los pequeños y sencillos». Es decir, a aquellos que ni siquiera se plantean el tema de la fe o el tema de la no fe, sino que simplemente viven y confían en Dios y si se lo dice el Señor ya es suficiente. Los que estaban allí eran esos pobres y sencillos como nosotros mismos a los que el Señor propone simplemente el hecho de la resurrección de Lázaro para que después de la resurrección de Jesús nosotros digamos: «También nosotros resucitaremos». Y nos sintamos dichosos y felices porque el Señor nos ha dado no solamente la prueba de que El ha resucitado sino de que un hombre también resucita. No solamente resucitó El por ser el Hijo de Dios, sino que los amigos de Jesús -diríamos parafraseando el texto- también resucitan y todos los hombres resucitarán, pero el último día.
Esa es la fuerza del texto en este día de hoy. Pero hay también una realidad que subyace en este texto y es -yo diría- casi como nuestra muerte cotidiana y la posibilidad de que resurjamos de nuestra muerte cotidiana. Y la invitación a resurgir de esas situaciones cotidianas que vivimos de conflicto, que son, a fin de cuentas, muerte. Es una manera de morir el conflicto interior del hombre. Ese conflicto que nos creamos. Ese conflicto que surge en nosotros por nuestra falta de sentido, nuestra falta de sentido humano, nuestra falta de sentido de amor. Hay personas que, por ejemplo, viven eternamente enfadadas, eternamente encolerizadas. Hay personas que viven eternamente serias, tristes, compungidas, cabizbajas, sombrías, lamentándose casi de haber nacido. Y otros viven lamentándose que los demás hayan nacido, porque los demás son los malos, los que hacen las cosas mal, los que se equivocan. Y todo ello es un signo de que estoy muerto porque si yo soy capaz de juzgar a alguien o de enfadarme con alguien o de pensar mal o vivir tenso, vivir siempre de mal humor, siempre triste. 
Es señal de que -como dice el Evangelio- la luz no está en mi vida. Se ha apagado la luz, se ha escondido debajo de mi celemín, no está en lo alto de mi corazón para que ilumine toda mi vida. Y, consiguientemente, como vivo en la oscuridad, todo es oscuridad.
Aquél que escucha, por ejemplo, los servicios informativos de los grandes canales de televisión, al final, evidentemente, la conclusión es muy sencilla: «El mundo está muy mal». Porque parece que todo son muertes, accidentes, atropellos, injusticias, enfrentamientos. «El mundo está muy mal», dicen muchas personas –sobre todo mayores- ¿Por qué? porque estamos siendo iluminados por la oscuridad.
Jesús contrapone muy sencilla y claramente qué es vivir en la luz y qué es vivir en la oscuridad. Y lo propone en este fragmento del Evangelio cuando nos acercamos ya a los días santos para que entendamos que no podemos seguir con ningún rincón oscuro dentro de nosotros, que no tenemos ni la más mínima razón para vivir enfadados, tristes, cabizbajos, sombríos, malhumorados, ni para juzgar o enjuiciar nada ni a nadie. Y que, por el contrario, tenemos todas las razones para ser felices. Porque el que vive en la Luz, el que vive de día -dice Jesús- de día con la luz natural, ese «camina y no tropieza». Pero el que vive de noche ese tropieza siempre porque no ve. ¿Es que no está capacitado para ver? Sí. El problema es simplemente cambiar el área de la vida y vivir de día en lugar de vivir de noche. La noche es para dormir y el día es para vivir. Pues bueno, yo elijo vivir de día. Es decir, yo elijo vivir bajo la Luz de la vida que es Jesús. Y entonces realmente y de manera espontánea uno vive tranquilo, en paz, contento, feliz, a gusto. Y no es que todo le parezca bien, sino que puede una cosa ser bien y otra cosa no estar bien, reconocerlo, pero no dejarse influir por lo malo, por la oscuridad. 
Y Jesús dice hoy: También tú puedes resucitar de tus oscuridades, sal de ellas, como Lázaro: «¡Sal fuera!» -Dice Jesús-, fuera de tu oscuridad, de tus enfados, de tu ira, tu cólera, tus juicios, sal de tu desamor, de tu tristeza, de tu frustración. ¡Sal!

¿Qué ocurre? que cuando un niño y cuando un niño como Lázaro lo escucha, sale. Porque no se plantea ni si puede ni si no puede ni si perseverará, si no. Simplemente obedece, simplemente lo hace. Simplemente lo hace. Nosotros lo que con facilidad sí «hacemos simplemente», con simplicidad, es enfadarnos cuando pasa cualquier cosa, o ponernos tristes, cabizbajos y sombríos cuando las cosas no salen bien. Entristecernos porque alguien nos ha dado un golpe en el coche y porque tenemos problemas de llegar a fin de mes económicamente o porque este mes ha habido muchos gastos... 
Dios no quiere que vivamos así. Dios quiere que vivamos en paz, que vivamos felices y nos dice: no se trata de que haya que tener una gran fe, hay que ser como los niños y los sencillos. Hacerlo. Sin más. 
No se puede vivir eternamente enfadado, eternamente triste, eternamente lamentándose, eternamente quejándose de lo mal que está el mundo, eternamente lamentándose de lo malo que es todo el mundo menos yo. 
La llamada de Jesús es a vivir por ello... Ahora yo voy a entrar en la muerte, pero no os preocupéis. Como Lázaro ha resucitado ahora después de mi resurrección también vosotros podréis resucitar. Y nosotros ya hemos pasado hace dos mil años de la resurrección de Jesús. No tenemos que esperar nada nuevo, nada más. Podemos resucitar hoy. Podemos salir hoy de todas nuestras historias, manías, sufrimientos creados, problemas, defectos. De todo eso podemos salir en cuanto nos dispongamos. Porque, de igual manera que Lázaro ha salido del sepulcro a la llamada de Jesús, también nosotros podemos responder a la llamada de Jesús, y salir de nuestra oscuridad y vivir en la luz. 
Todo se reduce a hacer lo que dice Jesús.