Domingo de Pascua, Ciclo A 

Cristo ha resucitado, nuestra fe no es vana

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Hch 10,34a.37-43; Sal 117,1-2.16ab-17.22-23; Col 3,1-4; Jn 20,1-9;

Si tuviéramos que hacer una reflexión o un comentario al estilo de los rabinos en tiempos de Jesús, como pudimos comprobar en los textos de la Hagada de Pesaj, comenzaríamos diciendo: «Dijo empezó». En ningún lugar de la Escritura dice que haya terminado. Y eso es un pequeño detalle importante para nosotros, porque «la cosa empezó en Galilea».
Se hace referencia evidentemente a la predicación de Jesús. La cosa empezó en Galilea, quiere decir que tuvo su comienzo y que se sigue realizando en nuestra vida y que en la celebración de la Pascua del Señor, de la Muerte y Resurrección del Señor no estamos celebrando algo pasado sino algo presente. No es algo olvidado en el tiempo sino que es parte de nuestra historia personal, es parte de nuestra historia eclesial y es algo que se sigue realizando en el tiempo y en el día de hoy. 
Por eso la celebración de hoy es ese momento que escapa a la historia que, de la misma manera que el momento mismo de la Resurrección escapa a la historia, también la Resurrección de Jesús sigue siendo algo que no puede ser controlado por el hombre ni por el tiempo, porque se escapa a cualquier tipo de control y nos afecta también a nosotros de manera directa, porque nosotros estamos inmersos en aquello que comenzó en Galilea y que todavía no ha terminado.
El encuentro de las mujeres con Jesús, el encuentro de los discípulos, la ida de los discípulos al sepulcro y la constatación del sepulcro vacío sigue formando parte de nuestra historia porque, si bien es cierto que ha pasado mucho el tiempo y las circunstancias históricas han variado, el sepulcro sigue estando vacío. 
Recuerdo que cuando fui por primera vez a Tierra Santa, esa fue la experiencia más fuerte, más clara, y rotunda que me concedió el Señor: El Señor ha resucitado, el sepulcro está vacío. Algo que todavía tiene repercusiones en nuestra vida. El sepulcro está vacío y sigue vacío.
La gloria del Señor sigue sobre nosotros. El don de Dios sigue presente en nuestra vida. Y las conversaciones de Jesús con los discípulos, tanto a nivel personal como a nivel de todos los discípulos, se siguen dando entre nosotros. El Señor habla a nuestros corazones. El Señor llega a nuestros corazones y nosotros podemos hablar al Señor, y nos habla de aquello que comenzó diciendo en Galilea. Y sigue haciéndonos las mismas llamadas que entonces, que en Galilea. Y el Señor sigue cuidando de nosotros y sigue velando por nosotros como entonces. Y sigue llamándonos la atención también como lo hizo a la madre de los hijos del Zebedeo cuando ésta se acercó a decirle: «Señor, que uno se ponga a tu derecha y otro a tu izquierda». A lo que el Señor respondió: «No me pertenece a mí eso, pertenece a mi Padre que está en los cielos». Y hoy sigue diciéndonos lo mismo cuando en nuestras condiciones personales queremos salirnos un tanto del camino, o nos salimos, o nos hemos salido del camino por la razón que sea. El mismo Señor que vivió en Galilea sigue presente en nuestra vida porque resucitó de entre los muertos. Y es cierto, padeció y murió y gracias a ello nos rescató a nosotros de la muerte, llevándonos a la vida. Y gracias a ello pudimos tener la experiencia del Resucitado. Si Cristo no hubiera muerto, no hubiera podido resucitar y nosotros no hubiéramos tenido la prueba -valga la expresión- la prueba contundente para nuestra fe. Cristo ha resucitado, nuestra fe, por tanto, no es vana. Nuestra fe no es una fe vacía porque Cristo ha resucitado. Nuestra fe es una fe fundamentada en la Resurrección de Aquél que murió, por seguir el hilo de san Pedro en el discurso de Pentecostés. 
Nuestra fe se asienta en la resurrección de Aquél que murió y que predicó en Galilea y que nació en Belén. Pero el tránsito de la resurrección, el tránsito de la muerte a la vida, el tránsito de la venida a este mundo y de la partida de nuevo al reino de los cielos para llevarnos libres con El, constituye para nosotros la fuente de la vida, de la esperanza, del amor y de la paz. 
Nuestra fe no es inútil, ni vana. No estamos perdiendo el tiempo. Nuestra fe sigue siendo la piedra angular sobre la que se asienta la historia del mundo y de la humanidad, se quiera reconocer o no. El problema no es que no se quiera reconocer, el problema sería si no fuera verdad. El problema sería si Cristo no hubiera resucitado, y no hubiera seguido enseñando a los discípulos, y si Cristo no hubiera enviado su Espíritu Santo y no hubiera seguido iluminando la Iglesia. Eso sí sería el problema. Pero el que yo acepte o no acepte, el que yo crea o no crea no es problema. Es mi problema
porque quizás yo me empeño en no ver, por cualquier circunstancia que sea. Pero la verdad es que Cristo ha Resucitado.
Es cierto que, cuando Pilatos quiso, de alguna forma, definir la verdad, Jesús calló. Y guardó silencio porque no era cuestión de definir la verdad. La verdad ya estaba definida. La verdad es Dios. Y la verdad es la vida de Dios en el corazón del hombre más allá del pecado cometido. La verdad es la salvación y la redención de los hombres. No es necesario volverla a circunscribir en unas palabras. No puede definirse. La única verdad es el amor. Porque Dios es amor. Esa es la verdad. Lo demás pueden ser verdades. Pero esa es la verdad. Y la prueba de que esa es la verdad es que Cristo ha resucitado de entre los muertos. 
Por eso nosotros en días próximos, en próximas celebraciones pascuales, escucharemos las palabras de Jesús: «Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda criatura». 
El hombre necesita conocer que la verdad es Dios. Y que la prueba de que la verdad es Dios es la resurrección de Jesucristo. Algo que el hombre no puede medir ni controlar, algo que al hombre se le escapa, porque la Verdad está más allá del hombre mismo y el hombre no puede controlarla, ni doblegarla, ni utilizarla, ni puede adaptarla, porque es Dios y Dios es más que hombre. 
Por eso el Señor en este momento, cuando los discípulos van al sepulcro -según hemos escuchado en el Evangelio-, y lo ven vacío: vieron y creyeron. 
Nosotros hemos visto, no como ellos, pero hemos visto. Quizás no hemos constatado que el sepulcro está vacío, no hemos comprobado que el sepulcro que hay en Jerusalén, el Santo Sepulcro donde la historia o los arqueólogos ratifican que estuvo el Cuerpo del Señor, no está, y no porque lo hayan quitado. Estuvo pero ha resucitado de entre los muertos. No podemos ir, pero también hemos visto de otra manera al Señor. Y le hemos visto pues como le vieron los discípulos, y los de Emaús, en cierta manera. Porque también a nosotros en momentos concretos de nuestra historia nos ha explicado las Escrituras, nos ha enseñado a obedecer a Dios, nos ha enseñado que la vida está en Dios. Y que la participación en la vida de Dios es nuestra vida. También a nosotros ha iluminado muchos de nuestros momentos. Y también con nosotros, día tras día parte el pan.
Cristo ha resucitado. Nuestra fe no es vana.