Domingo XII de Tiempo Ordinario, Ciclo A 

«Tu eres mas importante que los gorriones»

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Jr 20,10-13; Sal 68, 8-10.14 y 17.33-35; Rm 5, 12-15; Mt 10, 26-33;

A veces nos resulta difícil entender, mejor, asumir que para Dios nosotros somos más importantes que los gorriones. 
Y a veces cuando lo asumimos, sin darnos cuenta, se nos reproduce el patrón educativo de nuestro tiempo: la educación en el sentimiento. No una educación profunda desde la raíz, sino una educación exenta de cualquier tipo de esfuerzos personales... Con frecuencia olvidamos que el amor implica entrega, lleva consigo ese vivir de tal manera pendiente de aquel a quien amas, que -como decía en otro lugar Jesús- «sufres con el que sufre y gozas con el que goza». Pero en cualquier caso, vives con el Señor en el rumbo de la vida que el Señor marca.

En ocasiones, buscamos «influencias», «favores». A veces nos cuesta aceptar las cosas como Dios las ve, y también nos cuesta creer que las cosas son, a veces, como vienen y luchamos interiormente entre una pseudo resignación, que más es una pasividad, que una aceptación gozosa del don de Dios sea éste cual sea. Y eso nos ocurre porque no terminamos de que somos más importantes para Dios que los gorriones.
Medianamente tenemos claro el concepto de amor por la muestra del Evangelio. Sin embargo, por la vida cotidiana en la que nos desenvolvemos tenemos otra muestra muy diferente de amor. Este segundo es, más bien, un amor que es protección, que es casi adulación, que es consentir, que es asumir lo que el otro haga como, cuando y de la forma que sea sin padecer por su sufrimiento, sin padecer por su negligencia, sin padecer por sus pobrezas, sin padecer por sus ausencias, sin padecer por sus dificultades. 
Pero la fuerza o la debilidad de nuestra vida se muestran en la fuerza o debilidad de nuestra confianza en Dios, de nuestro aceptar la Palabra de Dios. Somos más importantes que las aves del cielo. Somos más importantes que los gorriones. 
Hay circunstancias en las que queremos subir grandes montañas sin utilizar los medios adecuados; queremos resolver grandes problemas, grandes dificultades, grandes sinsabores -y también pequeños, o cotidianos-, sin aplicar el remedio donde hay que aplicarlo. Nos esforzamos o queremos romper lanzas queriendo aceptar la voluntad de Dios, pero no podemos con ella. ¡Aplicamos el esfuerzo, el empeño o nuestra voluntad donde debemos de aplicarla! Debemos aplicarla en creer la Palabra de Dios; creer que lo que El dice es verdad y que lo que El promete se cumple. Porque entonces, solucionada la causa, desaparece el efecto; solucionado el origen, desaparece la dificultad. Pero, en múltiples ocasiones; ponemos más empeño en resolver la dificultad que en hacer desaparecer la causa. ¡Somos demasiado utilitaristas y queremos resolver las dificultades sin poner la fuerza -diríamos- en la causa!
Jesús hoy nos vuelve a decir: «Lo que escucháis al oído decidlo en los terrados», «Vosotros sois más importantes que los gorriones». Y eso es, precisamente, lo que hay que decir desde los terrados: Que el hombre es más importante para Dios que los gorriones. Y si Dios cuida de los gorriones, el Señor vela oportunamente, ¿por qué no va a cuidar de nosotros también de la manera que sea la mejor, si somos más importantes que los gorriones? 
Y eso es lo que nosotros necesitamos creer fervientemente para que las dificultades de nuestra vida realmente tiendan a desaparecer y no a multiplicarse. Para que la comprensión de nuestra propia vida tienda a ser asequible y no complicada. Para que las cosas que nos ocurren tengan un sentido y no un sinsentido. 
«Somos más importantes que los gorriones». Y nuestro mundo tiene el mismo problema porque también tiene el mismo origen. Todo lo quiere tocar con las manos, todo lo quiere medir con un metro, todo lo quiere controlar... se le escapa de las manos. Y, si no confía y no cree, si no confía en Dios porque no cree que sea verdad lo que dice el Señor... termina no creyendo en Dios y marginándolo de su vida. 
Lo lamentable es que a nosotros también nos pasa eso a veces. Marginamos a Dios de ciertos planteamientos de nuestra vida. Queremos creer, sí, pero no creemos. Nos esforzamos por aceptarlo, pero nuestra debilidad nos aparta de ese convencimiento profundo de que es verdad la Palabra de Dios. 
Por eso el Señor nos recuerda: «Decidlo desde los terrados». Pero en primer lugar decidlo desde vuestros propios terrados para que a fuerza de escucharlo vosotros mismos, a fuerza de escuchar la verdad de Dios vosotros mismos, a fuerza de escuchar la Palabra del Señor vosotros mismos... lleguéis a creerla de verdad y a plantarla como una bandera en vuestro corazón, para que nunca más deje espacio a la duda o a la incertidumbre en vuestro corazón. Porque desaparecidas las causas siempre desaparecen los efectos. Pero cuando nos aplicamos a que desaparezcan los efectos, las conclusiones, siempre vuelven a repetirse, siempre. Porque la causa sigue ahí. Lo que ha originado esa situación sigue presente. Por eso lo primero es gritarlo desde los terrados de nuestra memoria, de nuestra inteligencia, de nuestro corazón... «a tiempo y a destiempo, oportuna e importunamente» (2 Tm 4,2). 
«Para Dios eres más importante que los gorriones». y cuando tu propio interior te diga a ti mismo, o tú mismo te digas: «eso no te lo crees ni tú, porque si fueras para Dios más importante que los gorriones, no te pasarían las cosas que te pasan». Cuando esto te ocurre, reafirma la Palabra del Señor en ti, a pesar de lo que tú mismo estás viviendo. Date cuenta de que estás mirando las consecuencias, reafirma, pues, las causas. Estás teniendo un padecimiento determinado, un desconcierto determinado, una debilidad determinada, aplícate fuertemente, pues, a confiar en el Señor, a creer que es verdad lo que El dice. Aunque tus ojos vean el padecimiento. Porque entonces terminarás entendiendo las cosas como Dios las entiende. 
Si, por el contrario, te dejas llevar por los efectos, por las consecuencias, por las conclusiones, no saldrás del mundo de los interrogantes, porque tu corazón no cree en la Palabra de Dios. La cree teóricamente, pero no la cree verdaderamente.
Por eso el Señor dice en primer lugar: Repítelo desde tus terrados. Que tu corazón no se canse de repetir: Cree en la Palabra de Dios. Cree en la verdad que Dios te ha dicho. Cree en la Palabra de Jesús. Después, también grítalo desde los terrados para que los demás te oigan, para que los demás también lo aprendan. Sin vergüenza, sin miedo. «El que se manifieste de mi parte ante los hombres, yo me manifestaré ante Dios que está en los cielos». Sin miedo. También ellos pueden y deben ser felices. También ellos pueden y deben superar sus dificultades. También los demás pueden y deben y quieren salir de sus errores, de sus conclusiones negativas, de sus situaciones dolorosas. También quieren y, al igual que para ti, también la verdad de Dios, también la Palabra de Dios tiene la respuesta para ellos, tiene la manera de vencer las causas, de cambiarlas. 
Aplica pues tu tiempo y tu vida. Tu tiempo y tu atención, aplícala a clarificar tus causas y a tomar interiormente esa opción por creer en Jesús con todo lo que eso conlleva. Y día tras día irás comprobando cómo las cosas se van clarificando en ti, cómo las consecuencias se van transformando en tu vida y cómo tú vas entendiendo el designio salvador de Dios, más allá de esos acontecimientos para los que la sociedad moderna nunca nos está preparando, sino al contrario, nos está haciendo huir de ellos, con lo cual aboca al hombre a la confusión, al desasosiego, a la inquietud, a la incertidumbre. 

Grítalo también desde tus terrados para los otros porque la verdad de Dios necesita de los demás para desarrollarse también en tí.
«Tú eres más importante que los gorriones».