Domingo XIX de Tiempo Ordinario, Ciclo A 

«Jesús lo agarró»

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

1R 19, 9a. 11-13a; Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14; Rm 9, 1-5; Mt 14, 22-33

Al final siempre ocurre lo que ocurrió entre Jesús y Pedro.
De momento, Pedro estaba muy disponible, muy dispuesto.
«Si eres Tú, haz que camine sobre las aguas». Pero cambió su mirada y puso su atención en otras cosas que no eran el Señor y las cosas comenzaron a complicársele. El viento era fuerte, las aguas estaban bravas y Pedro mirando en otra dirección que no era Jesús, comenzó a experimentar los frutos de lo que estaba sembrando. Dejó de tener la certeza de Jesús. Dudó del Señor. Dudó de lo que estaba sucediendo.

Pero el punto especial donde el Señor hoy dirige su Palabra para nosotros está justamente en el momento siguiente. «Jesús lo agarró». El clamó al Señor y el Señor respondió a su llamada. «¡Señor, sálvame!». Y el Señor «lo agarró». Las palabras del evangelista son simples, pero contundentes. Tienen la fuerza del gesto de Jesús. Encierran en dos breves palabras toda esa firmeza y esa disposición para el amor pleno que brotaba del corazón mismo de Jesús. Aún en el momento de la duda. Aún en el momento del abandono. Aún en el momento del rechazo. Aún en el momento de echarse para atrás. Aún en el momento en que Pedro comenzó a mirar en otras direcciones... «Jesús lo agarró».

La fuerza y la disponibilidad del amor de Dios realmente exceden nuestra capacidad.

Después Jesús, con la calidez que caracterizaba sus palabras, a veces fuertes y exigentes, la pregunta que nos llama a reflexión: ¿Por qué dudas? Ya no se trata de Pedro, se trata de nosotros. 

Si tenemos la evidencia del amor de Dios, y la tenemos impresa en nuestra propia historia. Si tenemos la seguridad, la experiencia de que el amor de Dios es más fuerte que cualquier otra cosa, ¿por qué nos pasa lo mismo? ¿Por qué tenemos que dudar? ¿Por qué apartamos la mirada de Aquél que nos da la vida para dirigirla hacia aquello que nos crea confusión, duda, desamor, incertidumbre?

La Palabra del Señor nos recuerda aquella otra palabra del Profeta: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido» (Is 49, 15). 

Y el Señor no abandona a Pedro en su duda. No abandona a Pedro aunque Pedro dirige hacia otro lado su mirada. El Señor “lo agarró”. Pedro clamó al Señor y el Señor “lo agarró”. “¿Por qué has dudado?”

El Señor nos llama hoy a reconsiderar también nuestra actitud cotidiana para con Dios. No solamente en esa actitud general o generalizada del deseo de seguirle y de servirle, sino también esa actitud particular de tantos momentos en que nuestra mirada se dirige en una dirección distinta de Dios. 

Quiere llamar el Señor nuestra atención para purificar esa actitud nuestra que busca otras razones para muchas cosas. Porque esa fue en el fondo la actitud de Pedro: No le fue suficiente lo que estaba experimentando, sino que la búsqueda de razones convincentes obstaculizó su fe.

También nosotros en muchos momentos buscamos razones convincentes, razonamientos o lógicas humanas que obstaculizan nuestra fe y obstaculizan nuestra mirada a Dios, que obstaculizan nuestra fidelidad y confunden -como la tempestad- nuestros pasos, de la misma manera que la tempestad confundió los pasos de Pedro.

Por eso el Señor llama hoy nuestra atención: para que reconsideremos todos esos momentos y situaciones de nuestra vida en que buscamos o simplemente nos planteamos cuestiones lógicas, razonables, pero dirigimos la mirada en dirección distinta de nuestra fe.

De esta manera la primera de las lecturas que nos narra la experiencia del profeta Elías, nos vendrá a recordar que no todo lo que aparenta es la Verdad: En la fuerza del viento no estaba Dios, Dios estaba en la brisa suave. Ello nos conduce a la necesidad de escrutar los acontecimientos de cada día, verlos desde el Señor para descubrir cuándo Dios está en ellos y hasta dónde Dios está en ellos hablándonos al corazón -como hizo con el profeta Elías- para indicarnos el camino que hemos de seguir.