Domingo XXI de Tiempo Ordinario, Ciclo A 

Vosotros podeis hacer llegar a los hombres a descubrir quien soy

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Is 22, 19-23; Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 6 y Sbc; Rm 11, 33-36; Mt 16, 13-20

Quizás la situación se repite y se va repitiendo a lo largo de los tiempos. 


Hoy, Jesús, sigue siendo un desconocido para muchas personas. Lamentablemente hay muchas personas que todavía después de todo este tiempo no han llegado a conocer el amor de Dios ni han llegado a descubrir -diría- la mirada de Jesús. Esa mirada de Jesús que se posa sobre nuestras vidas con amor, esperanza, paz y misericordia. Esa mirada de Jesús que se posa en nuestros corazones para acogernos como un padre o una madre coge a su hijo entre sus brazos. Esa mirada de Jesús que alcanza nuestro corazón para hacernos descubrir el amor de Dios y hacernos descubrir que nuestra vida es mucho más importante de lo que muchas veces nosotros mismos la valoramos. Esa mirada de Jesús que se cruza en nosotros para hacernos también descubrir que nosotros somos para Dios más importantes de lo que pensamos.


Hoy muchos hombres no conocen a ese Jesús, ni están en la circunstancia en que estuvieron Pedro y los discípulos. Y, sobre todo, no están en la circunstancia de Pedro a quien Dios Padre le reveló quién era Jesús. Sin embargo, a nosotros nos lo ha manifestado el Señor, lo hemos recibido de la Tradición, de la Iglesia que hoy perdura y hace perdurable la Palabra del Señor. Pero también nosotros somos instrumentos de ese Dios, de ese Jesús, para hacer que los demás descubran a Jesús. 


El evangelio hoy no nos pregunta a nosotros: quién soy yo para ti. El evangelio hoy nos recuerda que muchos hombres todavía no pueden responder a esa pregunta porque no conocen a alguien que les puede hacer presente a Jesús; porque no conocen a quien les pueda hacer llegar el amor de Dios, porque no están cercanos, porque no ven, porque no entienden, porque no comprenden... Hoy se hace especialmente urgente y significativa aquella palabra de Jesús cuando, al despedir a los discípulos, les decía: «enseñándoles a guardar lo que yo os he enseñado». Y esa es la tarea que hoy el Señor nos recuerda y que hoy el Señor nos confía: ser como una vela siempre encendida en el corazón del mundo para que el hombre encuentre la luz y, por la luz, sepa descubrir el camino que le lleve hacia Dios, y le conduzca hacia la vida, hacia la paz, hacia la esperanza y que le haga llegar a vibrar y a vivir en profundidad -interior y exteriormente- aunque sea en medio de un mundo desgraciadamente roto y dividido. 


Pero no hay nada imposible. «Todo es posible en Aquel que nos fortalece» (Flp. 4, 13). Todo nos es posible en el Señor, y, por ello, nos recuerda: Vosotros también podéis hacer que los hombres descubran quien soy yo realmente. Vosotros podéis llevar a los hombres la paz, podéis llevar a los hombres el amor, la esperanza, la alegría, el gozo. Vosotros podéis. Y yo lo haré con vosotros.


Este es como el legado, como la palabra que el Señor hoy nos entrega para que la hagamos vida hoy y siempre. Esta es la esperanza que hoy deposita el Señor en nosotros. El espera en nosotros y espera la salvación de los hombres también contando con nuestra colaboración. No es necesario hacer grandes cosas. Nuestra preocupación no debe ser hacer grandes cosas sino nuestra ocupación debe ser, realmente, hacer brillar tan fuertemente el amor a Dios que el hombre lo conozca. El hombre que lo conoce lo abraza. Y sobre todo, se deja abrazar, se deja coger. Pero es necesario que lo vea, que lo comprenda y que lo contemple.