Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo A

La corrección fraterna es la ayuda al hermano

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Ez 33, 7-9;  Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9;   Rm 13, 8-10;  Mt 18, 15-20  

Hemos de reconocer que somos hombres y no somos ángeles. Y porque somos hombres nos equivocamos. Y porque somos hombres necesitamos de la ayuda de los demás para subsanar nuestros errores. Esta realidad que vivimos cotidianamente conduce al Evangelio a hablarnos de corrección fraterna.

En un mundo tan débil como el nuestro donde -lo hemos dicho muchas veces- dominan los sentimientos y domina una afectividad superficial, la expresión «corrección fraterna» suena especialmente fuerte y como muy especialmente dolorosa en el sentido de que es difícil de ser aceptada. Realmente resulta difícil que -aún un cristiano- acepte ser corregido por alguien que va delante de él en el camino espiritual. Confundimos el hacerlo bien con los buenos deseos, y parece que con tener un buen deseo ya somos inmunes al error -no diríamos ya al pecado-, digamos simplemente al error. Y si alguien no dicen: ¡Oye eso no está bien! Saltamos enseguida defendiéndonos, justificando lo injustificable, y anulamos  de esta manera una de las grandes riquezas que el Señor nos ha dado, que son precisamente los hermanos. Estamos en una sociedad tan agresiva que parece que los mismos hermanos nos agreden cuando nos dicen que algo no está bien. Nos sentimos agredidos y, por consiguiente, nos defendemos de la agresión.

Evidentemente en un ambiente no cristiano ya resulta casi imposible hablar de corrección y hablar de error porque todo lo sabemos, todo lo hacemos bien. Y aún cuando un día, por ejemplo, se nos pueda quemar la comida que estamos preparando, antes de que se acerquen los demás ya estamos diciendo que se nos ha quemado «porque el fuego estaba muy fuerte, porque la cocina no funcionaba muy bien, porque el extractor de humos me ha cegado y me ha molestado los ojos y no he podido ver». Pero yo no quise que se me quemara.

Y así hacemos la vida muy complicada. Y así hacemos la convivencia humana muy complicada. Porque andamos con tantos miedos  -en realidad no sabemos muy bien a qué-; pero andamos con tantos miedos que cualquier palabra nos resulta una agresión y cualquier gesto un desplante o un desaire.

La Palabra del Señor nos viene a decir que la vida es muy simple y muy sencillo ser cristiano. Es muy sencillo vivir en paz y vivir feliz. Y es muy sencillo alcanzar la salvación eterna. Lo que tenemos que hacer es no complicar la vida. Y a pesar de ser tan sencillo, para ayudarnos vamos a tener siempre a los hermanos que -si hacemos algo que no está bien- ellos nos lo van a decir. El detalle de Dios para contigo llega hasta  el punto de ponernos cerca a alguien que nos pueda decir en donde nos hemos equivocado o qué es lo que no hemos hecho bien.

Nosotros en lugar de entenderlo como una ayuda lo entendemos como una agresión. Y cuando se nos dice algo nos rebelamos, entra en juego el orgullo, el amor propio, la vanidad... y lo recibimos muy mal, si es que lo recibimos.

Pero, para garantizarnos el cuidado de Dios y el apoyo de los hermanos, la primera de las lecturas ya nos advierte: «Ve a tu hermano y dile... si te escucha, habrás salvado a tu hermano». «Si tu hermano no lo recibe, al menos tú habrás hecho bien». Porque el amor no puede quedar impasible frente al sufrimiento del hermano ni puede quedar impasible frente al error del hermano. Y eso también a nosotros a veces nos cuesta de entender, porque nos cuesta entender no quedar impasibles ante el sufrimiento ajeno.

Cuando pensamos en sufrimiento, pensamos en las personas más o menos allegadas que están enfermas o que han tenido un desastre familiar o que les ha pasado algo. Pero hay muchos más sufrimientos humanos. Muchos no los conocemos personalmente pero hay muchas personas que sufren. Muchas, muchísimas. Y muchas de ellas en los países opulentos. Pero sufren porque se han perdido a sí mismas; porque no entienden cómo viven ni saben cómo vivir. Muchas personas sufren porque han perdido el sentido de su vida. Son como barcos a la deriva que no saben donde van. Y otros sufren porque no entienden las cosas, no entienden lo que les ocurre. Porque todo le sale mal o porque él o ella no se merecía eso. Si es que ese no es el problema.

Hemos preparado una sociedad para el sufrimiento y el abandono, para la indiferencia y el aislamiento, para el individualismo y el «sálvese quien pueda».

El Señor nos dice: ese no es el camino. No tienes por qué defenderte de nadie porque no tienes por qué tener miedo a nada ni a nadie en esta vida. «Todo es para el bien de aquellos que aman a Dios». Por consiguiente estate tranquilo. Dios sacará un bien de eso que tú estás viviendo. Mañana, el mes que viene, el año que viene. Cuando sea el momento, cuando Dios quiera.

Cuándo le diste tú a tu hijo los primeros euros para que saliera con los amigos ¿tardaste doce, trece, catorce años sin dejarlo salir por la noche? quince, dieciséis? ¿Cuando salió tu hijo por primera vez a la calle por la noche con los amigos?  Pues si tú tardaste tanto en darle dinero que sus gastos o para salir por la noche con los amigos ¡imaginate lo que puede tardar Dios cuando lo tuyo es mucho más importante que salir con los amigos! Pero igual que tu hijo te siguió queriendo y siguió confiando en ti, tu sigue amando y confiando en Dios que hace bien todas las cosas y que todo, todo lo hará para tu bien.

No seas agresivo ni con el mundo que te agrede ni con los padecimientos que como hombre tienes que pasar, porque eres hombre, no eres ángel. Eres hombre y ser hombre hoy conlleva padecimientos. La vida misma conlleva padecimientos.

Y como además el hombre pecó un día, en la naturaleza humana entró el pecado y dañó el cuerpo con la enfermedad y dañó la orientación de las cosas. Pero nosotros sabemos, tenemos una Palabra llena de amor y llena de esperanza que es la de Jesús. Por consiguiente no tenemos por qué vivir con agresividad, ni por qué defendernos de nada, ni con miedo, ni con temor, ni con angustia, ni con desazón, ni con pasividad... viendo pasar los días como si estuvieras muerto en lugar de vivo. Tampoco tenemos que vivir así, ni esa es la vida, por muchos desastres que ocurran y por muchas desganas que tengamos.

El Señor nos dice: la vida vale la pena vivirla. Por eso hay que salvar al hermano. Por eso hay que rectificar al hermano que está en mala condición, al hermano que sufre. Hay que ayudarle para que no sufra. Hay que ayudarle para que rectifique el error. Hay que ayudarle para que vuelva al camino de la alegría, del gozo, de la paz. Hay que ayudarle para que se acerque más a Dios y, acercándose más a Dios, descubra qué hermosa es la vida.

La corrección fraterna es la ayuda al hermano. Nuestro mundo vive en una frecuente agresión y nuestro mundo necesita ver que hay hombres y mujeres que no agreden. Nuestro mundo necesita ser salvado, necesita recuperarse a sí mismo porque se ha perdido. Pero no se recuperará si no hay hombres y mujeres que en lugar de agredir, se aman, se ayudan, se sirven mutuamente unos a otros con amor.