Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, Ciclo A

«El primero de vosotros será vuestro servidor»

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:   

Ml 1,14-2, 2b. 8-10;  Sal 130,1-3;  1Ts 2,7b-9.13;  Mt 23,1-12  

La palabra del profeta Malaquías nos recuerda y establece los principios por los cuales debemos regir nuestra vida de manera cotidiana.

Comienza sonando un poco así como a regaño del padre que ve cómo el hijo se separa del verdadero camino, y se conduele por ello y le duele el corazón por ver como el hijo se aleja del bien y de la vida y de la felicidad... y  llega un momento que le quedan ya pocos argumentos.

La profecía de Malaquías nos recuerda un poco aquel pasaje que leemos también en la celebración del Viernes Santo y repiten también diversos salmos: «¿Qué te he hecho? ¿En que te he ofendido?» ¿Qué más puedo hacer por ti? Yo he hecho esto, he hecho aquello, he hecho lo de más allá. Y por qué vuelves siempre a alejarte, por qué vuelves a descarriar tus pasos. Y con ese tono de pregunta -que encierra mucho de amor y de misericordia, bondad y de dolor, hablando en lo humano- porque el Padre Dios ve que su hijo se sale del camino.

El Señor no entra en las artes educativas -por decirlo así- de nuestro tiempo. El Señor a lo blanco lo llama blanco siempre y a lo negro le llama siempre negro. Lo que está bien está bien, lo que está mal, está mal. No caben «arreglos» ni acomodaciones para contentar al hijo e ir funcionando de una manera más o menos apacible. «El Señor quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (I Tm 2, 4).

En esta lectura de Malaquías, el Señor comienza diciendo: muy bien, mira quien eres tú y mira quien soy Yo. Y nos recuerda también aquella palabra del libro de Job, donde después de todo un recorrido, el Señor dice: «Y quién eres tú para pedirme cuentas a Mí». Y Job se da cuenta de que está equivocado, de que ha hecho mal, de que ha perdido la perspectiva, que ha perdido la referencia.

Aquí también el Señor comienza diciendo: «Yo soy el gran Rey». Yo soy Dios, tú eres un hombre. Vamos a hablar los dos claramente.

Hablamos mucho de comunicación. Hablamos mucho de la necesidad de conversar. De la necesidad de hablar. De la necesidad de clarificar términos entre humanos. Hablamos mucho de la necesidad de plantear las posturas convergentes o divergentes. El Señor comienza diciéndonos lo mismo: Vamos a hablar. Pero vamos a sentar los términos. Yo soy Dios, tú eres hombre.

Y comienza diciendo: el camino que tú has emprendido no es un camino coherente. Si no obedecéis, si no os proponéis dar gloria a mi nombre estáis en equivocados. Estáis diferenciando los caminos que conducen a la vida y os estáis marchando muchas veces por caminos erróneos y equivocados. No es ese el camino.

Después el Señor sigue empleando las palabras que los judíos podían entender en aquel tiempo: «Yo os haré despreciables. Habéis hecho tropezar a muchos en la ley, habéis invalidado mi alianza con Leví. Os haré viles ante los demás por no haber guardado mis caminos y porque os fijáis en las personas en lugar de Dios».

El reclamo es sencillo, la referencia está clara. “No se puede amar a Dios a quien no se ve -nos dirá san Juan- si no amamos al hermano a quien vemos”. No se puede vivir una vida espiritual si no vives en tu vida material esa misma dirección que marca Dios para tu vida. Tú eres un solo ser, tú eres una sola persona, no varios trocitos. Y de la misma manera que tu cuerpo va en una sola dirección, así también toda tu vida va en una sola dirección.

«¿Por qué, pues, el hombre despoja a su prójimo profanando la alianza de nuestros padres? ¿No nos creó el mismo Señor? ¿No tenemos todos un solo Padre?»

¿Por qué no tratas a los demás como tratarías al Señor? Dios vive para ti en cada uno de tus hermanos. Dios se te muestra en cada uno de tus hermanos. La mirada de Dios la encuentras en la mirada de cada uno de tus hermanos y lo que tú has recibido del Señor es para que lo reviertas en tus hermanos, lo mismo que lo que tus hermanos han recibido de Dios es para que lo reviertan en ti.

No se puede amar ni servir a Dios si no amamos y servimos a los hombres.

La llamada de atención de Dios no está en que se vaya o no se vaya al templo, no está en que se hagan ciertas prácticas piadosas o ciertas prácticas puntuales. El regaño de Dios está en que no se cumple la ley. Y la ley no es solamente ir a misa y participar en los sacramentos. Además de los sacramentos, además de la oración... la ley, lo que manda el Señor, el camino que nos descubre Dios es el camino de la Vida, el camino del amor a los demás, del servicio a los demás, de la entrega a los demás. En otras palabras, el camino del olvido de sí mismo que el profeta Malaquías vuelve a recordarnos hoy, al igual que el evangelio de Mateo: «El primero de vosotros es vuestro servidor». Solamente si servimos a los demás como reflejo del mismo Dios, podrán tener el amor y la Vida al alcance de sus ojos.

Muchos jóvenes  y mucha gente de cierta edad en nuestro tiempo viven momentos de profundos sufrimientos, de profundas depresiones, de confusión... momentos difíciles de los que no saben ni cómo salir. La razón es muy sencilla: han perdido de vista el núcleo y el secreto de la Vida: amar a los demás como se ama al Señor. Si una persona se queda inmóvil frente a un espejo (su propio ego), siempre se verá en el espejo y nunca verá a los demás, ni descubrirá al otro, ni podrá descubrir la bondad de la vida, ni  la bondad del otro, su misericordia, ni tampoco la necesidad que tiene de él. Por eso, necesitamos urgentemente quitarnos el espejo de los ojos, para descubrir la vida, y no vivir enredados... sino sabiendo que a fuerza de dejar de mirarnos a nosotros mismos alcanzaremos el gozo y la contemplación de Dios.

Perdemos nuestra referencia. Por ello el evangelio nos lo muestra de nuevo: «El primero de vosotros será vuestro servidor» porque el que sirve es el que llega a la meta. El que va de un sitio a otro se pierde. Por eso san Pablo nos recordará «nuestros esfuerzos y fatigas, trabajando día y noche, proclamamos entre vosotros el evangelio de Dios».

En estos días recordábamos en la televisión que el amor hay que trabajarlo cada día, no nos engañemos, dejar de auto contemplarnos y servir a los demás es la faceta de la vida que hay que ir trabajando día a día y cada persona. Hay que ir trabajando toda la vida para que ese amor crezca, madure, para que ese amor se desarrolle. Y desde que  se es joven hasta que nos morimos tenemos que ir trabajando el amor cada día porque, de la misma manera que el cuerpo crece y la ropa se queda pequeña, de la misma manera necesitamos ir asumiendo nuevas actitudes y disposiciones en la vida. « Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las  cosas de niño» (1 Cor 13, 11).

Amar al otro, buscar que sea feliz, lleva trabajo cada día. Este es el camino para alcanzar la ancianidad. De lo contrario el hombre se va haciendo viejo y se le va escapando la vida. Cuando alguien va trabajando el amor en su vida, se va haciendo anciano y gana en sabiduría, gana en felicidad  y un sin fin de cosas de las que hoy el Señor nos recuerda una vez más y nos lo pone una vez más para nuestro camino de la vida.