Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, Ciclo A

Jesús gobierna las cosas cuidándolas

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:   

Ez 34, 11-12. 15-17;  Sal 22, 1-2a. 2b-3. 5. 6;  1Cor 15, 20-26. 28; Mt 25, 31-46

Y que Jesucristo sea el Rey del Universo, que la Iglesia lo reconozca como Rey del Universo y lo proclame como Rey del Universo, quiere decir, sencilla y llanamente, que está por encima de todas las cosas y que las gobierna todas en el nombre de Dios.

De la misma manera que «por El fueron hechas todas las cosas» (Jn 1), por El todas las cosas tienden a Dios, y por El el gobierno de las cosas tiende a Dios.

Pero hay algo que sobresale evidentemente, como lección de la Palabra del Señor que hoy la Iglesia proclama. Dios, el Señor, Jesús, gobierna todas las cosas desde la misericordia.

Por eso el evangelio hoy nos recuerda lo que reconocemos normalmente como obras de misericordia: «Dar de comer al hambriento. Dar de beber al sediento. Posada al peregrino. Visitar al enfermo. Al que está en la cárcel...».

Dios gobierna las cosas, Jesús gobierna las cosas desde la misericordia. Jesús gobierna el mundo y cuanto existe desde la misericordia.

Pero también nosotros hemos de aprender a reconocer en Jesús al Señor, al Rey del Universo, al Señor y al Señor de la misericordia. Ambas cosas. Porque no es solamente que Jesús sea el Rey del Universo. Eso nos dejaría en una situación bastante incompleta para nuestra mentalidad, para nuestra cultura contemporánea donde los reyes no gobiernan. El Señor nos gobierna desde la misericordia, aunque también eso nos resulte bastante difícil de comprender, porque nosotros no solemos ser demasiado misericordiosos ni con los demás ni con nosotros mismos.

También es verdad que experimentamos una profunda necesidad de esa misericordia, que necesitamos encontrar a alguien, o dejarnos encontrar por alguien que no lleve cuenta de nuestros delitos -como dice el Salmo. Necesitamos encontrar a alguien que sea capaz de amarnos con todos nuestros defectos, con todos nuestros errores. Necesitamos encontrar a alguien que sea capaz de vernos interiormente desnudos, helados del frío producido por el pecado, helados del frío de la auto conmiseración, helados del frío de la desesperanza, helados del frío de esa disconformidad con uno mismo, con el mundo, con las cosas...

Necesitamos encontrarnos con alguien que nos arrope cuando estamos encarcelados por nuestros pecados, por nuestras pasiones, por nuestro propio ego, por nuestras traiciones al amor... Necesitamos que alguien venga a hablarnos, a visitarnos y a hablarnos de que sí, de que nosotros somos más importantes que nuestras traiciones al amor y que nosotros somos más importantes que nuestro pecado.

Necesitamos abrir el espacio para que el Señor reine, gobierne, cuide de nuestra vida.

Jesús llama a este «gobierno» o «cuidado» con palabras bien diferentes según los momentos y las circunstancias, pero en el fondo siempre está haciendo alusión a la misma referencia: El gobierno y el cuidado de Dios sobre las cosas. Cuando escuchamos la palabra de Jesús comprendemos que «cuidar» tiene una referencia directa a «gobernar», porque Jesús gobierna las cosas cuidándolas, porque El es el Señor de la misericordia.

Pero no podemos obedecer a dos señores a la vez. No puede el Señor gobernar nuestra vida si nosotros no nos acogemos a su cuidado, si no imploramos también su cuidado, o no inclinamos nuestra balanza interior hacia El, hacia Jesús.

Pero para eso hemos de desterrar al tirano que nos conduce al pecado por una parte, al mal, al enemigo, y por otra parte al tirano que es nuestro propio ego y que nos arrastra hacia la búsqueda de nosotros mismos. Porque cuando eso ocurre, el cuidado de Dios no puede llegar hasta nosotros. Es como si construyéramos una gran muralla a nuestro alrededor que impide el cuidado de Dios llegue a nosotros. Y el Señor quiere hacernos llegar su misericordia pero nosotros no la recibimos. «Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron» -dirá Juan en el Prólogo de su Evangelio.

Unámonos hoy pues a las voces de la Iglesia y proclamemos que Jesús es el Señor de nuestra vida, es el Rey del Universo. Desterremos de nosotros, de manera tajante, el mal, y el egoísmo, el egocentrismo, el orgullo...  todo aquello que nace de las obras de la carne. Desterremos de nuestra historia, de nuestro interior todas aquellas pasiones, malas costumbres, malos hábitos, pensamientos, deseos y tantas otras cosas que provienen del otro lado y que son obstáculos que nos impiden dejarnos cuidar y gobernar por Jesús. Tomemos una opción realmente verdadera por Jesús hoy en esta Eucaristía, para que El nos gobierne, cuide de nosotros con su misericordia. Para que de verdad se cumpla en nosotros la Palabra del Señor -manifestada en los salmos- de que El no lleva cuenta de nuestros pecados y podamos, así, verlo y contemplarlo en nuestra vida.

Renovemos interiormente nuestra sumisión a Jesús y a su Palabra para que caigan también nuestros muros -como ocurriera en Jericó- que en cierta manera es una figura de lo que nos ocurre a nosotros y de lo que nos puede ocurrir porque también nosotros fortificamos nuestras plazas con nuestras costumbres, con nuestros pensamientos, con nuestras pasiones, con nuestros defectos y necesitamos rendir nuestra ciudad a Jesús para que con su poder y con su fuerza caigan nuestras murallas y El pueda entrar en nuestra ciudad y gobernar la vida desde nuestro interior.

No se puede obedecer a dos señores a la vez. Por eso la Iglesia hoy celebra el reinado de Jesús en toda la creación del Universo entero. El reinado de Jesús sobre cada una de las partes, cada uno de los hombres, para hacernos conducirnos, tomar conciencia de que esa es nuestra vida, esa es nuestra felicidad para siempre, esa es nuestra salvación y esa es la salvación del mundo.

Hagámonos el firme compromiso de desterrar, de derruir la muralla que nos pueda rodear. Tomemos el firme compromiso, digámosle al Señor: Señor, yo quiero eliminar esa muralla que me dificulta poder ser gobernado plenamente por Ti. Yo quiero eliminar la muralla de mis pasiones, la muralla de mis errores, la muralla de mis malas costumbres, malos pensamientos, malos deseos.

Presentémoslo al Señor a lo largo de la Eucaristía como ofrenda de la mañana y vayamos entregándole al Señor todas esas cosas que nos impiden o que impiden al Señor gobernar, conducir nuestra vida y que nos impiden a nosotros ser gobernados, ser cuidados, ser conducidos por Dios. Para que de esta manera, mediante la ofrenda de ese sacrificio agradable a Dios, el Señor pueda conducirnos y podamos celebrar en este día con gozo, con verdadero gozo el cuidado del gobierno de Jesús sobre todas las cosas, sobre todos los seres, entre ellos cada uno de nosotros.