Domingo III de Adviento, Ciclo B

Dios y el hombre se encuentran

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

2 Sm 7,1-5.8b-12.14a.16;   Sal 88, 2-3. 4-5. 27 y 29;  Rm 16, 25-27;Lucas 1,26-38  

El pasaje del evangelio que acabamos de escuchar nos recuerda aquel otro de «El Cantar de los Cantares» donde el Amado y la Amada se buscan hasta encontrarse.

Es este un pasaje que encuentra su cumplimiento precisamente en estas fiestas que hemos ya comenzado a celebrar del Nacimiento de Jesús. El Amado y la Amada se encuentran.

Dios y el hombre se encuentran en Belén de Judá, en un establo en el que pernoctan las ovejas y el ganado y donde los pastores se refugian para pasar el duro frío del invierno. En cualquier caso vivir al abrigo de la tierra y al abrigo del ganado. No todo es vano, no todo es casual. En la Palabra del Señor todo tiene su razón y su historia. Todo tiene su significado.

Por eso de entrada este pasaje de la Anunciación nos recuerda y evoca que Dios (el Amado) envía al hombre (la Amada) el aviso de la llegada del día de su encuentro, que se producirá nueve meses después, los nueve meses de la gestación. Terminados estos nueve meses, Dios y hombre se encontrarán en el regazo de la Madre de Dios. En el tiempo anterior al encuentro, Dios habrá pasado por el primer trecho de la vida del hombre para iluminar toda esa vida del hombre con la luz del amor, de ese amor que evoca tan claramente «El Cantar de los Cantares» en los primeros capítulos que os invito a leer desde aquí.

Y tal día como el veinticinco de diciembre, Dios y hombre se encontraron. Se encontraron en un lugar humilde, pobre, sencillo, en un lugar donde la tierra da calor y cobijo.

Pero conviene recordar las palabras de Jesús: «Dios es capaz de sacar de estas piedras hijos de Abraham»; porque cuando la tierra [los hombres], no dan calor -como ocurrió con María y José en Belén-, la tierra [ Dios],  la creación, la naturaleza, sí da el calor que el hombre necesita: el calor de Dios. Que el pobre no está siempre abandonado ni su linaje -como dirá otro fragmento de la Escritura- sino que en el encuentro entre Dios y el hombre, Dios siempre aporta al hombre -de una u de otra manera- el calor y la acogida que el hombre necesita y el lugar apropiado donde el hombre puede encontrarse con Dios cara a cara.

Y, dónde mejor que en la pobreza y en el despojamiento de todas las propias cosas. Cuando uno está lleno de «regalos» pasa como cuando los niños que van enseñando los regalos de un lado para otro: de pronto como que se dispersa el sentido de lo que se está haciendo y lo dejan todo arrinconado (aunque bajo su control).

Cuando uno tiene muchas cosas y tiene que atenderlas todas, anda de un lado para otro y , con facilidad suma, se despista del sentido de lo que esta haciendo. Por ello, el Señor nos despoja de los signos de nuestra riqueza humana, nuestro afán de hacer cosas, de ser protagonistas... nos despoja de todo para -en soledad-, solos El y tú, tú puedas reconocerle a Él y puedas descubrir que es El que viene a tu encuentro. Solamente en el calor del amor, para que no te confundas. Y, para hacértelo más claro, utiliza el ejemplo: Dios se encuentra con el hombre en los brazos de una muchacha joven (María), porque, una muchacha, apenas una adolescente dé a luz no es normal (al menos en aquel tiempo). Para que entiendas que el amor –aunque no sea lo que más se observa en nuestro tiempo- sin embargo es lo que va a dar sentido a tu vida. Despojado de todo, solo el calor del amor como un hombre bueno, para que descubras también que la bondad hace crecer el amor. Y sobre todo abre los ojos para que puedas contemplar al Dios  que viene, que se encuentra con nosotros.

El ángel nos lo anunció, y nos lo anuncia -diríamos, lógicamente hablando hoy- una semana antes, «para que cuando suceda creamos» -como dice Jesús (Jn 14,29)- para que no nos dispersemos en otras cosas, np nos dispersemos de lo que realmente vale la pena y lo que realmente nos ocupa cada día dejando que estas cosas ocupen el lugar en el que Dios viene a encontrarse con nosotros cada día. Y es evidente que el lugar donde Dios viene a nosotros cada día, el lugar más destacado es la Eucaristía.

Pero también nos lo anuncia hoy el ángel, refiriéndose al veinticinco de diciembre: Dios ama a los hombres. Y a esos hombres que Dios ama se les anuncia la paz. Este anuncio de amor y de paz es como una antorcha encendida que ilumina el camino que nos conduce al lugar donde está el pesebre, el lugar donde se encuentra y crece Jesús.

Continuando el relato cronológico, descubriremos que Jesús, unos pocos días después se marchará corriendo de Belén. Y, cuando tú vayas a buscarlo, si te demoras, no estará allí.

Por eso el ángel nos anuncia lo que va a ocurrir: «Paz en la tierra a los hombres porque Dios los ama». Porque en los hombres, a quienes Dios ama, está el amor de Dios para ti.

Nos encontramos ahora en una disyuntiva, aunque en realidad no lo sea: ¿Es preferible la adoración eucarística o la convivencia fraterna?

Dios es el único necesario, y Dios está en los dos extremos. Sacramentalmente en la Eucaristía y la Eucaristía es necesaria y también está en el corazón de mi hermano. Y es precisamente mi hermano quien me muestra más a Dios y quien me da la posibilidad de vivir la Palabra de Dios. Si yo me alejo de mi hermano no puedo vivir la Palabra de Dios, porque la Palabra de Dios dice que debo amar a mi hermano. Por tanto, huir de él no es amar; ni acosarlo tampoco es amar.

Pero ese amor se traduce -como en El Cantar de los Cantares y en Belén-. Por eso los ángeles -y aquí el ángel Gabriel- nos anuncia: «Paz a los hombres a los que Dios ama». Porque en los hombres –junto a ellos, como los pastores que fueron todos juntos-  encontrarás la paz de Dios, la paz que Dios tiene para ti.

La primera experiencia es que no va ningún vanguardista que lo ha oído, así de reojo y se acerca a ver qué pasa. El ángel lo anuncia al grupo de pastores, al grupo de hermanos. Quedan hechos hermanos por el anuncio del ángel, para que, como un solo cuerpo, como una sola Iglesia, como un solo pueblo, seremos capaces de encontrarnos con el Dios que viene a salvar a su pueblo y a cada uno de los que lo componen. Por eso viene a salvar a cada uno porque viene a salvar a su pueblo y por eso viene a salvar al pueblo, porque salva a cada uno.

Por lo cual nos hace necesarios los unos a los otros para ir al encuentro del Señor que llega. En cualquier caso el ángel nos anuncia que en unos días podremos encontrarnos cara a cara con el Señor, si juntos vamos a verlo.