Liderazgo
VI. La formación de líderes es ineludible
Autor: Padre Alfonso Lopéz Quintás
Formar un líder significa dotarlo de la preparación adecuada a la tarea que le está asignada. Se trata de una tarea tan ardua y compleja que no puede ser realizada de modo espontáneo, sin una previa ejercitación sistemática.
Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina, propuso, en un libro de madurez (46) , la fundación de un Instituto destinado a formar personas especialmente capacitadas para abordar con garantía de éxito los grandes problemas de la sociedad actual. A su entender, la civilización occidental está conmovida hasta sus cimientos y ningún hombre tiene hoy día suficiente inteligencia y coraje para actuar eficazmente sobre las causas de tal conmoción. "Sólo personas de inteligencia muy comprehensiva y libres de todo prejuicio -escribe- son capaces de estudiar los problemas fisiológicos y mentales desde un punto de vista verdaderamente humano" (47) . Si es necesario ayudar a los menos dotados, no lo es en menor grado "ayudar a los fuertes porque sólo la elite hace progresar a la masa". "Hasta hoy, ningún Instituto científico se ha consagrado a la formación de personas de una calidad superior" (48) .
Es decisivo ofrecer a los jóvenes mejor dotados las posibilidades que requieren para sacar pleno partido a sus excelentes dotes. Actualmente se subraya la necesidad de atender a los niños y jóvenes minusválidos en algún aspecto, y se exige que se les trate en condiciones de igualdad con los que presentan condiciones normales. Nada más justificado que rodear de cuidados a quienes se ven frustrados por carecer de las potencias necesarias para valerse en la vida, hoy tan competitiva. Pero no debe olvidarse que la sociedad necesita personas muy capaces y preparadas para garantizar a todos los ciudadanos, sobre todo los más menesterosos, una vida de alta calidad en todos los órdenes. Se piensa, a menudo, que el buen corazón y el espíritu cristiano nos exigen consagrarnos en exclusiva al cuidado de los enfermos más desvalidos y a las gentes que carecen de toda base económica. Esta atención es indispensable. Pero, justamente para que la sociedad pueda realizarla con toda garantía, hemos de cultivar los talentos que exige una trama social tan exigente como la nuestra. Al hacerlo, podemos estar seguros de que estamos preocupándonos muy seria y eficazmente de la suerte de los más débiles.
Abandonar las instituciones de investigación y docencia para consagrar todo el tiempo a labores asistenciales puede indicar generosidad, capacidad de sacrificio y otras virtudes, mas denota un conocimiento poco matizado de lo que significa "optar por los pobres". Sabemos que los seres vivos, a medida que se hacen más complejos e internamente articulados, van especializando algunas funciones y asignándolas a ciertos órganos. Eso sucede con la digestión de los alimentos, la purificación de la sangre, la capacidad de sentir estímulos... En un nivel superior, la sociedad actual intenta, asimismo, ganar una mayor eficacia mediante la especificación de sus funciones. Cada persona debe acotar un campo de atención, precisamente para servir mejor al conjunto de la sociedad. Un sacerdote que, por dedicarse a la investigación intelectual -sobre todo, filosófica y teológica-, apenas realiza funciones pastorales puede temer que esté desorientando su vida. A mi entender, no necesita preocuparse si su actitud básica es apostólica, pues a través de su actividad intelectual ofrecerá sin duda a quienes llevan a cabo formas directas de apostolado múltiples medios que potencien su efectividad. Sin conexión viva con la práctica es imposible elaborar una buena teoría, pero sin una teoría lúcida no es posible una práctica eficaz.
La concepción del líder que propongo quiere superar la dicotomía "teoría-práctica". Sin la capacidad de dar claves de orientación lúcidas, nuestra actividad corre peligro de reducirse a vana agitación. Consiguientemente, el que dedica tiempo y esfuerzo a prepararse para ser líder y formar otros líderes contribuye de modo eminente a mejorar la suerte de las personas menesterosas en cualquier aspecto de la vida.
Si sabemos plantear los temas con el debido rigor, daremos razón de mil fenómenos de la vida actual y tomaremos medidas acertadas para mejorar la situación. Sirva de ejemplo la cuestión siguiente. Es sabido que en los últimos tiempos se ha ido reduciendo el valor de la vida humana en diversas vertientes. ¿Qué influencia ejerce tal reduccionismo en la conducta de las personas actuales, por ejemplo en el cultivo creciente de la violencia? Un conocido periodista radiofónico comentó un día con alarma el incremento actual de la violencia, sobre todo en el deporte. Y añadió que "no se entiende este fenómeno pues estamos ante una pura irracionalidad". Si por irracionalidad entendemos que no se puede justificar tal violencia con razones válidas, se trata efectivamente de una práctica irracional. Pero la tendencia actual a ponerla en juego de forma profusa tiene unas causas que pueden y deben ser clarificadas de modo preciso, plenamente racional. A mi ver, el ejercicio de la violencia se da en medida directamente proporcional al cultivo de las experiencias de vértigo o fascinación. Y estas experiencias pueden ser analizadas de modo pormenorizado en su articulación interna. Para ello debemos ahondar en las cuestiones, no limitarnos a describirlas superficialmente. La superficialidad, cuando se aplica a cuestiones básicas, produce verdaderas devastaciones en la vida social.
Se ha descuidado en exceso la formación de líderes
Toda labor formativa contribuye de por sí, en alguna medida, a la formación de líderes. Pero la función de líder requiere una preparación específica, que no se logra mediante la mera acumulación de conocimientos. Hoy se descuida incomprensiblemente esa tarea formativa.
No se forma a los jóvenes para ser padres y educadores. Muchos padres de familia echan de menos ciertos conocimientos que les hubieran permitido llegar más lejos en su vida profesional, pero ¿lamentan alguna vez no poseer la formación necesaria para ejercer un liderazgo fecundo con sus allegados? A menudo, el diálogo entre hijos y padres se colapsa o se torna áspero porque los padres no saben abordar las cuestiones de modo adecuado y recurren al puro argumento de autoridad. No están preparados para ser líderes.
No se prepara a los profesores para ser "tutores", formadores de la personalidad de los alumnos. Se confía a algunos docentes esa tarea, pero no se indica qué implica exactamente ésta y cómo ha de realizarse. Con ello, los centros escolares -incluso los que se rigen por un ideario inspirado en el deseo de impartir una formación integral- ven su labor reducida a las tareas "informativas", pues deben confesar que la labor estrictamente "formativa" los desborda porque "no saben qué hacer con la juventud actual".
No se ofrece a los futuros gobernantes y legisladores la posibilidad de prepararse a fondo para desempeñar con excelencia su posición de líderes sociales. Una persona dirigente no puede limitarse a dar cauce legal a las prácticas usuales en la sociedad. Su labor no equivale a la de un notario que da fe de lo que ya existe; debe adelantarse a los sucesos y decidir la forma de configuración que ha de tener la sociedad para hacer viable el desarrollo cabal de las personas que la constituyen. Para que las decisiones que tome sean pertinentes, ha de conocer a fondo las leyes del crecimiento del hombre como persona. Nadie duda de que un ministro responsable de la economía nacional tiene por cometido garantizar el bienestar material del pueblo, y para hacerlo con buen éxito necesita un conocimiento muy aquilatado de las leyes que rigen la vida económica. Ahora bien. El bienestar material debe contribuir al pleno desarrollo de la persona. ¿Cuáles son las leyes que rigen tal desarrollo? ¿Pueden los gobernantes extenuarse para conseguir que la economía nacional florezca y dejar de lado las cuestiones que deciden la felicidad de la persona vista en todo su alcance?
Por el bien de la sociedad y de las personas urge realizar una labor sistemática de formación de toda clase de líderes: líderes de opinión, de organización y gestión, de legislación, de configuración de la vida familiar y social, de transmisión de saberes, de defensa y transmisión de los grandes valores... Los líderes bien preparados y motivados constituyen en los pueblos una levadura de valor incalculable, pues dan libertad interior a las gentes frente a la manipulación, facilitan claves para orientarse debidamente en la existencia, ayudan a configurar la vida social de manera fecunda... Esta labor configuradora evita que las diferentes comunidades se conviertan en masas, montones amorfos de meros individuos, y sean fácilmente dominables por los afanosos de poder. Ya sabemos que dos personas avezadas a la manipulación demagógica pueden dominar fácilmente a dos mil personas poco habituadas a la confrontación de ideas y tácticas de dominio.
Cómo formar los líderes de la unidad
Según hemos visto, el líder auténtico necesita un elenco de facultades: cierto grado de inteligencia, ansia de superación, voluntad de compartir los dones, habilidad para comunicar ideas y suscitar sentimientos... Hay personas que tienen el don natural de la iniciativa, del arranque y decisión. Ante el menor estímulo externo movilizan sus recursos para dar una respuesta adecuada. Pero no sólo responden diligentemente a las llamadas del entorno; procuran anticiparse a lo que pueda suceder a fin de resolver airosamente los problemas que se planteen. Podemos decir que tienen madera de líderes. Se sentirán a gusto siempre que miren alrededor, vean alguna necesidad y puedan colaborar a superarla. Estas condiciones naturales constituyen la base de la capacidad de liderazgo. Si esa base es complementada con una formación específica, tendremos unos líderes verdaderamente creativos.
Para formar a un líder debidamente, hemos de ayudarle a descubrir por experiencia propia las exigencias del pensamiento riguroso y las posibilidades creativas que alberga su ser. Ese descubrimiento le permitirá captar el hecho decisivo de que el pensamiento riguroso y la vida creativa se implican mutuamente, se exigen y enriquecen (49) .
La comprensión a fondo de este nexo entre pensamiento y creatividad se produce en nosotros cuando vivimos por dentro los diversos modos de unión que podemos crear con las realidades de nuestro entorno. Ser creativos significa ser capaces de asumir activamente las posibilidades que nos ofrecen las realidades circundantes en orden a dar lugar a algo nuevo lleno de sentido. Esa forma de acoger posibilidades de acción fecunda supone un modo de unidad estrecha con unas realidades que son distintas de nosotros y, en principio, distantes, externas, extrañas, ajenas. Para comprender que este tipo de realidades pueden llegar a sernos íntimas sin dejar de ser distintas necesitamos poner en juego una metodología fina, verdaderamente orfebresca, que nos permita determinar con toda precisión las alteraciones que sufre nuestra relación con el entorno cuando nos relacionamos con él de modo creativo. Tal metodología es fruto de un modo de pensamiento riguroso.
La forma más eficaz de descubrir por nosotros mismos esa relación de pensamiento riguroso y vida creativa es seguir paso a paso de modo penetrante nuestro proceso de crecimiento personal. Ese seguimiento se realiza -como vimos- a través de doce descubrimientos, mutuamente articulados, que nos revelan lo que es el encuentro y nos permiten vivirlo como una fuente de luz. A medida que vivimos el encuentro personal y sus frutos, y percibimos con creciente claridad que nuestro destino como personas depende del ideal hacia el que orientamos nuestra existencia, nos hacemos cargo de que la mejor manera de formarnos como líderes es descubrir por nosotros mismos el ideal auténtico y aprender a orientar desde él toda la vida.
El buen líder va a lo esencial; intenta dar a la vida la orientación justa y confía en que llegará a buen término, porque el Creador lo ordenó todo convenientemente. La gran labor del hombre es colaborar en esa tarea asumiendo personalmente dicha ordenación y dándole todo el sentido que adquiere cuando se convierte en amor. El hombre se erige en rey del universo y alcanza su perfección como persona cuando no sólo vive en unidad -dentro de las tramas de relaciones que lo han acogido al nacer y al desarrollarse- sino crea nuevas relaciones que abren posibilidades inéditas a su persona y a quienes comparten su vida.
El líder necesita una sólida formación filosófica
El estudio a fondo del tema del liderazgo nos lleva a concluir que, en la actualidad, para ser líderes debemos ejercitarnos de modo sistemático en el arte del buen pensar, a fin de poder clarificar los conceptos y términos básicos, plantear bien las cuestiones y delatar rápidamente las confusiones y malentendidos provocados por la manipulación. Buen número de escritos y conferencias pierden toda eficacia formativa por estar elaborados con una metodología basta, poco afinada, y por no determinar con claridad el sentido que se otorga en cada caso a los diferentes vocablos. Si se afirma, por ejemplo, que la verdad y los valores son algo objetivo, pero no se precisa el sentido preciso que se da a este término, se siembra la confusión, pues "objetivo" puede entenderse como contrario a "meramente subjetivo" y, por tanto, como "real", o bien como "algo que tiene un modo de realidad afín a la de los objetos". No podemos entender lo que son la verdad y los valores si los consideramos como "objetivos" en el segundo sentido y los tratamos como una suerte de objetos especiales.
Actualmente, se advierte que buen número de pedagogos, psicólogos y sociólogos parecen inclinarse más bien hacia el pensamiento científico que hacia el filosófico. En ciertas universidades, los pedagogos movilizaron todas sus energías para separarse -incluso físicamente- de la Facultad de Filosofía y cambiar el título de Pedagogía -tan significativo, debido a su noble abolengo- por el de Ciencias de la Educación. Este título es difícilmente justificable, pues la tarea educativa puede considerarse en cierto aspecto como un arte, pero no como una ciencia. La ciencia dispone de un método propio, increíblemente eficaz en cuanto al conocimiento de un aspecto de la realidad -el cuantificable-, pero incapaz -por su naturaleza misma- de clarificar el proceso de desarrollo de la personalidad humana. Ese afán de orlar la propia actividad con el calificativo de "científica" responde, sin duda, al prestigio actual del conocimiento científico y su método específico. Al hablar de "Ciencias de la Educación", se cree transmitir la idea de que se trata de una disciplina rigurosa, elaborada con un método bien aquilatado. Es un espejismo. De hecho, las llamadas "Ciencias del Espíritu" -o, en general, las Humanidades- deben proceder con un método racional estrictamente riguroso, pero con el tipo de rigor propio de cada una de ellas. No se puede hoy dar por hecho que sólo el método científico asegura un modo de conocimiento riguroso. Ello supondría un empobrecimiento injustificado de la capacidad humana de conocer.
Es penoso que se alejen de la filosofía las disciplinas que se ocupan de estudiar las diversas vertientes de la vida humana, pues su labor pierde con ello buena parte de la eficacia que están llamadas a tener. Pensemos en tantos estudios sociológicos que nos abruman con datos sobre la actitud de ciertos grupos sociales respecto a los valores, pero no se detienen ni un momento a precisar lo que entienden por cada uno de los valores: tolerancia, igualdad, unidad, amor, libertad... Consiguientemente, lejos de aclarar la situación espiritual de tales grupos, nos dejan sumidos en la confusión (50) .
Debemos cultivar animosamente los estudios filosóficos con un método que nos permita plantear radicalmente los análisis que hagamos del ser humano, y elaborarlos de modo coherente y armónico, lúcido y abierto a amplios horizontes. Un método ofrece garantía de ser auténtico cuando es fecundo y coherente, permite ver la realidad estudiada en toda su riqueza de implicaciones y da a cada una de éstas la importancia que le compete, sin conceder arbitrariamente la primacía a una sobre otra. Toda corriente filosófica que presente estas condiciones ha de ser asumida por nosotros como una fuente de luz para configurar nuestra vida. Si nos ayuda a comprender lúcidamente lo que debemos llegar a ser y nos da claves certeras para orientarnos en la existencia, hemos de asumirla entusiásticamente, aunque no esté apoyada en modas o prestigios ganados de forma artificiosa.
El conocimiento filosófico se ocupa de indagar las causas profundas de los fenómenos, el trasfondo de las actitudes espirituales de personas y pueblos. En el momento presente de desconcierto intelectual y moral, un líder no puede realizar una labor sólida y fecunda si no sabe delatar las causas de los problemas más graves de la sociedad.
Te preocupa la drogadicción y quieres liberar a los jóvenes de esa plaga. Es muy loable tu propósito. Pero ¿sabes cómo enfocar tu actividad para que tu esfuerzo sea eficaz? Todo tipo de adicción constituye un proceso de vértigo. Necesitas una lúcida teoría del vértigo o fascinación, a fin de revelar tempranamente a niños y jóvenes a qué se exponen cuando inician un proceso de este género. Toda actividad de verdadera prevención se basa en un conocimiento hondo de lo que son e implican las diferentes adicciones patológicas.
Pero no basta dicho conocimiento. Debemos ayudar a los jóvenes a realizar las experiencias que les permitan descubrir la grandeza de la vida humana, su poder creativo, su capacidad de generar felicidad con medios sencillos. Entonces podrán distinguir el proceso de vértigo -que agosta nuestra vida al recluirla en su afán de excitaciones gratificantes- y el proceso de éxtasis, que funda el encuentro, asume los valores más altos y nos orienta hacia el auténtico ideal de la vida.
Estás ante un niño que suele mentir. ¿Qué haces para orientarlo hacia una conducta veraz? ¿Afear su proceder, indicarle que no es de fiar y anular, así, su autoestima? Con ello no conseguirás que crezca un palmo espiritualmente. Descúbrele la grandeza de la veracidad y la sinceridad, su eficacia, sus espléndidos frutos, y el valor de esas virtudes le animará a cambiar su comportamiento al abrirle un horizonte entusiasmante.
Un joven te confiesa su tendencia a cultivar formas de relación meramente pasionales. ¿Te contentas con decirle que esa conducta no es digna de una persona, porque rebaja de nivel de realidad a quien la adopta? No harás con ello sino deprimirlo espiritualmente. No le darás impulso para cambiar. Ayúdale a ver que, frente a una realidad que le atrae, puede adoptar dos actitudes:
1. Dominar esa realidad y convertirla en fuente de gratificaciones sensibles y psicológicas para sí mismo. Al adoptar tal actitud, reduce esa realidad -por ejemplo, una persona atractiva- a condición de "medio para los propios fines", y no la trata como persona sino como objeto, con lo cual anula la posibilidad de encontrarse con ella.
2. Respetar esa realidad, tratarla como lo que es -como una persona- y crear con ella una relación de encuentro. Esta relación exige mucho -ser generoso, fiel, veraz, cordial...-, pero lo da todo: nos llena de energía, de gozo y entusiasmo, de plenitud y felicidad, de paz y amparo interiores.
Al ponerle ante la vista estas dos posibilidades -dominar y no encontrarse, respetar y crear un encuentro fecundo-, verás que el joven queda orientado, y con su talento personal sabrá captar la excelencia de la segunda actitud. Así, cuando se deje arrastrar por el afán de obtener ganancias inmediatas de tipo erótico, una voz interior le hará ver que está renunciando a la tarea más noble de la vida: crear formas elevadas de unidad con las demás personas. Ser capaz de captar la verdad que proclama esta voz íntima significa estar formado. Otorgar esa formación es la tarea propia del verdadero líder.
El cometido del líder no es sólo comunicar la verdad; es preparar a las gentes para que la descubran por sí mismas, se entusiasmen con ella y la asuman como principio impulsor de su vida. Es verdad que el ser humano se define como un ser de encuentro; vive como persona, se desarrolla y perfecciona creando toda suerte de encuentros. Pero ¿basta proclamar dicha verdad para formar a los jóvenes? De ningún modo. Se lo ha pensado a menudo desde tiempo inmemorial, pero es hora de advertir que la formación no consiste en acumular datos en la memoria sino en modelar la propia figura de hombre conforme a las exigencias que plantea el tipo de realidad que denominamos “persona”. Desde antiguo se multiplicaron los esfuerzos por clarificar este término, tarea nada fácil debido a la riqueza que encierra. Todavía hoy debemos continuar esa labor, movilizando los recursos que nos ofrece el pensamiento contemporáneo para lograr una idea más flexible y abierta de la vida personal (51) .
Son numerosos los autores que exponen ideas acertadas sobre la vida humana, pero no las expresan de forma que los lectores acierten a comprenderlas por dentro y las asuman de modo creativo. Comunican el resultado de su investigación, pero no el camino que uno debe recorrer para descubrirlo por sí mismo. Mientras no realicemos tal descubrimiento, no tendremos convicciones profundas y no estaremos preparados para trasmitirlas a otros de modo convincente.
Las posibilidades que encierra la persona cuando se abre a las realidades del entorno y se une a ellas con modos elevados de unidad son impresionantes. Conseguir que niños y jóvenes las descubran por sí mismos y se llenen de asombro ante la grandeza del horizonte que nos abren es la gran tarea actual de quienes ejercen un liderazgo creativo.
Si tienen en cuenta estas recomendaciones, los líderes verán multiplicada su eficacia, aunque no sean especialmente brillantes. En definitiva, lo verdaderamente persuasivo no es tanto la elocuencia del comunicador, sino la fuerza de convicción que encierran las claves de orientación que ofrece, la riqueza de las realidades que pone al descubierto, la excelencia de los acontecimientos que describe. Por eso, el afán del líder es hacer de tal modo patente lo que desea comunicar que el destinatario entre en relación de presencia con ello y quede instalado en su área de influencia.
Lo que otorgó a Romano Guardini su gran poder de persuasión ante una juventud exigente fue su amor incondicional a la verdad y su decisión de vivir en ella y de ella.
«Entre 1920 y 1943 -escribe- desarrollé una intensa actividad como predicador y he de decir que pocas cosas recuerdo con tanto cariño como ésta. Lo que desde un principio pretendía, primero por instinto y luego cada vez más conscientemente, era hacer resplandecer la verdad. La verdad es una fuerza, pero sólo cuando no se exige de ella ningún efecto inmediato, sino que se tiene paciencia y se da tiempo al tiempo; mejor aún: cuando no se piensa en los efectos, sino que se quiere mostrar la verdad por sí misma, por amor a su grandeza sagrada y divina. (...) No pocas veces, especialmente en los últimos años, tuve la sensación de que la verdad estaba en el espacio como un ser concreto ». (52)
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Notas:
(46)Cf. Réflexions sur la conduite de la vie, Plon, Paris 1950.(47)O. cit., págs. XI-XII.
(48)O. cit., p. XIII.
(49)Esta idea se pone de relieve al hilo de los análisis realizados en mi obra Inteligencia creativa, BAC, Madrid 1999.
(50)Un análisis pormenorizado de esta cuestión se halla en mi trabajo “La actitud de los españoles respecto a los valores a finales del siglo XX”, en Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 52(2000)341-365.
(51)Véase, acerca del pensamiento dialógico, mis obras: El poder del diálogo y el encuentro, BAC, Madrid 1997; Romano Guardini, maestro de vida, Palabra, Madrid 1998; El encuentro y la plenitud de vida espiritual, Madrid 1990, págs. 265-294.
(52) Cf. Apuntes para una autobiografía, Encuentro, Madrid 1992, págs. 161-162.