Liderazgo

IV. Todos podemos y debemos ser líderes

Autor: Padre Alfonso Lopéz Quintás

 

Todos podemos y debemos ser líderes de la unidad

Todo lo antedicho nos permite ahora retomar diversos temas expuestos sucintamente en trabajos anteriores y exponerlos con mayor hondura.

El ser humano está llamado, por ser persona, a desarrollarse hasta alcanzar la figura que le corresponde. Este desarrollo se realiza conforme a unas normas generales, que dejan cierto margen a la iniciativa de cada uno. Al disponer de libertad de maniobra -libertad de elegir en cada momento lo que nos plazca-, podemos optar por rechazar tales normas. Si lo hacemos, cegamos la fuente de nuestra libertad creativa.

Nuestra propia naturaleza personal nos exige conocer dichas normas o leyes de desarrollo y asumirlas como una luz que nos alumbra el camino. En cuanto lo hacemos, nos convertimos en líderes o guías de nosotros mismos.

Una de esas normas nos revela que nuestro crecimiento personal se realiza por vía de encuentro, de forma comunitaria. Guiarse uno a sí mismo implica, por tanto, guiar también a otros, colaborar a que descubran las leyes de su desarrollo y contribuyan al crecimiento conjunto de todos, guías y guiados.

El hecho de ser personas, provenir de un encuentro y estar abiertos por nuestra misma constitución a la trama de relaciones comunitarias en las que nos hallamos engarzados nos obliga a sacar máximo partido a las potencias que tenemos y a las posibilidades de que disponemos con vistas a favorecer a los demás. Las cualidades que poseemos son un don de la naturaleza. Las posibilidades con que contamos las hemos recibido en buena medida de nuestra sociedad, que, a su vez, las debe en gran parte a las generaciones anteriores. Este tesoro que albergamos no podemos reservarlo para nuestro servicio y provecho. Hemos de devolverlo, incrementado, a la sociedad.

No podemos limitarnos a conservar lo que tenemos y lo que somos en cada momento de nuestra vida. Crecer es ley de vida, tanto en el aspecto fisiológico como en el espiritual. Debemos elevarnos cada día un poco más a niveles superiores de realización. Para ello hemos de afinar nuestra sensibilidad para lo valioso, incrementar nuestra capacidad de asombrarnos ante lo excelente, cultivar la belleza, perfeccionar nuestros recursos para hacer el bien.

Esta forma de crecimiento espiritual nos dispone para promocionar la vida personal de los demás y, derivadamente, la de toda la comunidad. Tengamos en cuenta que las personas crecemos comunitariamente, colaborando a crear tramas de ámbitos. Si, al relacionarnos con otros ámbitos de realidad -personas, instituciones, obras culturales...-, contribuimos a perfeccionarlos y crear ámbitos nuevos de mayor envergadura, nuestro crecimiento como personas y como miembros vivos de una comunidad es sorprendente.

Esta idea, bien clarificada y sopesada, alberga una riqueza suficiente para fundamentar toda una Ética del liderazgo, tema decisivo que debiera ocupar un lugar preferente en los estudios sobre el hombre.