Cristo tiene un corazón intacto 

Autor: Padre Fintan Kelly, L.C.

 

 

“Hay en Belén un aire de delicadeza, de dignidad, de pudor, que conmueve al corazón sensible. Allí se mueve una virgen joven y bella; no hay curiosos. Cristo nace virginalmente y naciendo así opta Él mismo por la virginidad y consagra una Iglesia virgen. ¡Como que la misma soledad del lugar y del momento es un signo precisamente de la excelsa pureza de los protagonistas de aquel acontecimiento!” 

Los fariseos acusaron a Cristo de todo lo que se puede imaginar: de estar loco, de quebrantar la ley del descanso sabático, de ser revoltoso, de ser endemoniado, hasta de echar a los demonios con el poder de Satanás. Sin embargo, nunca le acusaron del pecado de la impureza. El acusar a Jesús de impureza es un capricho de pensadores superficiales de este siglo. A pesar de ciertos intentos sacrílegos de publicaciones como la obra cinematográfica “La Última Tentación de Cristo” de Martín Scorcezze, nadie toma en serio afirmaciones negativas sobre la integridad moral de Jesús. 

Cristo habló bastante sobre la pureza. Era necesario el hacerlo, pues para los judíos era muy importante ser “puro” o “santo”. Para ellos la pureza fue una categoría religiosa, un poco difícil para nosotros de entender. Lo que hacía impuro a un hombre, según la mentalidad judía, no era el cometer actos impuros en el sentido del sexto o noveno mandamiento, sino el tener contacto con cosas paganas. Cristo afirmó que la verdadera impureza nace del corazón impuro: de allí vienen las matanzas, los adulterios, los robos, los rencores... 

Él se opuso totalmente a la práctica del adulterio. No hizo un pacto con la así llamada tradición de los judíos, que permitía al hombre repudiar a su mujer para casarse con otra. El puso las cosas bien en claro: “En el inicio no fue así...” 

Parece ser que el hombre hoy en día sí ha hecho un pacto con las “tradiciones” humanas en esta materia. Fácilmente se acepta la pornografía como “cultura”, las relaciones prematrimoniales como manifestación de un amor que se está “madurando”, las publicaciones eróticas como “arte”...

Cristo nos enseña a llamar las cosas por su nombre, pues “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Aunque el pecado vaya revestido de “arte” o “cultura”, no deja de ser perverso. El hombre moderno tiene la capacidad impresionante de cubrir el erotismo con los paliativos del progreso. Sin embargo, el Magisterio de la Iglesia en diversas ocasiones, ha tenido que intervenir para desenmascarar la falsedad de estas ideas. Por eso, ha tenido que aclarar su doctrina sobre cuestiones de ética sexual.

“¡Qué bella lección, también para este mundo, tan ávido de placeres fáciles, tan hundido en los goces de los sentidos, tan exultante ante lo carnal y material, nos procura la pureza de Belén! Los ojos humanos se ciegan ante tanta luz de pureza. Ojalá que la pureza de Belén quemara hoy la impureza de nuestro mundo para hacerlo más respirable y luminoso.” 

Nos preocupamos mucho sobre la pureza del aire que respiramos, de la comida que ingerimos, de los cubiertos que usamos... Hay una pureza interior que es más importante y es la del corazón. Con la ingestión constante de cosas pornográficas, corremos el riesgo de contaminar nuestro corazón, de suprimir nuestra capacidad de amar. 

La pornografía y el erotismo son sin duda un reflejo de un problema más profundo. En nuestra cultura moderna hay la tendencia de reducir el ser humano a la categoría de cosa. Así se cometen el aborto y la eutanasia directos con mucha facilidad, porque el hombre piensa que puede disponer de la vida como le venga en gana. Lo mismo pasa con el sexo: el hombre lo ve como un objeto del cual puede disponer a su antojo. 

Toda la doctrina de Cristo resalta la dignidad de la persona humana en cuanto persona humana. Él nunca permite la manipulación del ser humano como si fuese cosa. Nosotros también debemos volver al hombre a su categoría evangélica: cada hombre vale lo que vale la sangre de Cristo y nunca se puede manipularlo por medio del abuso del sexo. 

El sexo es bueno en sí mismo. Es como una joya que se debe poner en su lugar, en un anillo, en una corona, en un adorno... Si se tira la joya en el lodo, entonces pierde su propia belleza. Esto es lo que pasa cuando se abusa del sexo, poniéndolo en películas, revistas o libros eróticos. 

Ojalá que la pureza de Jesucristo purifique la mente y el corazón de los hombres de hoy. Sólo así podremos devolver al hombre la dignidad que ha perdido por medio del mass media, cada vez más permisivo.